La historia oficial de los de arriba se ha caracterizado por enseñar el desprecio sobre el justo y premiar al bandido, pareciera una maldición que viven aquellos que diariamente se oponen a la violencia, la pobreza y la corrupción en los diferentes espacios de la vida social. Parte de esta situación, sucede en los distintos escenarios de nuestros tiempos: la politiquería en las universidades e instituciones públicas –privadas, las mafias en los círculos laborales/políticos y los carteles que operan de forma criminal vulnerado a los de abajo.
Duramente más de un siglo, Colombia sigue siendo víctima de sus élites de izquierda y derecha, aquellas que no lograron forjar un proyecto de nación y de reconocimiento de lo nuestro, lo que hubiera permitido cimentar las bases de un Estado que tuviera las mínimas condiciones frente a las necesidades materiales, inmateriales y espirituales de las comunidades en sus territorios. Precisamente, es nuestra maleza: la corrupción, la politiquería, la violencia y esas mafias que han logrado apoderarse de los espacios comunitarios, los empleos estatales y los contratos privados que se convirtieron en la feria del pueblo, quien gane la alcaldía divide el pastel conforme a los intereses de los de arriba.
Pareciera natural que en nuestro país sus ciudadanos no hicieran nada contra la corrupción y las mafias, por el contrario, las premiaran cada vez que llegan las elecciones y permitieran la reproducción de un sistema criminal basado en los intereses privados que se aprovechan de la necesidad, la precariedad y la miseria humana de los de abajo. Alguna vez un “líder” político me confesó: “no se vota por el mejor, sino por él que va a dar más puestos, contratos y mermelada”.
Esa es la maleza colombiana, aquella forma de hacer las cosas sin pensar en las consecuencias de las mismas. Es la muestra de premiar a los corruptos, los mafiosos, los vividores y mentirosos de la politiquería nacional, regional y local. ¿Qué se podría esperar de un país que condena a sus ciudadanos a sobrevivir en medio de la violencia, la falta de oportunidades reales y la cultura de la corrupción como una forma de liderazgo político?
Es de sabios reconocer que el respeto se gana y se demuestra, tal vez guardemos la esperanza remota en esta generación que lucha, sueña y es rebelde, aunque convive en un panorama de ataño, pero hecho más viral por las comunicaciones: el bombardeo de las drogas, el sexismo desenfrenado, la promiscuidad de pensamientos, la carencia de un proyecto de vida y la calentura por sobrevivir en medio una sociedad que no tiene un horizonte definido. Así pues, podríamos reconocer que parte de las soluciones no vienen desde de arriba sino de abajo, de esos hombres y mujeres de a pie, pujantes y trabajadores, que hacen respetar su dignidad en medio de la necesidad por sobrevivir.
Ñapa: el indebido uso del avión presidencial y los paseos domingueros por Panaca, no tienen reversa, pues es el reflejo de la mentalidad de la clase política tradicional del país. ¿Que se podría esperar de un “presidente” que no sabe de dónde viene y para dónde lleva a una sociedad sumida en aires de violencias y con sed por la paz?