Sobre las malas costumbres alimenticias que predominan en la mayoría de la población colombiana "con hambre en medio de la abundancia", nada tan ilustrativo como la anécdota que nos sucedió con la gallada de adolescencia en Santander de Quilichao, cuando los fines de semana y en vacaciones acostumbrábamos a salir de caminata, pesca, "arrosequeada" y baño a los ríos cercanos. Recuerdo que una mañana soleada de verano después de caminar cerca de cuatro kilómetros al sur, rumbo a Dominguillo, a orillas del río Quinamayó, donde en tiempos de la colonia los Arboleda tuvieron un importante asentamiento de esclavos para explotar oro con el que fundieron muchas custodias y ornamentos que exhiben en el Museo de Arte Religioso de Popayán, arrimamos a una tienda y al lado había una casa con techo de paja, en cuyo frente había un papayo cargado con suculentos frutos.
—A cómo las papayas?— pregunté.
—A veinte pesos cada una— contestó el joven que nos atendió.
Hicimos vaca entre todos y le dije "Bájenos esas tres". En seguida las pelamos y mientras las repartíamos, observé con asombró, que él que nos las vendió, arrimaba a la tienda a comprar una manzana Postobón, que entonces valía veinte pesos y cuya publicidad en un afiche pegado en la descascarada pared de la tienda mostraba a un grupo de elegantes y sonrientes jóvenes citadinos con las botellas en alto. Pensaba que mucho más refrescante y alimenticia para él y su familia habría sido la papaya si la hubieran consumido y no vendido y también recordaba cómo dejaban podrir en el árbol y en suelo las naranjas, limones y mangos que abundaban durante las épocas de cosecha y que ellas consumiéndolas o procesándolas en pulpa o mermeladas mejorarían los ingresos y su alimentación con azúcar, micronutrientes y vitaminas naturales que serían la mejor prevención contra numerosas enfermedades infecciosas y de todo tipo.
Este recuerdo me revive cuando leo en la edición en español del New York Times, el artículo:
"Nos silenciaron": La lucha en Colombia por gravar las bebidas azucaradas, que libran en el país y en todo el mundo, activistas contra el consumo masivo de las bebidas azucaradas causantes de obesidad, diabetes y graves enfermedades que cada vez afectan más a millones de niños y adultos de toda el planeta, bombardeados por la avalancha de propaganda difundida masivamente por las multinacionales fabricantes de gaseosas y comida chatarra.
Con mayor razón capta mi interés el informe firmado por Andrew Jacobs y Matt Richtel, cuando veo una foto de la doctora payanesa egresada de la universidad del Cauca, Esperanza Cerón entrevistada por el NYT acerca de la persecución que sufrió Educar Consumidores, en su lucha por educar a la población sobre los perjuicios que causa el exceso de consumo de bebidas azucaradas y en el apoyo a la propuesta al Congreso del ministro de salud Alejandro Gaviria por proponer, dentro de los artículos de la reciente reforma tributaria, un impuesto del 20% al consumo de bebidas azucaradas entre ellas las gaseosas y el cual fue negado por los congresistas financiados por ingenios azucareros y poderosos grupos económicos.
Más adelante la información continúa: Todo comenzó con llamadas amenazantes, fallas extrañas en las computadoras de la oficina y hombres en autos estacionados que le tomaban fotografías a la entrada de la sede del pequeño grupo de defensa de los consumidores.
Poco después, Esperanza Cerón, la directora del grupo, notó que dos hombres a bordo de una motocicleta seguían su sedán Chevy durante el recorrido del trabajo a su casa. No sabía quiénes eran y trató de perderlos en el tráfico de la hora pico en Bogotá, pero la alcanzaron y se pusieron a los costados de su auto mientras le golpeaban las ventanas.
“Si no se calla la boca, ya sabe cuáles van a ser las consecuencias”, le gritó uno de los hombres, según explicó Cerón en una entrevista reciente.
El episodio, que Cerón le informó a las autoridades de la fiscalía, recordaba la intimidación que se usaba contra quienes desafiaban a los carteles de la droga que en el pasado dominaron a Colombia. Sin embargo, el narcotráfico no era el blanco de Cerón y sus colegas. Su trabajo había molestado a otra industria multimillonaria: los fabricantes de refrescos y otras bebidas azucaradas”.
La obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, el monocultivo de caña de azúcar ahogando frutales, cultivos como el arroz, sorgo, millo, fauna y flora nativa; los congresistas comprados por grandes grupos económicos; el monopolio de industrias y medios de comunicación etc, etc, todo revuelto en un salpicón saturado de azúcar, obesidad, diabetes y EPS ladronas.