Bala perdida mata niño

Bala perdida mata niño

"Yo aún no entiendo cómo les llaman balas perdidas a esas que matan a los niños, mientras juegan a distraer el hambre en el áspero ambiente de las comunas"

Por: Javier Hernández Ramírez
junio 14, 2022
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Bala perdida mata niño
Fotos: Canva

¡Mentísmente, so hi...nfeliz! Así dicen los montañeros de mi pueblo. cuando se emp… nojan. Hoy lo repito yo, amordazando algo de la rabia y el dolor que siento, pues, hace unos días, nuevamente, en la primera página de un periódico vi el doloroso titular que aparece cíclicamente: “Bala perdida mata niño”.

Yo aún no entiendo cómo a las balas con las que matan a los niños mientras juegan a distraer el hambre en el áspero ambiente de las comunas que rodean la urbe, las llaman balas perdidas. ¡Malditos!

Asesinan a un niño inocente, a sus locuras hermosas, y en el colmo del cinismo a que hemos llegado, le echan la culpa al azar. ¡Bala perdida mató niño! En la absurda lotería de la vida, lo único que logra ganarse el “agraciado” niño del tugurio es una maldita bala perdida.

Si no fuera tan grotesco y doloroso el asunto, hasta podría dársele vueltas y especular con él. Pero no, es demasiado grave, diciente y peligroso. Y doloroso. El caso es que las comunas están llenas armas, y de jóvenes, se diría que cuasi niños, en poder de ellas. Grave problema. Terrible problema. Son la carne de cañón de las bandas. Es el único mercado laboral al que acceden fácilmente. Por eso pululan allí los matones que, sin esperanza ni oportunidades distintas a la violencia, las más de las veces, eligen como forma de vida, vivir de un arma…y del miedo de sus prójimos. A falta de un empleo ponen su propia empresa de terror.

Rechazados y desadaptados, juegan a ser bravos y duros con un arma en la mano y en su enorme ignorancia, disparan a destajo y sin mirar donde caen sus heraldos de muerte. Así, allí en el barrio tristón en donde todo falta y los niños son color parafina por el hambre… sobran balas rifadas al azar, y son muchos los pichones de vida mueren violentamente, antes de poder estrenar sus alas, al tropezar con ellas.

Claro está que no todos los que mueren entre la pobreza, son inocentes, Cierto es que algunos sin otro horizonte, buscan el feroz final que interrumpe sus angustiadas  vidas, cuando, en medio de la necesidad y el desempleo que azota las comunas, hallan en la violencia y el rebusque peligroso, un camino corto hacia la muerte. Todo porque en los duros días que corren, las gentes difíciles mueren fácilmente. Todos sabemos eso.

Y es que las armas son mercancía de curso corriente en la violenta ciudad que habitamos. Eso también lo sabemos todos...pero ¿qué hacemos para evitarlo? Hay casas en las que muchas veces falta para una panela, pero pueden guardar encaletadas costosas y sofisticadas armas que sirven de “herramienta pa ganar el pan”. El pan del horror. Eso también se sabe. Pero saberlo no basta. La pregunta es: ¿qué podemos hacer?

Sin educación adecuada y sin oportunidades de empleo, la vida en las comunas es muy, muy difícil. La estrechez y el hambre son muy malas consejeras. Con las necesidades familiares apretando, mucho joven sano y de buena índole está siendo tentado por el delito...y por las armas que pululan cerca de la miseria en que ellos habitan. Resultado: en cualquier esquina de las comunas se exhiben, se venden y se prueban armas. Lo que es peor, se disparan a cualquier lado por fanfarronear o amedrentar en forma irresponsable y criminal.

Eso cuando no se trata de los temidos “cortes de cuentas” entre bandas o individuos que también disparan a destajo y en forma igual de irresponsable...enviando “balas perdidas” a que muerdan carne de angustia y pobreza inocente. Ese día murió otro niño en una de nuestras violentas comunas. Pero no murió peleando una de sus propias batallas por sobrevivir a la miseria. No, amigo, murió en una batalla ajena y sin saber que alguien cerca, enloquecido de odio y con una costosa arma a la mano, aunque aún no tuviera asegurado el almuerzo gastaba una pequeña fortuna en balas.

Ese día, cuando tal vez soñaba con sobrevivir al presente, le mataron el futuro. Era apenas un niño y solo disfrutó unos pocos soles y una que otra lluvia de verano. Quizá antes de morir, absurdamente, no supo mucho de satisfacciones personales, propias de su edad de ilusión.

Lo que sí entendió bastante fue sobre las negaciones cotidianas en casa, pues papá (si aún no se había ido) no tenía trabajo; y mamá que a veces es más que un varón para frentearle a la vida, no gana lo que merece por su esfuerzo, ni pudo darle nada de lo que ella soñó para su hijo del alma. Murió muy niño.

Se fue sin estrenar el mundo que vislumbró su fantasía infantil: “cuando papá tenga empleo fijo y a mamá le paguen lo justo, ahí si me compran esos tenis blancos que vimos en el centro. Deje y verá...deje y verá”, si deje y verá. Pero no pudo verlos ni lucirlos...se murió lleno de sueños irrealizados.

¿Qué es lo que como sociedad responsable del mañana haremos para que algunos de ellos alcancen a realizar parte de sus no muy exóticos sueños, y para evitar o al menos disminuir tan altos índices de odio, resentimiento y violencia, en las comunas?

Una respuesta pronta y simple sería, ampliar las oportunidades para una Educación completa y pertinente que genere empleos y salarios justos. Nada de otro mundo. Esa sería una primera respuesta adecuada al clamor angustioso de todos aquellos que en medio de la desesperanza van a caer en brazos de la violencia y la esparcen como contagiosa sarna, pues se toma la primera “oferta” para solventar las necesidades que apremian cotidianamente. ¿Quién llegará primero a esos jóvenes: ¿el Estado o el capo del barrio?

No esperemos un nuevo y doloroso titular en los diarios: “Bala perdida mata niño” No más.

Tampoco nos engañemos. Las malditas balas que traen los traficantes desde los países desarrollados nunca se pierden, pues van a dar, certeras, en las humanidades de los colombianos que enterramos todos los días.

NO existen balas perdidas... “mentísmente hi...nfelíz”

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