La farandulización y banalización de la política es una peste que todo lo invade. Los pobres, sean niños o ancianos, llámense Edwin o doña Mercedes, no escapan a esta perversa e inhumana empresa. Cosechar fama y votos a costillas de ellos es un productivo negocio electoral.
Todos recordamos las imágenes del presidente Santos alzando en el 2011 un niño que padecía de enanismo, en realidad era un joven que tenía 24 años. Su nombre, para quienes ya lo olvidaron, era Edwin Niño Hernández, medía solo 70 centímetros, pesaba 22 libras y ostentaba el Record Guinness de ser el hombre más pequeño del mundo. Era pobre, bogotano para más señas y vivía en un miserable barrio de Bosa.
Un personaje ideal para los asesores de imagen de cualquier presidente tercermundista. El júbilo de los colombianos por tener como compatriota al hombre más pequeño del mundo fue capitalizado rápidamente por los asesores del presidente Santos. Es quizá el primer pobre, y enano además, que ha ingresado en la Casa de Nariño por la puerta grande. El único que ha sido alzado por un presidente en ejercicio, rodeado y consentido, además, por toda la familia presidencial en el Salón de los Gobelinos. Un hito en nuestra historia presidencial republicana. La fama nacional e internacional de Edwin fue acrecentada por caricaturistas, fotógrafos con ojo tierno, columnistas de lo obvio y de actualidad, cronistas de elevada sensibilidad humana.
Dolorosamente para Edwin y por fortuna para Santos, su Record Guinness duró poco. Lo que demoran en agotarse las imágenes en Facebook. Su reinado solo fue de 6 meses, pues apareció un hombre más pequeño: un niño nepalí de 18 años de edad, con el tamaño de un recién nacido, llamado Chandra Bahadur Dangi, mide tan sólo 54,6 centímetros de estatura.
Nadie volvió a saber de Edwin, nunca más lo volvieron a invitar a Palacio, ya había demasiados fotos y vídeos, ya no era necesario para los propósitos de acrecentar la imagen del presidente como un hombre con sensibilidad especial, al borde de la lágrima, e interesado en los pobres. Ya no era útil, la campaña mediática había terminado exitosamente.
Como si fuera un destino manifiesto de los dioses, en su segundo gobierno Santos encontró un nuevo Edwin: doña Mechas, bautizada como Ana Mercedes Plata, pero que el país cariñosamente llama Doña Mercedes, la de Villavicencio.
Un lapsus lingues, oportunamente grabado en un vídeo, confundir a JuanMa con JuanPa, además de ser pobre y anciana, le valió su fama en la reñida contienda electoral. Los asesores de imagen y los comunicólogos de la campaña se la jugaron a fondo con doña Mechas: la empaquetaron en una bien calculada estrategia electoral con jugosos resultados.
El plan de medios resulto exitoso: todos a una convirtieron a Doña Mercedes en el oscuro objeto de sus columnas, de sus caricaturas, de sus crónicas y entrevista de hondo contenido humano, de sus fotos reveladoras y melodramáticas. En su discurso de celebración del triunfo, Santos II confirmó el éxito de Doña Mechas como señuelo electoral: “Esa abuelita tan llena de afecto que con su sinceridad nos alegró el final de esta campaña. Gracias. Vi en su rostro las huellas de la desigualdad y la guerra pero vi con ilusión que podemos construir un país más justo”. La heroína de Villavicencio nos había salvado de la pesadilla sin fin de Oscar Iván Zurriaga y de Álvaro Uribe.
El segundo capítulo de la Operación Doña Mechas, que puso en evidencia la manipulación y manoseo de la pobre anciana, fue el espectáculo de cursilería del Jet Set en la posesión de Santos. Todos se convirtieron en una suerte de Roy Barreras. La mayoría dejó ver, tras sus elegantes trajes, el lagarto que llevamos dentro todos los colombianos, solo es cuestión de que tengamos la oportunidad de mostrar el tamaño de nuestra cola. Aquí una muestra de las mejores poses con Doña Mechas
La lagartería esta vez no corrió únicamente por cuenta de la gente de bien del establecimiento, también la izquierda exquisita con sus turbantes, elegantes sastres o informales trajes Arturo Calle, se sumó a la improvisada maratón fotográfica en torno a doña Mechas. Todos querían con ella. Unos a la derecha, otros a la izquierda, ella siempre en el centro
Las fotos publicadas en todos los medios dan testimonio del lastimero y penoso espectáculo de la clase política y la “gente de bien” buscando desesperadamente una foto con la señora del traje azul cobalto, para todos “la más ‘titina’ de la posesión”.
A los pobres no se les invito ni siquiera a ver la posesión de lejitos. Desde sus casas pudieron ver a Doña Mechas, convertida en lo mejor del acto: la verdad los discursos fueron entre pésimo el uno y mediocre el otro. Los pobres se hubieran tomado la foto con Doña Mechas, con gusto y sin asco.
Bastaran seis semanas o seis meses para que doña Mechas caiga en el olvido de sus acuciosos compañeros de fotografía. Para que comparta desgracia con Edwin. Ya cumplió su papel, ya se le saco el jugo, ya está bien como personaje de y para la ocasión. Ella con algo de malicia y desconfianza ha decidido escribirle a Timochenko y a los negociadores de las Farc. Por algo será.