Barcú ha sido un proyecto paralelo a ArtBo y esta vez me gustó. Más organizada, con mejor criterio, como siempre ecléctica e iconoclasta. Era una feria casual con alternativas y referencias. Muchos más ordenada que las anteriores y con mejor criterio.
La Candelaria, desde la carrera 2 con la calle 9 hasta la 12, reunió algunas casas coloniales para su experiencia cultural donde uno camina las calles, no todas en buen estado, pero esa característica la hizo interesante. El lugar, poco a poco, se vuelve un lugar alternativo donde artistas, músicos y gastronomía se unen a la comunidad del lugar. Para los asistentes era un plan muy relajado entre artistas y galerías, desinhibidos, pero con el poder adquisitivo suficiente para el evento de una feria artística. Mucha gente caminaba sin alcurnia día y noche. Digamos que era para los interesados en el arte, un plan tan interesante como divertido.
Alguien dentro de medio de la gestión artística y, muy prevenido, se refirió a Barcú como una feria de locos marihuaneros. Esta vez nada de eso fue cierto. Lo dirige Paschall Galería. No siempre tiene buenos artistas en su mundo, pero solo y con el tiempo ha logrado reunir un interesante grupo de artistas y galeristas nacionales e internacionales. No hubo pretensiones mientras familias enteras de manera informal recorrían el barrio y sus distintos lugares. Todos jóvenes abiertos a una nueva experiencia sin etiqueta.
Obviamente, Luis Luna conquistó el lugar. Su éxito fue rotundo en la Casa Azul en donde exhibía. En sus cuadros había nuevos soportes: vidrios, bronces, pinturas recreadas en textiles y pinturas con veladuras milenarias, el viento como parte de su expresión y en sus frases recreando a la Alejandría milenaria de los iluminados.
Con su obra, existe un lugar común en las artes que tiene como bello imperativo el otro recuento de la historia. Nada sabríamos de la última Edad Media francoborgoña sino fuera por los hermanos Van Eyck, Rogier van der Weyden o Memling. Sobre esa época, nos dice Johan Huizinga que se parecía al romanticismo del siglo XIX y, que se parece a todas las historias de la vida humana: la imagen que surgía era violenta y lúgubre. En los propios cronistas y en la elaboración de sus materiales resalta, ante todo, el aspecto lúgubre y terrorífico: la crueldad sangrienta, la soberbia indiscreta, la codicia, la pasión, la sed de venganza y la miseria. La hinchada por la pompa multicolor de las famosas solemnidades y fiestas de corte con su resplandor de alegorías desgastadas por el uso de insoportable lujo, son los que ponen en sus cuadros los tonos más luminosos.
Foto: Ana María Escallón
De las bellas obras de Luis Luna salen sus metáforas y mitos unidos a su hermética. Retoma del territorio pasado y lo mezcla con el presente, en donde busca la alquimia. Desde Durero hasta Goya. Desde el Apocalipsis hasta los Caprichos, desde los relatos literarios de El Carnero, hasta los otros cronistas que en sus dibujos y apuntes dejaron el recuento de la historia colonial. Con esos temas paralelos con los materiales insospechados: fuego, tierra, metal, agua, viento y madera. Dentro del juego incluye las leyes de la naturaleza, como por ejemplo, el aire que con su fuerza unida al tiempo produce la fuerza del óxido.
Sobre lo hermético, dice el Diccionario de la Lengua Española, De Hermes un filósofo egipcio 1. Que se cierra de tal modo que no deja pasar el aire u otros fluidos 2. Impenetrable, cerrado, aun tratándose de algo inmaterial. 3. Se dice de las especulaciones, escritos y partidarios que en distintas épocas han seguido ciertos libros de alquimia atribuidos a Hermes. Y, como verbo, tiene el mágico significado de sello.
Sobre la alquimia dice el diccionario: transmutaciones de la materia, que influyó en el origen de la ciencia química. Tuvo como fines principales la búsqueda de la piedra filosofal y de la panacea universal. Pero también tiene la extraña acepción al latón.