A comienzos del mes de abril la alcaldía del municipio de Soacha promovió una particular estrategia para identificar a las familias que necesitan ayuda por la emergencia social del coronavirus: la instalación de banderas rojas en las viviendas. Pronto este símbolo de auxilio se ha multiplicado pasando por los barrios periféricos de la ciudad de Bogotá. En la última semana, más exactamente a partir del día 14 de abril, los trapos rojos cambiaron su sentido original. Han pasado de las fachadas, puertas y ventanas de las viviendas a las manos de desplazados, desempleados y trabajadores informales que se toman las vías de la ciudad.
Los manifestantes desobedeciendo el mandato gubernamental de quedarse en casa, han protagonizado una fuerte jornada de bloqueos, cacerolazos y confrontaciones con la Policía en las localidades de Usme, Ciudad Bolívar, San Cristóbal, Suba, Bosa y Santafé. Las causas de este estallido social van más allá de la coyuntura generada por la pandemia de Covid-19, obedeciendo a elementos estructurales de la sociedad colombiana. Una primera razón, se encuentra en la profunda desigualdad social existente en Colombia. El país ocupa el tercer puesto en el ranking mundial de desigualdad siendo su ingreso distribuido de la siguiente manera: el 1% de sus habitantes es dueño del 20% de los ingresos económicos nacionales mientras el 40% sobrevive con menos de 12.000 pesos al día. Por otra parte, en Colombia perdura una política elitista y colonial que desprecia a su pueblo, o en palabras de William Ospina “aquí siempre existió la tendencia a dejar a las muchedumbres en la pobreza y en el abandono, y correr a esconder a los pobres cuando el mundo venía a visitarnos”. Esto ha configurado una forma de gobierno que centra sus acciones en el control estatal del espacios y actividades de los pobres. No en vano, la primera medida ante las protestas fue la llegada del ESMAD.
Aunque desde los primeros días de la cuarentena fue lanzado por la alcaldía el programa Bogotá Solidaria en Casa para atender a las personas más vulnerables de la ciudad, consideramos que persisten elementos de política burocrática y elitista en dicha estrategia. Las clases populares han señalado en sus protestas esta contradicción diciendo a las autoridades: “si no nos mata el coronavirus nos mata el hambre”. Este grito cuestiona la existencia de un lenguaje de clase media sintetizado en la frase “#quedateencasa” que ignora, por un lado, las condiciones de hacinamiento y pésima infraestructura de las viviendas, así como la configuración de tejidos comunitarios de supervivencia con base en los paisanos, familiares y compadres que motivan la salida de las personas de sus casas. Y por el otro, evidencia los errores de una estrategia de donación de dinero y alimentos sin intermediarios, ya que con la buena intención de limitar el clientelismo fue desconocido el papel que tienen los líderes sociales y las organizaciones populares en la priorización de los recursos a los más necesitados. Las familias que han salido a la calle llevan esperando la ayuda del gobierno cerca de un mes, a ellos debieron ser dirigidos los primeros giros.
Los gobiernos -nacional, distrital y local- y los ciudadanos en general deben escuchar la movilización de las banderas rojas, extrayendo de allí valiosos aprendizajes sobre la cuarentena y la acción política. Uno de ellos cosiste en comprender que la voluntad de vivir es una fuente vigorosa de poder político. El deseo de vida ha llevado a los habitantes de las periferias a desafiar las adversidades, el dolor y la muerte, enseñándonos que es la vida y no la acumulación de dinero y poder el valor supremo de la humanidad. También, nos recuerdan la posición central que deben tener las víctimas del sistema en los planes, programas y acciones de las instituciones estatales. La aplicación de políticas desde abajo no debería preocupar a los demás grupos sociales, ya que como señala Enrique Dussel “la mera reproducción de la vida del pobre exige tales cambios que, al mismo tiempo, produce el desarrollo civilizador de todo el sistema. […] Es a través de la solución de las insatisfacciones de los oprimidos, los últimos, que los sistemas históricos han progresado”.