¿Se arriesgaría usted a montar un avión manejado por un piloto que se ha formado a través de cursos virtuales, no tiene entrenamiento, es su primer vuelo y está allí sentado sencillamente porque es amigo del “gerente de la compañía de aviones”?
A menos de que usted sea irresponsable, no sepa que es un avión, o sea un suicida en potencia, es muy probable que su respuesta sea que ¡no!, que ni de fundas se montaría en ese avión, ya que la probabilidad de desastre sería extremadamente alta.
Si usted por descuido, ignorancia o desconocimiento se sube en ese avión, y lo que la probabilidad dice que puede pasar pasa, ¿a quién se puede quejar? (bueno, suponiendo que se puede quejar desde el más allá).
¿A quién le cabe la responsabilidad de los resultados que se dieron por, digámoslo, la irresponsabilidad de poner en manos de alguien inexperto el manejo de un medio que requiere alta competencia?
Desde luego la primera responsabilidad recae en el “gerente de la compañía de aviones”, y sin ser menor, pero en segundo lugar, la responsabilidad es del supuesto piloto. El no reconocer su incompetencia, lo hace en extremo responsable de los desastres que cause.
Desde este espacio se ha manifestado que existen tres grandes males en el manejo de lo público, la ineficiencia, la corrupción y la irresponsabilidad, sobre los cuales el sistema de control fiscal no ha podido actuar de manera eficaz.
La corrupción clara y llana es identificable, socialmente repudiable (y repudiada) y hasta objeto de profundas manifestaciones (para la foto, generalmente), de pomposos anuncios para combatirla (je, je), que solo se quedan, repase la historia, en esos anuncios y esas fotos.
Y si no hay acciones decididas, respuesta y resultados palpables contra esa corrupción clara y llana, ¿qué podemos esperar de esa corrupción oculta, esa mala práctica asociada con el negocio de lealtades, que se identifica con el caso de nuestros amigos de los aviones?
La calidad, efectividad y resultados de la gerencia de lo público en Colombia no son consistentes con las condiciones, las técnicas los recursos que se le han dispuesto. Dicha gerencia ha deshecho, destruido, desviado y mal utilizado incontables recursos y posibilidades que pertenecían (ya no existen) al conjunto de la sociedad.
La continuación y aún la perpetuación de malas prácticas es una manifestación de la corrupción, emanada de la falta de idoneidad técnica, la (i)responsabilidad y el (no) compromiso hacia lo comunitario (o social). Pero tal vez uno de los factores que más incide en la mala gerencia de lo público es el ejercicio deformado de la lealtad.
Es muy corriente que en el sector público se localicen en puestos de decisión personajes venidos del mundillo de la política, sin mayores capacidades, excepto la capacidad de genuflexión o de repago de favores al “gerente de los aviones”.
La administración o gerencia de lo público ha estado afectada de manera profunda por el manejo político que administra inteligentemente la lealtad. Esto es, los más altos cargos de asignación de las instituciones del Estado en los que recae la dirección corporativa e institucional obedecen a intenciones de generar, mantener, sostener y perpetuar privilegios, antes que por la orientación al servicio, o derivada de las capacidades para la generación de resultados eficientes de los funcionarios asignados. Y este comportamiento pone punto, es objeto de replicación al interior de los organismos y se recrea en la toma de decisiones que favorecen los intereses particulares de algunos, por lo general miembros del círculo de lealtades.
Esto que es evidente, es mal de muchos y silencio de tontos.
Es en extremo delicado que persones que tienen en sus manos decisiones que pueden y que afectan la vida de miles o quizá millones de personas, asuman o los hagan asumir cargos de enormes responsabilidad sin ser los más adecuados. Y más que irresponsable, esta conducta, es en extremo deshonesta.
Si no es racional el poner a pilotar un avión a un incompetente, que a lo sumo afectaría a unos pocos de cientos de personas, ¿por qué es socialmente aceptado que ese “gerente de los aviones” y ese irresponsable aviador de mentiritas, afecten muchas vidas más?
La sociedad debe hacerse consiente de este fenómeno, que ha estado y permanecido ahí, sin que se llame de una alarma del tamaño de los daños que se están causando. Muchos aviones y “gerentes de aviones” están haciendo de lo suyo y no responden por los daños que sus decisiones han tenido y que seguirán teniendo.
Y eso que en nuestro ejemplo, el mentado piloto al menos estudó por correspondencia.
La responsabilidad
En Colombia, el manejo de lo público está caracterizado por una cultura de elusión de las responsabilidades, mediante un juego en el que concurren y se confunden los conceptos de responsabilidad, daño y culpa. Así, la responsabilidad y la culpa están vinculadas en un ciclo que termina extinguiendo la obligación de resarcir los daños causados. En la mejor de la condiciones, se asume la responsabilidad (política) que es lo mismo que nada, pero sin responder por los daños: nuestros protagonistas quedan habilitados para seguir con sus prácticas y escalar más y mejores dignidades.
Frente a esta situación, en la cual no querer hacer daño es la excusa perfecta para no responder por lo causado, es necesario crear un verdadero juicio de responsabilidad que determine y ponga fuera de juego ese excelso club de aviadores (¿o serán aviones?), que sin saber volar, vuelan de puesto en puesto de la gerencia de lo público, sin añadir valor, pero por el contrario, acabando con importantes recursos públicos. Y por ese camino afectando, la vida y las posibilidades de vida de miles y quizá millones de personas.
Un juicio sobre resultados (equivalente al antiquísimo juicio de residencia), para los nóveles pilotos, que pusiera “out” a los más incompetentes, es una necesidad imperiosa para que piloteen solo aquellos que lo hagan bien. Y no para aquellos amigos del gerente de los aviones.
Juicio de responsabilidades de resultados. Por favor.