Escribo menudamente sobre el constructo de la nostalgia, tal vez porque algo no anda bien en el transcurso del tiempo, como si se tratara de una comunión dependiente y a su vez necesaria.
En este escenario ha incursionado la noción de "progreso" en la historia y su aplastante cambio, en sentido occidental, en el marco de unas lógicas individuales que pueden conjugar esa correlación entre ese presente y tales transformaciones del mismo.
En los últimos años, bailando al ritmo de la incertidumbre, he resistido las cuatro paredes que atan mi habitación, donde siento que me consumo en el tiempo a causa de no concordar con los nuevos paradigmas que imperan, sobre todo en las predominantes generaciones.
El cliché de "todo tiempo pasado fue mejor" recoge una amplitud de la actividad humana, en la que implícitamente se evidencia la crisis social —en muchas de sus esferas—, donde los viejos cánones recobran vida de manera simbólica ante la ausencia de racionalidad y donde se ve afectado el interés común.
Cuando entró el decenio de los 90, nos reuníamos parroquialmente los primos para sintonizar las series juveniles de las cinco y media, desafiando la paciencia de nuestras madres al dejar enfriar la cena en la cocina, mientras nos sumergíamos en la trama de cada episodio que obedecía cronológicamente a la programación de un programa tras otro.
Quisimos ser el arquetipo ejemplar de los chicos de la Clase Beverly Hills en el mundo de las fiestas y los amores preadolescentes de la época, pero con la estampa de Federico Franco cuando volvió de Europa, para aplicarla al entorno del suelo colombiano en las relaciones de poder entre Padres e Hijos.
Corrían los atardeceres de ese entonces y se forjaba una conexión de valores, con el sentir apátrida de figuras extraordinarias e innovadoras, como la de Martín de Francisco, quien con una mirada eurocéntrica señalaba con desprecio, desde la comodidad burguesa de su entorno, al acontecer colombiano, reflejado en la política partidista, con los viejos godos a la cabeza.
Fueron muchos los autores que con visión profética auguraron el decaimiento de la prensa, la deformación a la familia y el encubrimiento decidido al capital, en su mayor esplendor. Aun así, éramos unos dulces analfabetas con ínfulas de soñador, aunque no sabíamos claramente ¡de qué!
Mientras eso ocurría, enceguecido ante la realidad, me perdía en la voz de Laura Pausini (que era la que mandaba la parada entre amores platónicos y de cartas de amor perfumadas) al comenzar la saga colegial de "clase aparte", ni qué decir de la sonrisa semiperfecta de Susana Torres, en Sabor a limón, acariciando la pantalla por unos segundos todas aquellas tardes, hasta su aparición estelar en el cabezote de ese programa, cuya canción era uno de los clásicos de Soda estéreo, como "trátame suavemente".
Ya se imaginarán lo que siento cada vez que escucho en mis bares predilectos esa gran pieza del rock: no solamente es el hecho de sentirse transportarse a una época de oro, desde el presente y percibir sensaciones y aromas propios de esos momentos; era también sentirse como si se despertara de un refrigerador y preguntar por lo que ya uno no ve, y evocar ese clamor de tristeza inducida.
La cultura afro penetra los noventas en el caribe colombiano y moldeaba una auténtica identidad ascendente, con la famosa terapia criolla a bordo, que puso a bailar a un sector de los jóvenes, los viernes en la noche, en un programa llamado Caribe Alegre y tropical, emitido desde el famoso canal regional donde daban sus primeros saltos Elio boom, Hernando Hernández y Viviano Torres, acompañados de un grupo menesteroso de sanandresanos que contribuyeron a la movida.
Chile daba apertura al neoliberalismo en el continente y la dama de hierro monitoreaba los nuevos experimentos imperiales. Teníamos una constituyente recién estrenada, en el marco de nuevas garantías a la sociedad civil. La Guerra Fría se había apagado entre el recuerdo que de la hazaña soviética perdurara en la llama de la revolución por una sociedad sin clases, que venía presidida por la incursión norteamericana y el "golpe suave".
Salió a la luz la película Goodbye, Lenin, lo que a las masas politizadas les daba a entender las orientaciones de un programa ideológico que ya tenía formación en los infantes de las escuelas; o si no, recuerden el famoso The end of the History and the last man que Fukuyama recitaba en conferencias, financiado y evangelizando con su obra desde el campo de la educación, regalando sus libros como biblias.
Las nuevas masas empobrecidas tienen nuevos retos y muchos detractores mentales que, a diferencia de las anteriores, en vista de nuevos esquemas opresivos, misóginos, clericales, antivanguardistas y de enajenación laboral enmarcado hasta en más de doce horas de trabajo.
Pienso y quisiera devolverme a los estandartes de aquellas series que marcaron mi juventud, en donde no solo se veían otras cosmogonías... también se pensaba sobre cómo salvar la historia de la humanidad y el proceso civilizatorio. Ahora, la televisión de manera cínica ofrece un producto mercachifle y transgresor contra la memoria de los pueblos. Basura comercial y antiliberadora.
La nostalgia es el gran medidor del sujeto porque cada vez nos hace sentir más alejados de esos tiempos en que valoraba cada segundo, en que sentía cada vez menos lejos la muerte, pero también la rabia de cuestionarse y cuestionar a los demás, a quienes antes de irse de este mundo terrenal deberían hacer lo posible por pisar esta sociedad del consumo y del plástico.
Soy más pesimista ahora, pero que el peso de la historia nos sirva para tomar voluntad de quienes nos enseñaron que una América Latina combativa es posible