– ¿Qué se te ocurre? – me pregunta.
– ¿En qué sentido? –digo como para ganar tiempo.
– En general –dice él para perderlo.
La verdad no sé qué decirte, le digo. Leo el titulo para inspirarme: “San Andrés la romántica”. Me pregunto cómo habrá llegado a la conclusión el diseñador de la revista que San Andrés es un lugar romántico, cuando lo único constatable es que están cada día más cerca de pertenecer a Nicaragua. Como el vecino de asiento continúa observándome con expresión interrogativa, fuerzo un poco la vista y descubro a la izquierda de la imagen un fantasma que atraviesa los cielos nicaragüenses en dirección a la pareja, que ni lo ven ni lo sienten. Un fantasma, quizá con coartada de carácter óptico, mezclado con los turistas a plena luz del día y en el mismísimo Johnny Cay. No vemos más cosas porque vivimos poco atentos a lo que sucede a nuestro alrededor. Quizá se trate del fantasma de un familiar de la supuesta pareja. Estoy a punto de revelarle al desconocido mi descubrimiento, cuando me interrumpe:
– ¿No te das cuenta? –dice.
– ¿De qué? –digo.
–De que el hombre de la imagen soy yo.
Dicho esto se acerca un poco para que lo vea y me parece que no es él. Pero asiento con un murmullo de compromiso para no contrariarle.
Entonces agrega:
– ¿Sabes, lo raro?
–No.
–Que esta mujer no es mi esposa, ni mi novia. ¿Qué podría estar haciendo yo en una playa de San Andrés con una desconocida?
Miro alrededor para buscar una silla libre, pero todas están ocupadas. La verdad es que tengo un poco de miedo.