A propósito de la Feria de Cali, de la polémica sobre la falta o no de la cabalgata como parte de la narcocultura y el maltrato animal, yo hago otro cuestionamiento sobre la privatización de esta expresión cultural de origen popular que es el Salsódromo y la inequidad frente a la explotación laboral de la que son víctimas los bailarines, quienes son los protagonistas de dicho espectáculo.
Hace unos días conocí de casualidad en el sitio donde me ejercito regularmente a una chica que es bailarina, quien participó dos veces de dicha parada. Me relató que la participación de los danzantes era obligatoria, la falta a los ensayos era castigada con multas y la paga no compensaba ni siquiera para pagar los zapatos que se rompían durante el desfile. Mucho menos incluía la afiliación a un seguro médico donde le pudieran atender las ampollas y lesiones en los pies, ni las quemaduras de piel por exposición a los rayos solares, ni la consecuente incapacidad laboral.
¿Realmente fue un buen cambio del maltrato animal al maltrato humano? Al igual que duele ver como hoy en día las carretillas que antes eran llevadas por equinos, son acarreadas por seres humanos, en su mayoría ancianos que están expuestos al inclemente sol de nuestra ciudad y al tránsito vehicular. Duele darse cuenta que detrás de las candilejas, las coreografías, los trajes y toda esa mise en place, se repite la historia del payaso, que ríe ante el público, aunque llore por dentro.
Paola Osorio Moreno
De bailarines a esclavos en la Feria de Cali
¿Realmente fue un buen cambio del maltrato animal al maltrato humano?
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