El arte de gobernar a un país es tal vez la tarea más compleja que puede asumir un ser humano porque implica saber mandar con autoridad, guiar a un equipo y dirigir las acciones hacia los objetivos deseados. Para empezar, las metas prioritarias no solo deben ser claras sino concretas e internalizadas por aquellos que deben comprometerse con ellos; por ende, es fundamental que se reconozca el liderazgo de quien ocupa la presidencia del país. En el fondo de estos y muchos más elementos que permiten ejercer el mandato de guiar exitosamente a una sociedad, por compleja que sea, está el concepto de autoridad. Sin ella, esa disciplina necesaria para marchar en armonía por la ruta que se elija se convierte en una tarea imposible. A partir de esta idea escueta y claramente incompleta sobre lo que puede significar manejar un país y mirar lo que está sucediendo actualmente en Colombia, surgen grandes y complejas preocupaciones sobre el futuro de esta sociedad.
Lo primero que se ha hecho cada vez más evidente es que los funcionarios de este gobierno, especialmente los más visibles y con mayores responsabilidades, se están comportando como ruedas sueltas; pareciera que se sienten totalmente autónomos y no como parte del equipo de la administración actual. ¿Quién coordina a quién? Es la pregunta obvia cuando los tres funcionarios de primera línea salen del país al mismo tiempo y nadie tiene claro quien queda al mando. La semana anterior, el presidente Duque estaba en San Francisco con los representantes de "la Nube"; la vicepresidenta en Washington con objetivos varios y el canciller en Boston —sin que se sepa claramente haciendo qué. En ningún país se pueden ir tres de sus cabezas más importantes simultáneamente, y además, al mismo destino pero con mensajes distintos. ¿Quién coordina sus agendas? Porque pareciera que cada uno resuelve lo suyo. ¿Dónde está esa autoridad que debe decidir quiénes se van cuándo y a dónde?
Las discusiones del Plan de Desarrollo demostraron de nuevo una falta de mando. Varios episodios recientes lo comprueban: la pelea por la ubicación del programa de vivienda rural que dio lugar a agresiones verbales entre altos funcionarios, de Minvivienda y Minagricultura; las claras diferencias entre Minhacienda y el DNP, que casi deja a esta última institución sin oxígeno y las grietas en el gobierno que le abrieron espacios a intereses particulares que quedaron consignados en el Plan. Y como si hiciera falta nuevos hechos, debe mencionarse el más reciente, el cruce de cables entre la vicepresidenta y el canciller, el primero pidiéndole rectificación al embajador Ordóñez y la segunda alabando su actuación. General de cuatro soles, ¿qué tal?
Casi al inicio de la administración Duque, Rodrigo Botero, exministro de Hacienda, le pidió al gobierno autoridad, para que cada funcionario no actuara sin ley ni orden. Pero muchos creyeron que esa descoordinación obedecía a que se trataba de un gobierno recién llegado que apenas se estaba acomodando. Pero no, la verdad es que lo que se siente, se evidencia es una falta autoridad por parte del presidente Duque. Sin autoridad no hay forma de manejar un equipo y mucho menos si se trata de uno tan amplio y con responsabilidades tan inmensas como el gubernamental.
¿Qué pasa con el presidente Duque y la vicepresidenta? Esas relaciones no son cómodas en ningún gobierno, pero en este caso son tan erráticas, tan desconectadas, que pareciera que está sucediendo lo peor. Cada cual por su lado y cuando la vice trata de ofrecerle apoyo al presidente sale con unas posturas ya ampliamente debatidas, inoportunas, inapropiadas y contraproducentes para su superior y para el gobierno. Pero el presidente no dice ni mu.
El ministro de Defensa, dice lo que le viene en gana, así cree un polvorín,
Minhacienda Carrasquilla parece mandar al presidente,
Mintrabajo no se ha enterado cómo un alto funcionario debe expresarse en público
Los ministros no muestran el mínimo grado de ser parte de un grupo coordinado por el jefe. Guillermo Botero, ministro de Defensa, dice lo que le viene en gana, así cree un polvorín, y el presidente Duque… ni mu. Por consiguiente, el ministro sigue diciendo y haciendo todo lo posible para acabar de desacreditar su cartera porque nadie lo desautoriza. Carrasquilla, el ministro brillante, se percibe sin límites y más bien parece que él manda al presidente. La ministra de Trabajo no se ha enterado sobre la forma en que un alto funcionario se debe expresar en público y nadie le dice nada. Y así podía seguir de manera interminable la lista de hechos que evidencian una clara falta de autoridad del presidente Duque.
A nadie le conviene que le vaya mal al gobierno, pero la verdad es que se necesita un timonazo como lo han dicho muchos desde hace un buen tiempo, sin que se note que estas observaciones sean tomadas en cuenta. Si a la falta de autoridad se suma una actitud arrogante y displicente frente a las críticas, en una etapa tan temprana de esta administración, las preocupaciones de la ciudadanía irán en aumento. Por ello no sobra repetir: autoridad, autoridad, autoridad— no sobra decirlo—, pero no del expresidente Uribe sino del presidente Duque.
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