Cuando todo iba mal Isabel II se refugiaba en Balmoral. Situado en Aberdeenshire en Escocia, es usado por la corona británica desde 1385 cuando el rey Roberto II lo usó como pabellón de caza. Sin embargo sólo hasta sus abuelos, la reina Victoria y el príncipe Alberto pagaron 30 mil libras en 1848 por las 2.000 hectáreas que rodean el castillo.
Justo cuando las bombas alemanas caían sobre Londres, un efisema pulmonar mataba al fumador Jorge VI, su papá. No era un buen momento para entronizarse como reina. Tenía 26 años y se acababa de casar con el Príncipe de Edumburgo. Plena luna de miel y le tocaba, en 1942, enfrentar a la fuerza más malvada y devastadora que había pastado la tierra desde Gengis Khan. De la mano de Wiston Churchill, su primer ministro, aprendió todo lo que tenía que saber de política, se le plantó a Hitler y fue forjando su carácter. Ahí, en los pasillos del milenario castillo, Churchill, con su perenne tufillo a ginebra, fue el primero de los ministros que invitó a su lugar favorito.
Uno de los pocos plebeyos que estuvieron cerca de ella fue Porshie, su fiel sirviente. Él rebeló cuales eran los lugares favoritos de la reina y los objetos que más apreciaba de la propiedad. Uno de los cuadros tenía una fuerte conexión con ella, se trataba del cuadro Victoria y John Brown, el fiel sirviente de la emblemática y conservadora reina. El cuadro estaba ubicado a un costado de la chimenea.
Un reloj de sobremesa Luis XIV coronada por una efigie de la diosa Minerva era de los objetos más queridos por Isabel II
Sin embargo el jardín que cultivó en la parte trasera del castillo el propio Duque de Edimburgo era uno de los lugares donde más pasaba el tiempo Isabel. Desde abril del 2021 la contemplación le había dado paso a la nsotalgia después de que su compañero por más de 70 años partiera.
Pasaron guerras, los escándalos de sus hijos, el romance de Carlos con Camila Parker y las acusaciones contra Andrés y sus fiestas con menores de edad en la isla privada de Jeffrey Epstein. Sin embargo los días más confusos de la reina fueron las dos semanas que se sucedieron al 31 de agosto de 1997 cuando en un túnel de París su ex yerna, Diana de Gales, moría en un accidente automovolístico en un intento por escapar de los paparazi que recibían sudorosos fajos de dólares por alguna de sus fotos. Otra vez Isabel se refugió en Balmoral, con sus dos nietos Harry y William y su hijo Carlos que le suplicaba, como buena parte del pueblo británico, que diera una declaración oficial y entierros de monarca a Lady Di.
Manejando su propio Jeep, con mas de 70 años encima, la reina pasaba las horas yendo de caza en los highlanders, buscando un ciervo con cuernos de cinco puntas para aliviar su tribulación. Mientras tanto el palacio de Buckingham se llenaba de cientos de miles de flores y mensajes en donde le suplicaban a la reina que saliera a dar un comunicado a todo el país y ofrecerle funerales de monarca a Lady Di. Fue la peor crisis de popularidad que vivió Isabel II. Todos empezaron a odiar a la monarquía y los fanáticos de las teorías conspirativas, hablaban de que los Windsor habían orquestado su muerte. La oportuna intervención y consejo de su primer ministro, Tony Blair, impidió la catástrofe.
Desde entonces Isabel II se convirtió en una imagen unánimemente respetada y querida por los ingleses. A sus 96 años, y después de 70 años de reinado, dejará una huella imborrable. Balmoral verá pasear su fantasma por sus pasillos. La conexión fue absoluta.
