¡Tranquilos! No soy xenofóbico, pero, al igual que a muchos compatriotas, el ingreso legal o ilegal de extranjeros del lado derecho de nuestro mapa (para evitar estigmatizaciones, no podemos referirnos a ellos como venecos) me preocupa.
Su llegada ha generado infinidad de reacciones, ya sea para ayudarlos o para satanizarlos, todo depende de la experiencia personal. Por ejemplo, he tenido la fortuna de brindar un pan o una bebida caliente de apoyo a quienes transitan el país por nuestras carreteras o aquellos que deambulan por nuestras ciudades, pero también he tenido la nefasta experiencia de auxiliar a un compatriota que ha sido herido con arma blanca al ser atacado por un extranjero que buscaba robarle sus pertenencias.
Esta y muchas más situaciones nos hacen reevaluar si vale la pena seguir ayudando y si esto realmente genera algo significativo o se vuelve la excusa perfecta para opinar, criticar y reprochar de un país que no conocemos, argumentando que allá tienen un mal gobierno.
Sin embargo, algo sí tengo claro, sin buscar un punto de referencia geopolítico, aquí no estamos en un paraíso económico y social que nos permita mirar por encima del hombro al extranjero y tener la osadía de humillarlos por lo que se ven obligados a hacer fuera de su país.
Para mí, solo vislumbramos un futuro cercano, donde la falta de oportunidades nos impulsan a trabajar sin las mejores condiciones laborales o permear nuestra escala de valores, dando pie para esa palpable corrupción que todos los días tiene titulares en las noticias, al incremento de la delincuencia y a pensar en dejar atrás todo lo que nos hace colombianos.
Odiamos que en otros países nos relacionen con narcotráfico, putas, violencia, corrupción, entre otros, pero estando aquí no dejamos de mostrar que con alguna de ellas podemos obtener cualquier cosa... Pues que lindo ejemplo damos.
Por eso la masiva llegada de nuestros vecinos solo demostró que como sociedad nos falta mucho para llegar a donde se supone que pensamos llegar.