Un insulto a un motociclista que en un trancón por las calles bogotanas se trepó a la acera y estuvo a punto de arrollarlo es el punto de partida para darle un vuelco a la rutina del taxidermista, que por tradición continuó con el oficio de su abuelo y padre.
El persistente dolor en las costillas que le causó los golpes con el casco que le propinó el agresivo conductor y la radiografía que le toman para descartar una fisura, desencadena una conmoción en su vida, al descubrirle “una mancha circular de cinco centímetros de diámetro, alojada en el lóbulo superior del pulmón derecho”.
A pesar de afrontar una crisis económica por el pronto vencimiento de una hipoteca sobre su casa, entra en duda, si aceptar o no, la oferta de un rico hacendado llanero para disecar y revivir con su arte y artificios a Saturno, el imponente semental ganador de exposiciones equinas, al que después de un aplazado viaje hacia los llanos orientales, lo llevan a conocer, antes de aplicarle la eutanasia, desahuciado por un tumor cancerígeno que le encontraron.
Con la duda sobre el origen de las implicaciones de “la mancha circular” en su pulmón derecho, inconscientemente empieza a compararse con los cadáveres de mamíferos y aves, a los que en medio de dioramas trata de prodigar movimiento, después de horas de curtir, retocar pieles y rellenar dentro de armazones de madera y metal el espacio que ocuparon órganos, líquidos, cartílagos, grasa, huesos, plumas y piel, y que al instalarles ojos de vidrio, intenta insuflar el espíritu vital y movimiento que nos despierte admiración al apreciarlos en el museo o sala privada donde son exhibidos.
El repaso de su vida y el momento de soledad en que se encuentra al terminar una relación con Raquel quien se encuentra lejos y posiblemente con nueva compañía, la reciente muerte de su hermano Alejandro, los trabajos pendientes para “darles vida” retocando y acomodando los cuerpos de guacamayos y otras aves que se encuentran en su taller, trastocan las urgencias y pensamientos del taxidermista que inconscientemente presiente la muerte.
Son los azares de la vida y la muerte, como el haber encontrado la novela Aves inmóviles, escrita por Julio Paredes entre 2017 y 2019, y recordar que al escritor lo conocí, sin haber hablado con él, cuando a cargo de la exposición de libros, estuvo encabezando el equipo de la universidad de Los Andes, que asistió a la primera versión de Popayán Ciudad Libro, en noviembre de 2019.
Recuerdo su mirada penetrante de búho y observador meticuloso, al que no alcancé a escuchar en su intervención durante la Feria del Libro de Popayán, ni tampoco había leído, pero al que accidentalmente me atreví a leer, al encontrarme Aves inmóviles sobre una mesa de la biblioteca del Banco de la República, de Popayán, a la espera de ser ubicado en su anaquel, o que un lector inesperado despliegue las alas inmóviles de sus hojas para poner a volar su imaginación.
Más, al recordar que hace algún tiempo escuché la noticia de la muerte “del escritor Julio Paredes”, traductor y escritor de varios libros de cuentos y novelas traducidas al inglés, francés, italiano y al árabe, entre 1995 y 1999 editor editorial de Norma, entre 2006 y 2012 fue coordinador editorial del programa “Libro al Viento”, de la Alcaldía Mayor de Bogotá. También fue catedrático de las Universidades de Los Andes y Javeriana, tutor en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y en el programa de creación de la universidad Central. Entre 2011 y 2013 fue Editor editorial del Instituto Caro y Cuervo y al morir era Editor General de la universidad de Los Andes.
En 2020 ganador del Premio Nacional de Novela, con Aves Inmóviles.
Julio Paredes (1 de julio de 1957-31 de agosto de 2021.
