Hace algunos días, Bancolombia sorprendió con una campaña publicitaria verdaderamente importante, que ha generado por cierto, mucha indignación. La campaña es magnífica por su contenido, pero también porque con ella el banco toma distancia de la falsa neutralidad del sector bancario y se compromete con una visión de sociedad moderna e incluyente que celebra la diversidad real de las familias colombianas. Eso tiene un mérito infinito. En el peor momento de violencia, cuando los noticieros estaban plagados de masacres, víctimas y dolor, los bancos usaban los espacios publicitarios para promocionarse con chistes.
Lo que acaba de hacer Bancolombia rompe filas con esa larga tradición de insolidaridad e indiferencia. Muchos comentaristas han despreciado la campaña sugiriendo que lo que realmente esperaban era que el banco les trajera una nueva oferta de servicios. ¡Se equivocan! Si quienes verdaderamente tienen el poder en este país no lo usan para hacer el bien, para contribuir en la generación del cambio, para desnudar la hipocresía, para proponer los debates pendientes sobre el futuro que queremos y como construirlo, entonces no hay esperanza.
Hay quienes creen que su bondad consiste en no hacer el mal, o incluso, en ahorrarse algunos impuestos haciendo pequeñas obras de caridad. Pero no basta con la caridad, que en poco o nada contribuye al cambio. Igual que la ausencia de maldad no equivale a la bondad, la ausencia de guerra, no es sinónimo de paz. Colombia es un país en transición. Una transición dura, dolorosa, que ha expuesto a una sociedad profundamente dividida y pesimista. Dar un paso al frente por la defensa de los derechos de las minorías es una apuesta brillante y valerosa en un país de cismáticos, homófobos y misóginos. Así que no hay duda de que vale la pena este esfuerzo, que si persiste, probará que se han puesto del lado correcto de la historia, poniendo sus mejores recursos en defensa de los más vulnerables.
No es difícil entender por qué invertir en una campaña publicitaria es tan importante. Basta con echar un vistazo para percatarse de que estos son tiempos de odio. Ahora mismo en Ucrania están cazando (sí, con Z) homosexuales. En Estados Unidos, que ha sido el faro universal en la defensa de las libertades, y de lejos el mayor patrocinador de la acción humanitaria en el mundo, se están pasando varias propuestas legislativas que significarían retrocesos de décadas en materia de garantías y libertades. Vivimos en un tiempo de oscurantismo, de líderes que se alzan sobre los odios, la ignorancia y los miedos de sus bases constituyentes.
Todos estos “defensores de la familia”
no hablan en el nombre de Dios,
sino de su propio odio
Colombia no escapa de esta corriente mundial, y con ella, de darle cabida a una nueva ola de violencia sistemática. Que nadie se equivoque: todos estos “defensores de la familia” no hablan en el nombre de Dios, sino de su propio odio. No se puede amar y seguir a Cristo y a la vez juzgar, condenar y odiar de esa manera. Muy agradecidos deberían sentirse de que no se les aplique su propia regla, porque entonces su destino no sería otro que el arder en la 6 fosa del 8 círculo del infierno en el que Dante se encuentra con los hipócritas y los neutrales, junto a Catalano, Loderingo y uno que otro ex congresista.
La realidad de Colombia es muy distinta a la fantasía de las familias perfectas. El país registra una de las tasas de divorcio y separaciones más altas del mundo. Las parejas ya no optan por casarse, y en la mayoría de los casos, no sobrepasan el promedio de los 15 años de convivencia. Paradójicamente, al reivindicar su derecho a formar una familia, la comunidad LGTBI está defendiendo el principio más cristiano de todos: el derecho a amar y ser amado, a realizar ese amor en el compromiso de fundar un hogar, y a través de él luchar por la felicidad. Cualquiera que tenga la dicha de tener un hogar, o haya vivido el milagro de recibir el amor de sus padres, sus hermanos o sus hijos, sabe que ese amor y esa ternura que cultivamos todos los días, es lo único que nos preserva de la maldad y el horror, y nos proporciona las fuerzas para ser mejores.
Por eso, esta campaña es tan importante. Este país debe refundarse sobre el compromiso de proteger a las familias como son y por lo que son: las bases de la solidaridad y el pacto social. Es vital que todas las fuerzas progresistas, desde todos los sectores, abierta y activamente hablen, renuncien a sus falsas neutralidades y defiendan los valores de progreso, prosperidad, inclusión y libertad. Si algo nos enseña el estado actual del mundo es que los derechos fundamentales son una conquista que estamos obligados a defender permanentemente.