“No les daré el premio inmerecido de mi suicidio. Moriré de pie como los árboles”
Señor presidente, el pasado domingo viví uno de los pasajes más oscuros de mi vida, a pesar de que era un día soleado, mientras el verano afilaba el resplandor de sus garras en Montevideo. Salí a vender por calles marginadas parte de mi vestuario más presentable. Lo hice con el fin de garantizar unos días de alimentación. Nadie me la quiso comprar. Regresé a mi caverna con una sensación de hastío y cansancio vital. Una especie de sensación de fracaso abismal.
Pero asumo con aplomo mi frustración, y esa decepción que genera el olvido de los que pregonan la hermandad y la igualdad de oportunidades y el reconocimiento a las exvíctimas (en lo que a mí respecta, a pesar de toda la violencia que he padecido y padezco no aceptaré jamás el rol de víctima: soy un guerrero de la Luz, no un hombre que quiere inspirar lástima).
Sé muy bien que no puedo contar con nadie. Ese apoyo, al menos moral, esa solidaridad en redes sociales, mensajes de aliento de quienes incluso defendí arriesgando mi vida... A usted, por ejemplo señor presidente. Ese apoyo, esas voces de aliento nunca llegaron ni poco antes del exilio en el fragor de las amenazas, ni al comienzo ni después ni ahora. He pedido la oportunidad de un regreso con garantías. He pedido protección para mi vida. Solo silencio.
Por lo visto merece más consideración una ciudadana alemana que hizo bulla y a la que le dieron bombo durante el estallido social. No merece consideración un hombre que padeció un exterminio en su propia casa, un hombre bajo amenazas constantes, entre otras cosas por denunciar asuntos innombrables, incluyendo al innombrable. Creo que si por allá se enteraran de mi muerte, desde todas las esquinas y ángulos sentirían un fresquito y un gran descanso en sus corazones descorazonados.
Soy un hombre idealista y me alimento de sueños y daría hasta mi vida por defender todas las nobles causas: la de los inocentes animales, la de los niños y niñas también, las causas de la justicia racional y luminosa. Defiendo con mi vida los ideales de una humanidad consciente y fraterna, defiendo la no venganza y la alternativa rutilante del poder del amor frente al oscuro poder del odio.
A pesar de mi angustiosa situación (que asumo con dignidad), me siento triunfante porque nunca actué ni actuaré en contra de mis principios éticos, morales y espirituales.
Por otra parte, la solicitud de una exigua ayuda, mis SOS cuando mi vida está en riesgo (ahora mucho más que antes), no han merecido una oportuna respuesta de sus servidores y simpatizantes. Ni antes ni ahora, y por lo que veo ni después, ni una palabra de aliento para un hombre que se quería morir de pena moral. A nadie le daré la oportunidad de un suicidio. Que vengan por mí como oscuros cazadores los desadaptados de ambos extremos del odio. Y si esa forma de morir me corresponde, moriré como mueren los árboles: de pie.
Para ustedes los petristas (y nadie más petrista que usted, presidente Petro) ya no "vendo": mi dolor no vende, mi tragedia no vende, no es comercial ni interesa a los abogados penalistas. Pero sí vende lo que de este servidor conviene, y sí venden mis libros sin mi autorización. Colombia me lo ha quitado todo, menos la dignidad y un par de sueños luminosos que pongo a los pies de la Divina Providencia.
Hay un tiempo también para resucitar. Si es mi destino, ese momento llegará a la manera de Cristo, mi Dios y mi Todo.
Cuando fui útil, me tuvieron en cuenta para darle bombo a mis desaforadas columnas de opinión, de las que no me arrepiento porque son valientes como soy yo. Jamás exhale una mentira. Jamás ensucié esa pluma libre como un pájaro con las mezquindades del poder o del afán de la recompensa vil del dinero fácil, sucio y corrupto.
Cuando probaron las mieles del triunfo los que ahora ostentan puestos de poder, se olvidaron de muchos de los que con sangre, sudor y lágrimas aportamos para el cambio... en mi caso aporté con cohesión y coherencia, con lógica y lucidez de consciencia por razones humanitarias y para contener la barbarie de la violencia.
Colombia, nada me debes, nada te debo. Nadie me defiende, luego a nadie acusaré; nadie me ha condenado, luego a nadie condenaré. Por eso, ahora que se habla de la cuestionable paz total, me han dejado sin argumentos para acusar al expresidente Uribe. Ahora solo me queda un sueño: abrazar a Uribe por la paz de Colombia. La paz viene como consecuencia del perdón y la no venganza.
Porque no comparto que quienes ejercieron la autoridad y el orden y la legalidad terminen en la cárcel o vilmente asesinados, mientras se premia a quienes actuaron desde la oscuridad y la ilegalidad. Esa paz precipitada, invirtiendo los valores, humillando a las víctimas, pordebajiando la ley, con todo respeto, a mí no me convence.
Por último, espero que al menos cumpla una de sus inverosímiles promesas: respetar la libertad de expresión, uno de los pilares fundamentales de una verdadera democracia.