Una ciudad llena de historia y de artistas. En una angosta calle Montcada entre los números 13, 17, 19 y 23 quedan los palacios que albergan la colección Museo Picasso.
Después de ver enormes retrospectivas que ha realizado el Museo de Arte Moderno de Nueva York, uno no acaba de asombrarse de la capacidad infinita de lo que fue el proceso creativo del hombre que cambió la versión de las artes plásticas del siglo XX. El Museo Picasso lleva casi 80 años de haber comenzado su labor de reconstruir su ingeniosa y audaz propuesta plástica. Cuatro edificios, dentro del más estricto planeamiento museológico, nos muestran esas ocho décadas en donde pueden no albergar sus cuadros más famosos pero nos deja sospechar su infinita trayectoria.
Al comienzo del recorrido se encuentran las fotografías de David Donald Duncan en donde el fotógrafo acerca al espectador al invencible ser humano casi siempre acompañado por Jacqueline. Y debo decirlo porque fue el pintor de sus musas. También se puede observar en su rostro esos ojos seguros del triunfo modernista, las fotos de los camaradas del café Los Cuatro Gatos, la ambición absoluta por romper los cánones hasta ser capaz de arrasar con los secretos de sus amigos artistas.
Sin duda, impresionan las manos ávidas con las que creó el lenguaje de la pintura plana, la construcción sistemática de formas que, en su irregularidad crearon otros cánones de entender la no profundidad y la otra forma de observar al ser humano, está la dimensión bella y armónica de la cerámica, o las 57 obras que fueron ceremonias bélicas con las Meninas de Velázquez que, como siempre es el pintor de los pintores. Donde descompuso el orden de los factores y resultó con una nueva dimensión progresiva de los personajes del cuadro del maestro Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, hacia el 5 de junio de 1599 – Madrid, 6 de agosto de 1660), conocido como Diego Velázquez.
Todo este maravilloso empeño comenzó en 1935, gracias a Jaime Sabartés, un amigo y secretario privado quien comenzó pensando en recopilar su propia colección de dibujos en Málaga, el lugar natal de Pablo Picasso, y acabó siendo un museo que mantiene las obras tempranas del joven artista como La Primera Comunión y series que muestran cómo manejó todas las técnicas de la obra gráfica y las 42 obras en cerámica que donó su viuda Jacqueline en 1982.
Un museo que no tiene lo mejor del artista pero que nos lleva de la mano de su mundo creativo.