Por estos días varias voces se han levantado indignadas, con toda razón, con el sonado Sínodo de la Familia, reunión en la que decenas de obispos y cardenales, definieron lineamientos en torno a la vida de pareja, a la crianza, al divorcio, a la adopción, a la sexualidad… mejor dicho, como dice mi amiga: “se alborotó el obispero”.
Para muchos y muchas esta institución anacrónica y sin ninguna autoridad moral, hace lo que critica en otros cultos: se involucra en la intimidad de sus seguidores con pena y sin gloria, a ejercer el control sobre la vida y a dar opinión donde mucha gente no la ha pedido.
Mi relación personal con la Iglesia católica no ha sido muy cercana desde hace mucho. La verdad, me siento autoexcomulgada desde mi adolescencia, cuando decidí vivir como una persona ética que podía decidir a conciencia y por sí misma lo que estaba bien o mal.
Y como no solo “la política es dinámica”, sino también la espiritualidad y la vida, he tenido un proceso en el que he ido pasando del ateísmo al panteísmo.
Lo cierto es que hoy, cuando veo los espectáculos de diversas Iglesias, sus ínfulas, sus soberbias y sus incoherencias, pienso que “gracias a dios soy atea”. O mejor dicho: que gracias a la vida he podido alimentar mi espiritualidad de corrientes e inspiraciones tan diferentes.
Hablo, por ejemplo del camino de las llamadas “espiritualidades feministas”, algunas de las cuales tienen expresiones maravillosas en Colombia. Preparando un programa sobre este tema, alguien compartió una analogía que me encantó: las religiones son a la espiritualidad, como el matrimonio es al amor. Es decir, que así como el amor puede fluir libremente o puede ser institucionalizado, la búsqueda de conexión, trascendencia y sentido de la vida puede fluir libre de instituciones como las religiones.
Y la espiritualidad feminista hace varios aportes, o plantea más bien, algunos retos, a este aspecto o dimensión de la existencia:
- Por un lado, baja el altar del cielo a la tierra y al propio cuerpo. Elimina la necesidad de intermediarios, instituciones y jerarquías entre cada persona y la idea de divinidad. Al concebir la divinidad como una totalidad, cuestiona la idea de ubicar dioses que están arriba y afuera, y nos permite pensar que somos parte de lo divino y que por eso, nuestras relaciones con los otros, las otras y lo otro deben ser relaciones de igualdad. Ligarnos al profundo cuidado de cada ser revierte la mirada del antropocentrismo y las relaciones de jerarquía de los seres humanos reinando sobre las demás especies, pues se reconoce el carácter sagrado de la otredad.
- No se guía por calendarios de fiestas de santos, sino que se conecta profundamente con los ciclos de la vida individua, de la comunidad y del planeta. En este sentido, cada solsticio, equinoccio, luna, eclipse, paso de cometas, etc, se vuelve un motivo para la reunión, la conciencia de estar hechos y hechas del mismo material de las estrellas, para declarar intenciones de paz y felicidad planetaria. Pero también la posibilidad de ritualizar en círculo o en comunidad la menarquia, la menopausia, el primer trabajo, los viajes, las enfermedades, las uniones y separaciones, vivir los duelos en compañía, tienen un gran valor en una sociedad cuya oferta es la soledad y la competencia.
- Y aquí llego a uno de mis aprendizajes favoritos: la espiritualidad feminista se separa del camino del sufrimiento y el sacrificio como los senderos de la trascendencia. Como he mencionado, es un camino celebrante, ético, estético y erótico, que reconoce el cuerpo como sede de las emociones, las energías, las ideas y lo involucra de manera consciente, generosa, placentera, sanadora.
- Y es por eso también un camino político; porque empodera a los sujetos. Parte de reconocer las heridas que el patriarcado, el racismo, el capitalismo y todos los sistemas de exclusión van generando en nuestras vidas y nos devuelve la capacidad para transformar y sanar esas historias. Es por eso que rompe las estructuras de poder y devuelve a las personas y comunidades la posibilidad de decidir y actuar sobre sus vidas, historias, de reconocer o construir sus propios linajes, los orgullos y celebraciones de cada proceso y cada momento.
Es por eso que prefiero el camino de los círculos de mujeres, de las amigas brujas que sanan con hierbas y con risas, con abrazos y recetas, escuchando y bailando. Ah! Y lo mejor: no existe la pretensión de convertirse en una secta, religión o filosofía, sino que son pequeñas luces en el camino de muchas. Tampoco excluye a los hombres, porque comprende que la historia les asignó el papel de rudos o de pontífices, así que cuando reconocen sus heridas patriarcales y quieren explorar sus propios ciclos, debilidades y poderes de sujetos trasformadores y sanadores de estas historias, son recibidos con los brazos abiertos y la celebración a flor de piel.
Gracias a quienes han abierto tantos caminos y dado tantas luces.