Le dispararon al helicóptero en el que iba el presidente Duque. Hasta ahí, los hechos. Las reacciones inmediatas son sorprendentes. Bueno, al menos a mi me sorprenden, es claro que esa sorpresa es para un amplio sector de la población muestra de ingenuidad, de imbecilidad, de complicidad con la mafia. No tengo mayor problema con recibir esos juicios, habrá algo de costumbre sin duda, pero también la tranquilidad de la autenticidad del pensamiento y del interés genuino en buscar la sensatez. Y de poner un nombre y una cara al compartir esa búsqueda, en estas columnas entre otras.
Digo entonces que son sorprendentes las reacciones porque pocos minutos después de recibir información sobre los hechos -a un helicóptero que lleva a un presidente le dispararon en un lugar, ni más ni menos- encuentra uno que ciudadanos que no saben sino eso, afirman que fue un autoatentado. Que Duque se autodisparó, o mejor mandó a que le dispararan, para alguna cosa. La teoría no está bien desarrollada porque no cabe en un tuit, en un wasap pero también porque desarrollar teorías que analicen un hecho es difícil. Muy pocas personas tienen la capacidad de analizar bien y rápido, y de escribir y hablar con la claridad necesaria para hacer eso en tiempo real. Entonces dicen que fue un autoatentado porque le sirve a Duque para alguna cosa, subir en una encuesta, ocultar la noticia de un narco que hizo socios con su vicepresidenta, justificar una masacre. Alguna cosa.
Dicen otros, segundos después del hecho, que el atentado no fue un autoatentando sino un atentado desde Venezuela. Lo del castrochavismo no se usa ya mucho, pero sí sigue en boga eso de que lo que nos pasa tiene algo que ver con Venezuela. Sube el crimen en Bogotá, los venezolanos, masacran líderes sociales, los venezolanos, disparan al presidente, los venezolanos. Es un mantra que conocemos, ya no son las Farc, son los venezolanos. Cómo si acá hubiéramos necesitado de armas venezolanas para dispararle a alguien, cómo si no hubiera habido hace años armas venezolanas en Cúcuta, en manos de guerrillas y paramilitares.
En otros tiempos, grandes afirmaciones habrían necesitado grandes pruebas. O no tanto en otros tiempos, sino cuando se comunica de otras maneras: las redes sociales permiten que cualquier cosa que cualquiera diga tenga la posibilidad de encontrar un público amplio. Hay algo de bondad en eso, por supuesto, al fin y al cabo, los grandes medios de comunicación han estado tradicionalmente al servicio de unos intereses precisos de unas élites o, en el mejor de los casos, comparten la opinión de un grupo reducido de personas. Pero también hay algo de trágico porque afirmar que alguien hizo un autoatentado debería resultar de una investigación y una reflexión seria.
No alcanza con pensar que el presidente Duque es un mal presidente para llegar a esa conclusión. Hacer un autoatentado es difícil, requiere de coordinación de muchas personas, corre grandes riesgos para los que participen. ¿Cómo exactamente fue que ocurrió? Veamos un camino: Duque se levanta hace unas semanas y piensa, “Estoy mal en las encuestas, no tengo las capacidades para cambiar el camino, voy a hacerme un autoatentado, es lo mejor”. Bien, hay ahí ya muchas suposiciones, pero supongamos que así empezó. Entonces, decidió llamar a un par de ministros, a algún general, a algún mafioso amigo – que los tiene, basta con ver las fotos con el Ñeñe - y les pide que le ayuden a echarle cabeza a esta buena idea que se le ocurrió. La de hacerse un autoatentado para subir en las encuestas, para crear una cortina de humo sobre la captura que sabía que venía. Y entonces, estos amigos se suben todos en la idea. Acá se empiezan a volver exponenciales los riesgos, porque una cosa son las ideas en la cabeza de Duque y otra las que comparte con sus amigos, sobre todo si son ideas sobre un crimen, como es hacer un autoatentado. Estos amigos tienen que buscar quién haga la tarea, ya sabemos que los altos mandos no se ensucian las manos: quién dispare a el helicóptero, en qué momento, para que no se de cuenta quién, y así. Es una operación complejísima.
¿Puede ser esa la verdad? Sí, pero es improbable. Personalmente, trato de regirme por algunos principios atribuidos a Guillermo de Ockham, entre ellos su “navaja”: «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable». Entonces, con la información que tenía ayer justo después del atentado, lo más simple que encontré fue pensar que fue eso, un atentado. Es lo más probable. El otro camino, el del autoatentado, requiere de muchísimas más pruebas. Si llegan, cambiaré mi opinión y lo explico, consciente en este caso además que yo no tengo la posibilidad de encontrar esas pruebas ni la formación para entender sobre detalles de disparos. Cambiaría de opinión si encuentro una fuente que juzgue confiable para presentar esas pruebas que yo no puedo encontrar ni entender en sus minucias.
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Las reacciones sorprendentes no se ciñen a ciudadanos comunes y corrientes. A Petro la sensatez no le duró mucho, una costumbre en él
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Las reacciones sorprendentes no se ciñen a ciudadanos comunes y corrientes. Por ejemplo, Petro, el líder con mayor influencia en Colombia, empezó con un pronunciamiento que parecía sensato: “Cualquiera que sean las distancias que nos separen, rechazo el atentado contra el presidente. Una democracia consiste en que nadie muera por sus ideas.” El sabe que es desagradable ser víctima de un atentado y recibir acusaciones de hacer un autoatentado. O de estar enfermo, y recibir acusaciones que se inventó la enfermedad. Al fin y al cabo, eso mismo le hizo un sector del uribismo cuando lo atacaron en la campaña presidencial pasada en Cúcuta con una piedra. Pero la sensatez no le duró mucho, una costumbre en él, porque ya hoy compartió este tuit de @_Gelver_: “Todos sabemos que ese proyectil cuando entra hace un roto y cuando sale hace chácara, quiere decir que la bala no entró sino que salió. Por qué no hay cámaras dentro de los helicópteros del estado? (sic) Para no dejar evidencia de qué o a quienes transportan ni qué hacen dentro.” No hay nada que nos haga pensar que Gelver tiene mejor información que nosotros, pero sabemos que su último análisis fue este: “Sépanlo, el más interesado en matar a Duque es el mismo uribismo y la CIA, las directivas del CD han dicho varias veces que Duque debería “hacerse a un lado”. Si a Holmes Trujillo lo mataron con una inyección y lo hicieron pasar por COVID, a Duque y a Uribe le harán igual.”
Parecería un chiste, pero no lo es. Esas son las fuentes del que es el favorito para ser el próximo presidente de Colombia y que cuenta con millones de seguidores que leen eso que comparte. Del otro lado, pasa lo mismo. Juan Guaidó, segundo después del atentado, escribió: “Nuestra solidaridad con el presidente @IvanDuque y con todo el pueblo de Colombia por el atentado terrorista en su contra. El auge de atentados en nuestro hermano país tiene relación con acceso a recursos y protección de la narcoguerrilla desde la dictadura en Venezuela.” Entonces quién no ha podido presentar una propuesta que convoque a la mayoría de Venezuela y, mucho menos, liderar a la oposición en ese país, nos ofrece una conclusión, que el problema de deterioro de orden público en Colombia es por Maduro. No le gusta la navaja de Ockham evidentemente: más fácil es concluir que el problema del orden público colombiano es por el pésimo gobierno de Iván Duque. Y de eso sí que hay pruebas.
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Si ante la noticia de que un contradictor político recibió unos disparos, la reacción no es solidarizarse con él y con su familia, sin más análisis, sin suspicacias, sin peros, estamos en un problema estructural
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Que sean virales versiones a la carrera, ligeras, sin mayor sustento ni que evidencien una reflexión sobre cómo construir algo más a partir de ellas, es problemático. Es decir: bueno, se logra entonces la viralidad sugiriendo que Iván Duque hizo un autoatentado, y ¿entonces qué? ¿Cómo sirve esa viralidad para lograr algo más? Más grave, quizás, es que es síntoma que los cimientos sobre los que se construye la democracia están podridos irremediablemente. Si ante la noticia de que un contradictor político recibió unos disparos, la reacción no es solidarizarse con él y con su familia, sin más análisis, sin suspicacias, sin peros, estamos en un problema estructural. Resulta que el señor que es presidente, por muy malo que sea, es un ser humano, con una familia, con el derecho a vivir. En este país no hay pena de muerte, no debería haberla en ninguno. Resulta además que el valor de la democracia es, justamente, controvertir ideas con los que piensan y actúan distinto, y para que eso ocurra tienen que existir y ser dignos de esa controversia.
La rabia con el contrincante, que lleva a la indignación, puede ser una gran herramienta política si se conduce con humanidad respetando al otro y con la cabeza pensando en mejores ideas, en mejores explicaciones. La rabia que conduce a decir cualquier cosa con tal de recibir muchos likes, de desahogarse porque sí, de despreciar lo más elemental en el otro -su derecho a vivir- es enterrar la posibilidad de transformar a Colombia.
El proyecto del uribismo está terminado, entre otras, por la conducción de Iván Duque. Basta con leer los trinos de Uribe para notar que él lo sabe, lo está comunicando abiertamente. Me sorprende que tantos quieran que el camino que se tome después de ese final, nos lleve a vivir lo mismo que el uribismo defiende en su esencia, una visión reducida de la democracia, el todo vale en su máxima expresión.
Pienso en Marco Aurelio, que escribió que la mejor venganza es ser diferente a quién causó el daño. A lo mejor también se equivocaba y lo mejor es no vengarse, sino ocuparse en otras tareas, más productivas.
@afajardoa