Ay, las universidades privadas... las que no se pongan las pilas se quiebran
Opinión

Ay, las universidades privadas... las que no se pongan las pilas se quiebran

Algunas universidades privadas están cometiendo el error de ofrecer este segundo semestre, con mucha virtualidad, al mismo costo de las presenciales. Costoso error que puede ser el camino a la quiebra

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julio 27, 2020
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La pandemia y el confinamiento, su dramático impacto sobre la economía y, por ende, en los ingresos de millones de hogares, ponen sobre el tapete una receta, digamos que típica en algunos actores: que los costos los paguen otros.

Algunas universidades privadas están cometiendo el grave error de ofrecer en el segundo semestre de 2020, caracterizado por fuertes dosis de virtualidad, al mismo costo de las presenciales, como si estuviéramos en el 2019. Error que les puede salir costoso y a algunas, representar el camino a la quiebra.

Excepto, si cambian, si están dispuestas a poner en práctica nuevos modelos de negocios.... y a cobrar menos. El de la presencialidad absoluta, anclada en absurdos costos fijos alrededor de los campus y los costosos edificios, está en crisis. El coronavirus solo ha sido catalizador de una crisis profunda que viene de atrás.

Hay, había, más o menos, 2.400.000 personas matriculadas en universidades e instituciones técnicas y tecnológicas en Colombia. De ellos, casi 1,6 millones estaban inscritas en universidades: un 90 % en pregrado y el resto haciendo especializaciones, magísteres y, unos pocos, doctorado.  Instituciones públicas y privadas de educación superior se reparten la matrícula más o menos por partes iguales.  En otras palabras, en comparación con países como Alemania, en los que la educación superior es ofrecida por universidades y colegios técnicos superiores públicos, el papel de la privada en Colombia tiene un peso determinante. Es en parte misterioso: ¿Cómo hacen los hogares para pagar los altos precios de las matrículas?

Parecía una historia de éxito: el número de estudiantes en la educación superior colombiana prácticamente se había triplicado en veinte años. Lo que la tecnocracia educativa denomina la “tasa de cobertura de la educación superior”, es decir, la proporción de los matriculados en pregrado respecto al número total de personas en el rango de edad entre 17 y 21 años, que pasó del 28 % al 52 % entre el 2005 el 2018, se había convertido en un indicador digno de ser exhibido; lejos del surcoreano, es cierto, aunque reflejo aparente de un progreso hacia una sociedad más educada.

Dejo a un lado en éstas observaciones a las universidades públicas, desfinanciadas, algunas presa de los clientelismos políticos locales, con las excepciones, por su alta calidad, de la Nacional, de Antioquia, del Valle e Industrial de Santander, que sacan la cara por el educación superior pública.

Alguien escribió el trino siguiente en estos días: “Tomé la decisión de no estudiar este semestre porque la Universidad XXX no bajó los costos de las matrículas, a pesar de que las clases serán virtuales.  Esto es un completo atropello. ¿Alguien más en la misma situación?”

Lejos de tratarse de un caso aislado, la matrícula en pregrado en las universidades privadas se ha desplomado en el segundo semestre de 2020 en todo el país. Sin que haya aún datos consolidados, algunos hablan de caídas que oscilan entre el 30 % y el 50 %. Golpe que jamás se hubieran imaginado los consejos superiores cuando aprobaron sus presupuestos a finales del 2019. Para el país podría representar un retroceso de cinco o más años en la tasa de cobertura de la educación superior.

La esperanza de algunos sigue todavía anclada en creer que la crisis se circunscribe al coronavirus; que, tarde o temprano, la pandemia pasará y se regresará a los tiempos mejores del pasado.

Nada más lejano de la realidad.

En lo inmediato, es obvio que las consideraciones de las familias y los estudiantes al tomar la decisión de no matricular, están referidas al desplome de los ingresos, por un lado y, por otro, al hecho desnudo de cotejar el costo de las clases virtuales (así haya modelos que buscan mezclar presencialidad y virtualidad) con los de la matrícula.  Aunque el espectro es amplio, pagar entre $ 5 millones y $ 25 millones (medicina) por estudiante por semestre en virtualidad no se compadece con la situación de los hogares en Colombia, que va para largo.

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Las universidades privadas deben cambiar de modelo.  Podrían ver la virtualidad como una oportunidad para cambiar la estructura de sus inversiones: más “soft”, menos edificios

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Las universidades privadas deben cambiar de modelo.  Podrían ver la virtualidad como una oportunidad para cambiar la estructura de sus inversiones: más “soft”, menos edificios (concentrándose en laboratorios). Lo requerido es la construcción de una gran fortaleza en dos bastiones: el primero, por supuesto, las platafornas digitales que permitan que la oferta educativa transcurra de forma fluida; el segundo, sin embargo, es el más importante: la formación de los docentes  para que ejerzan sus actividades en el escenario virtual.

Algunos consideran que formar docentes para la virtualidad es un asunto técnico digital.  Están equivocados. Es, principalmente, un tema de estrategias pedagógicas; de forma secundaria, de manejo mínimo de las herramientas digitales (que entre otras cosas, es el frente más sencillo de abordar).

Se cae de su peso que los costos unitarios en los escenarios virtuales tienen que ser menores y que la matrícula tiene que reducirse.

No obstante, el lío más grande de las universidades se relaciona con lo que los estudiantes aprenden y cómo acceden al conocimiento. Con excepciones, las universidades colombianas están lejos de apostarle a las que se consideran son las carreras y las competencias del futuro, que ya es el presente.  Profesiones en la economía verde, la ingeniería y la computación en la nube, el mercadeo y la producción de contenidos digitales, las carreras asociadas al cuidado humano en nuevas perspectivas, son sólo algunos de los ámbitos. La empatía, el trabajo en equipo, la formación de todos los días, el pensamiento crítico, son competencias que creemos son suplidas con los títulos arcaicos de siempre.

Mayor matrícula a menores costos para las familias, educación que le apunte a la sociedad del conocimiento, como lo han dicho lo sabios en su informe de ciencia y tecnología, colaboración, aprendizaje para toda una vida, virtualidad: son las claves.

 

 

 

 

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