Cuando se habla de un dictador la mente aleccionada por las conveniencias de la prensa lleva a pensar que se trata de un tipo capaz de someter a una nación en pro de sus intereses personales. Lo cierto es que un personaje de estos ni cualquier otro lo hace solo. Tiene a todo un equipo militar, policial y estatal para direccionar su autoritarismo, siendo él su representante directo.
Las dictaduras no solo se tratan del símbolo gubernamental de un tipo en funciones. También existen democracias dictatoriales o dictaduras con rótulo de democracias. Si en un Estado supuestamente democrático usted ve los mismos nombres por décadas en los puestos administrativos y políticos, aunque se cambie de presidente o de gerente cada cierto tiempo, tenga por seguro que es una dictadura con sesgo democrático, que además concubina con otras formas políticas, como nepotismo.
La autocracia es peor que las dictaduras, pues combina elementos base de este sistema político agregando nepotismo, tiranía, oligarquía, demagogia, monarquía, etcétera. Es el sistema político delincuencial por excelencia. Su definición lo dice todo: sistema político en el que una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación y con facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. Quien regenta estos sistemas de gobierno solo le importa la ortodoxia y el nacionalismo; su mensaje es ultraconservador; necesita personas obedientes e incapaces de hacer preguntas o cuestionar; y su gente más cercana debe ser leal, no inteligente. Fue utilizado por las monarquías europeas y casi siempre preceden a violentas reacciones sociales en pro de un cambio.
En las autocracias se habla de genocidios y robo de tierras. Además, el gobernante en cuestión trata a las ramas de la justicia como segmentos personales. He aquí un ejemplo de autocracia. Fue el mandatario más sanguinario y temible del país, acusado de genocidio y muchos delitos como expropiación de tierras, persecución y asesinato de políticos opositores. Se adueñó del gobierno como asunto de propiedad personal suya, de su familia y los amigos. Industriales y empresarios quedaron atrapados en su trasmallo dictatorial. Las ramas de los poderes fueron una sola con funciones distintas, pero con los fines conocidos.
Y eso no es todo, administraciones locales, alcaldías y gobernaciones también fueron determinadas por su cuenta. Promulgó leyes, consideradas absurdas para la población, pero beneficiosas a sus intereses. Todos los puestos públicos de relevancia del Estado quedaron sujetos a sus decisiones. Todas las fuerzas de Estado estaban para protegerlo a él, a su familia y amigos. El racismo fue parte de su gobierno. Creó un sistema de control donde todos se vigilaban entre sí. Arrasó con las minorías étnicas y lentamente su régimen de terror se convirtió en la norma habitual del país.
Así mismo, el hambre y la pobreza fueron un aliado político porque la necesidad hace que el individuo pierda la dignidad y se someta a los caprichos del tirano de turno. Consiguió ser nombrado presidente vitalicio por el parlamento. Ganaba las elecciones sospechosamente con amplia mayoría que no era real. Fue acusado de violación a los derechos humanos. Su gobierno fue considerado como uno de los más represivos y corruptos del mundo. De hecho, en ese tiempo convirtió a la población en casi esclavos de su régimen de terror y llevó a la miseria a muchas familias.
Estamos hablando de Saparmyrat Nyýazow, dictador autocrático de la República de Turkmenistán, en el interior de Asia Central, después de la separación de la URSS, fallecido en diciembre del 2006.
El autócrata es narcisista y receloso por naturaleza. Siempre está en sospecha de quienes le rodean, son cobardes y escudan sus sanguinarios comportamientos con asuntos de seguridad nacional inexistentes. El país que sufre este flagelo queda enclaustrado en un limbo de atraso, analfabetismo y miseria que dura décadas para superarlo.