Los Montes de María es una subregión que se encuentra entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Está compuesta por una serie de cadenas de montañas que proporcionan una variedad de entornos y ecosistemas a las comunidades que allí habitan, las que en algún tiempo estuvieron constituidas exclusivamente por indígenas zenús, pero en las que hoy convive toda clase de población. Ha sido por tradición territorio agrícola que cultiva productos de pancoger como yuca, ñame, maíz, arroz y cacao, además de tabaco. Ubicada a tan solo tres horas de centros urbanos tan importantes como Cartagena y Barranquilla, esta subregión es, sin duda, un claro ejemplo de lo que es nuestra sufrida Colombia, ya que ha sido víctima del conflicto social, político, cultural, económico y armado, pero ahora también sufre los estragos de la naturaleza y sus bruscos cambios climáticos.
Visitando la zona rural de los municipios de Ovejas y Chalán uno se percata de la magnitud de la desidia estatal lo que, sin duda, puede convertirse en una férrea evidencia de la paz que busca el Estado y la oligarquía colombiana, porque mientras hablan de “desarrollo” y “progreso” de todos los colombianos a partir de la “modernización del país”, el respeto a sus instituciones y la consolidación del modelo económico, en estos rincones se encuentran niños padeciendo limitaciones en servicios a los que muy gustosamente acceden otros en las grandes urbes. ¿Es admisible decir que se viene implementando toda una revolución educativa cuando en la vereda Alemania del municipio de Ovejas se encuentra una escuela rural con solo un aula y un docente?
Pero lo de la escuela es de las cosas “menos” graves, porque igual a los pobres nos ha tocado dar clases hasta debajo de árboles para poder aprender algo y no dejarnos meter las manos en la boca tan dócilmente por la minoría que hoy controla las riendas de la nación. Lo más precario está en cómo comunidades enteras que han sufrido amargamente los estragos de la vigente doctrina militar, que recuerdan como si fuera ayer las torturas, masacres, desplazamientos, detenciones injustas, desapariciones, etc., hoy nuevamente vean amenazado sus vidas, esta vez no solo por las bombas, sino también por el hambre, por la física hambre.
Dice la Biblia, en el libro de Génesis, que cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por haber desobedecido los designios divinos Dios castigó al hombre condenándolo a trabajar duramente la tierra para poder conseguir el pan de cada día, pero, al parecer, en esta era esa maldición ha sido eliminada para unos y profundizada para otros. Es curioso ver que aquellos que solían cultivar la tierra para cosechar alimentos hoy estén mendigando por ellos. Es normal ver a campesinos en los cascos urbanos fiando en las tiendas o prestando algunos pesitos para comprar algo de arroz y harina para hacer arepas que mitiguen el hambre que produce la quema de calorías en el trabajo rural, porque a pesar de la sequía estas comunidades han sido obstinadas y se han negado a darse por vencidas y, como pueden, tratan de salvar algo de lo cultivado. Y para no dejar de lado a los que al parecer por el poder del dinero fueron absueltos de la maldición, cabe recordar que son ellos los dueños de muchas tierras, las cuales están sin usufructuar pero, pese a ello, comen sus tres muy balanceadas raciones al día.
Es fuerte, muy fuerte el verano que azota a gran parte de los Montes de María. La sequía ha hecho que se sequen los pozos, que ya no fluyan los arroyos, por lo que el acceso al agua potable se ha vuelto en un calvario para la mayoría de sus comunidades y como derivado los animales mueren de a poco, así como las tierras aradas y cultivadas son hoy verdaderos cementerios del agro, tierras que tienden a parecerse mucho a las de otra zona muy empobrecida de la región Caribe: el desierto de La Guajira.
¿Es posible detener una sequía? No.
¿Se puede responsabilizar a alguien por este flagelo? Sí.
Es evidente que no hay modo de repeler el cambio climático al cual nuestras sociedades consumistas y contaminantes han condenado a las presentes y a las futuras generaciones, pero no cabe duda de que estos fenómenos ya no cogen a nadie por sorpresa y que ágilmente los entes territoriales, así como las entidades a las cuales les corresponde el tema ambiental, económico y agrario, podrían haber creado planes de contingencia para mitigar los daños colaterales que esta falta agobiante de agua está produciendo en la re-victimizada población montemariana. Se evidencia así la falta de iniciativa y voluntad política por parte de las alcaldías municipales y las gobernaciones, en este caso de Ovejas, Chalán y Sucre, del mismo modo la ausencia de funcionarios capaces de hacer un buen trabajo, pero igual el olvido al que el Estado colombiano ha condenado a estos otros colombianos, al parecer de menor rango que aquellos que frecuentan la Casa de Nariño, clubes y las grandes cadenas empresariales.
Por eso digo que en Los Montes de María se aplica el modelo de paz del Estado, ese mismo que como dijo el señor Santos: “La conseguimos a las buenas o a las malas”, puesto que esta subregión está desamparada y completamente expuesta a megaproyectos como los monocultivos de teca, de palma africana, de explotación de gas y exploración de yacimientos petrolíferos sin control ni veeduría, es decir, beneficiando a unos pocos en detrimento de la gran mayoría. Dicen que la excusa del atraso es la guerra adelantada por las insurgencias, pero en Los Montes de María hace años no hay presencia guerrillera debido a la gran arremetida de las FF.MM., los Paramilitares y las Instituciones de Justicia, que a punta de atroces campañas que costaron la vida de miles de personas, así como el rompimiento del tejido humano, lograron sacar a la insurgencia y todo aquello que según ellos olía a subversión, es decir, las comunidades organizadas.
Sin embargo, y pese a la constante estigmatización, muchos campesinos e indígenas se vienen levantando de a poco con el propósito de velar por la dignidad y una íntegra restauración de la golpeada subregión de los Montes de María. Ellos tienen las agallas, la experiencia y ya han conocido el horror, por lo cual dudo mucho que teman a algo, pero necesitan de nuestra ayuda, esperan que desde las ciudades podamos acompañarles y hacerles menos tortuoso el camino que conduce a la restauración de sus derechos y pleno disfrute de su entorno y territorios. Un inicio sería el de brindar apoyo, ayuda en alimentos, medicamentos y enseres para resistir los estragos de la sequía y el abandono del Estado, pero también la invitación es ir a los Montes de María, adentrarse en sus mágicos territorios y conocer en carne propia las precarias condiciones de vida de sus habitantes y así construir nuestra propuesta de paz, la de la justicia social, igualdad y garantías para todos los colombianos sin discriminación alguna.
¡Salvemos los Montes de María!