De los triunfos en distintas latitudes de candidatos que carecen de valores para gobernar y que basan sus campañas en mentiras y fakenews como Trump y Bolsonaro, suele responsabilizarse a las redes sociales. La explosión de información falsa para despertar los sentimientos de cambio del electorado y la capacidad de manipular que permiten las redes, sintetizan el daño que harían a la gobernabilidad. Sin embargo, esta explicación está cuestionada.
Muchos investigadores sociales consideran insuficiente esa explicación sobre todo a partir de trabajos teóricos y empíricos tras el triunfo de Trump en 2016 y se han empeñado en estudiar tanto el auge de la elección de los imbéciles y mentirosos que pude obedecer a una reacción de elector contra el fracaso de las instituciones, una especie de venganza contra las élites, como el rol de las redes sociales en ese proceso.
Una teoría es que el elector más que ser un imbécil que se deja manipular gracias a que las redes sociales llegan a millones de electores, hace parte de una población que identifica a los mentirosos descarados, a los populistas a inmorales con toda claridad. Pero los escoge como sus candidatos para protestar, para vengarse de las élites que los han oprimido y excluido. Elegir candidatos idiotas que despelotan todo lo que les sirve a las élites es la venganza que subyace en su comportamiento.
Estudios como “The Authentic Appeal of the Lying Demagogue: Proclaiming the Deeper Truth about Political Illegitimacy” de Oliver Hahl, Minjae Kimb y Ezra W. Zuckerman Sivan, analizan un elemento clave de los candidatos: la confianza que irradian. La “autenticidad” que debe caracterizarlos. Son valores que dan confianza al elector para que cuando lleguen al poder apliquen lo que prometieron en vez de acomodarse a las realidades del poder y de los juegos de intereses, dejando tirados (traicionados) a sus electores como es usual en los políticos de trayectoria.
Un candidato tradicional, una Clinton por ejemplo, perdió la confianza del elector y no se percibía como auténtica porque provenía de la clase política ya comúnmente reconocida como falsa. Lo que dice en campaña es diferente a lo hace cuando llega el poder donde se acomoda y le inventa excusas al electorado para justificar el “no se pudo”. Por eso en el mundo democrático la clase política es el estamento más desprestigiado. Sus integrantes se asocian a la mentira, la manipulación, el engaño para llegar al poder y beneficiarse de él.
En cambio, los candidatos que mienten de manera abierta y rampante, los que lanzan propuestas que parecen chistes, los que insultan a políticos y élites, los que carecen de trayectoria y experiencia en el servicio público, los que violan normas de conducta y violan los códigos, son los que el elector percibe como auténticos. Prefiere votar por ellos, porque sabe que son auténticos mentirosos, que no pretenden engañarlos como los que provienen de la clase tradicional. Trump y Bolsonaro son de verdad los imbéciles que parecen ser -mentirosos, misóginos, inexpertos-, son auténticos. Los ideales para patear al establecimiento incumplido de izquierda o de derecha.
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El político tradicional se pone la camiseta de buscador del bien común, los retadores se jactan de sus defectos para gobernar y sin esconder que mienten se convierten en líderes confiables para hacer lo que el elector busca: cambiar de dirigentes
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Mientras el político tradicional se pone la camiseta de buscador del bien común, del bienestar colectivo, los retadores se jactan de sus defectos para gobernar y sin esconder que mienten se convierten en líderes confiables para hacer la tarea que el elector busca: cambiar de dirigentes. A Clinton la veían como una candidata formada y con la experiencia suficiente para gobernar, pero no como una líder auténtica ni confiable. La crisis de la democracia y de su modelo político y económico es la condición que facilita el auge de estos demagogos y del ocaso de los políticos tradicionales.
A la decepción colectiva frente a la clase política se sumaría el efecto amplificador de las redes sociales que está cada día mejor investigado usando modelos matemáticos y experimentos empíricos. Una de estas investigaciones, “Information gerrymandering and undemocratic decisions” publicado en Nature y realizado por varios autores -Alexander J. Stewart de la University of Houston; Mohsen Mosleh de MIT Sloan; Marina Diakonova del Environmental Change Institute at Oxford University; Antonio Arechar, Davis Rand de MIT Sloan, entre otros, describe como la estructura de las redes de información si puede influir en el comportamiento electoral.
Estos investigadores concluyen que cuando se presentan polarizaciones y las encuestas muestran resultados parejos “los resultados se pueden sesgar por la forma en que la información de las encuestas se distribuye por las redes y por las acciones de los bots de los fanáticos. Cuando a los miembros de un partido se les hace creer que la mayoría de los demás miembros de su partido van a votar por el otro partido, a menudo cambiaban sus votos” y de esa manera pueden definir una elección.
Si combinan las investigaciones en los dos campos (uso de las redes sociales y percepción de autenticidad) poco a poco se va a descifrar el rol de los imbéciles y la pérdida de confianza en los políticos y profundizar en la capacidad de entender como las redes manipulan grupos de electores, por ejemplo, haciéndoles creer que es fundamental que cambien su voto o que gracias a su voto si se va a producir un cambio. Es decir, en elecciones muy competidas, manipular un pequeño número de electores para irse al otro lado es posible y define el resultado a favor del mejor manipulador de redes.
Cuando haya mejor conocimiento del tema se podrá impulsar una regulación sobre las redes sociales que vaya más allá del elemental fact checking que solo sirve solo para confirmar que los demagogos mienten. Pero no sabíamos porque le parece atractivo a tanto elector votar por los mentirosos: mejor un mentiroso puro y nuevo, que un mentiroso que se esconde y siempre traiciona a su elector.