Un nuevo líder social asesinado la noche del 12 de diciembre en el Putumayo. No se necesita más para decir que en Colombia las cosas no han cambiado, que el anhelo de paz sigue siendo una aspiración todavía lejana y enfrentada por quienes advierten riesgos en que fuerzas políticas diferentes a las que han mantenido el control del poder puedan tener un lugar en el escenario de la deliberación y la participación política.
Los que matan a los líderes sociales son de la misma naturaleza de los que en otro momento se han llamado la Mano Negra, los enemigos agazapados de la paz, los ahora para nada agazapados, los ejércitos privados, los presuntos..., y algunos sin nombre ni calificativo que igual accionan sus fusiles, o aveces sus plumas, para sacar del camino a los legítimos contradictores políticos de un establecimiento que se resiste al cambio porque sencillamente quiere que se mantenga el sistema de privilegios e iniquidades, a los que también consideran obra de Dios y la naturaleza.
La pasividad del Estado es pasmosa y peor aún su interpretación de los hechos, que "no hay sistematicidad", dijo el Fiscal General Nestor Humberto Martínez. Son cerca de ochenta "casos aislados" de los que "no se puede argumentar que haya un factor único que los motive".
¿Ingenuidad, incapacidad o cinismo? Pues sí hay un denominador común en quienes han sido asesinados: su condición de líderes de origen popular o de filiación política de izquierda, su actuación como reclamantes de tierras que les fueron expropiadas en territorios de donde fueron desplazados, el haber liderado acciones en favor de la culminación exitosa del actual proceso de paz con las FARC, en fin, representar de alguna forma la contraparte de un sistema y sus poderosos dueños que no aceptan que otras voces se expresen con el derecho que les asiste para reclamar los cambios de fondo que se requieren para que la paz no siga siendo más que una "ilusión perdida" en el texto de los acuerdos, que tampoco a los señores de la guerra satisfizo.
De manera que si por un lado avanzamos, tan cerca como como nos sentimos de la terminación del conflicto con las FARC, por otro regresamos a los tiempos que nos recuerdan que somos un país bárbaro, intolerante e incapaz de reconocer y respetar al que piensa o actúa diferente, sobre el que se prefiere disponer de su vida antes de cederle el lugar a su palabra.
No queda más que hacer un llamado a la sociedad entera, a los medios, a los partidos y a los diferentes sectores políticos y sociales, independiente de cuál sea su ideología o su filiación política; lo peor que puede suceder en este caso es, como ya ocurrió en otros momentos, guardar silencio y sentirse ajeno a una situación cada vez más lamentable y que se ha agravado en los últimos meses.
Hay que decir, hay que sentir, hay que pensar que la sociedad toda está en peligro, ésta y la de las próximas generaciones; que esta guerra que se resiste a fenecer nos toca y nos seguirá tocando a todos, aún a los que la promueven, con la pluma, con las armas o con los micrófonos.
No sobra entonces recordar el poema de Bertolt Brecht
Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen a por mí, pero ya es tarde.
*Economista-Magister en Estudios Políticos