Davis Rousset decía (citado por Arendt, 1998) “Los hombres normales no saben que todo es posible” (P. 350), la consigna entonces debería ser que nadie puede ser un hombre normal, contrariando el planteamiento hecho por Dante desde la imaginación. No ser normal después de Auschwitz debería convertirse en un imperativo categórico, una especie de auto enajenación que permitiese estar seguros que todo es posible que suceda, repitiéndonos a modo de penitencia y con relación al infierno: “sé que es posible, ha sucedido, puede volver a pasar” o como lo dijera Theodor Adorno “actúa de tal manera que Auschwitz no se vuelva a repetir” . Y es Auschwitz entonces la representación humana del horror, ese que no previeron los hombres normales, como si de nuevo Sísifo hubiese retenido a Tánatos, desprendiendo a la humanidad de una muerte sin violencia en un espacio de tiempo tan corto que magnificó aún más la tragedia de aquel campo y que permanece tras los escombros de la historia para la humanidad.
Auschwitz dejó de ser un punto geoespacial, para convertirse en un concepto humanístico, generando interrogantes en todas las áreas de las ciencias sociales, al menos así debería ser. En tal sentido, Hannah Arendt luego de cubrir el juicio contra Adolf Eichmann, sintió la imperiosa necesidad de escribir el libro Eichman en Jerusalem , tratando de encontrar en el fondo de aquel “hombre” una explicación a las desproporciones allí acaecidas, que a su vez explicarían lo sucedido a lo largo de la II Guerra Mundial, una inhumanización generalizada en cuyo proceso se perdió la dignidad, los límites de la moral y del mal, tal vez por lo que Hannah Arendt distingue en sus tres tipos de ciudadanos en la Alemania Nazi: los dogmáticos que pueden cambiar de dogma, los nihilistas que pueden cambiar de conducta y los muchos hombres normales que cambian fácilmente de valores.
La humanidad sobrante (en referencia a aquella por fuera del campo, que pensó no haber entrado en el proceso de inhumanización) hubo de conocer tal desproporción de horror para que se viera abocada a la necesidad de crear la figura de Crimen contra la Humanidad, aunque hablar de desproporción es darle límites al mal, contrariando nuestra postura con respecto a que la normalidad de la inmensa mayoría descartó el hecho de que todo pudiera pasar. Se repiten nombres como Buchenwald, Treblinka, Dachau, Belzec, pero a pesar de las atrocidades allí cometidas, el despropósito no supera el aterrador nivel de ignominia que supuso Auschwitz. Reyes Mate (2002) afirma que: “reconocer que cada víctima tiene un valor absoluto, que la injusticia que se ha cometido con ella, grande o pequeña, clama al cielo y exige que se le haga justicia” y allí fueron millones, la importancia de éste campo parte de la enseñanza, de esa imposibilidad de olvidar, no para reavivar la llama del sufrimiento sino para evitarlo de nuevo.
A propósito de la superación de los límites del mal, también se señala que hubo otros momentos de inhumanidad fuera del exterminio, al respecto Reyes Mate (2002) dice:
Las víctimas de los campos hablan, por ejemplo, del abandono; abandonados por los vecinos, los amigos, las iglesias, los intelectuales o las cancillerías del mundo, como dice Jean Améry; por Platón y la cultura occidental que habían hablado de las ideas como ideales de humanidad, según confiesa Borowski, un judío católico polaco, o por su propio Dios, como testifica Wiesel o el autor de Iosl Rakover habla a Dios. Auschwitz es mucho más que un crimen contra la humanidad .
Auschwitz fue la palabra hecha violencia, la violencia de la ilustración, el abandono que propone el idealismo de los progresistas. Los campos de exterminio, fueron una gran empresa de olvido, donde elaboraron productos de alta eficiencia como el genocidio, la experimentación en nombre de la ciencia, escarzada de cualquier ética y moral conocida o implantada en esa sociedad de control foucaultiana a la que llegó el régimen nazi en Alemania. Pero el mayor producto conocido de aquellas nefastas fábricas de muerte fue la deshumanización de los procesos de exterminio y la inhumanización de las víctimas, pero también de todo un pueblo que en ese largo proceso anterior a Auschwitz, se convirtió más que en testigo de excepción, en cómplice número uno del régimen, esos hombres del común que cambiaron de valores rápidamente. Pero no podemos desligarnos como humanidad frente a lo ocurrido y dejar el dedo acusador señalando al pueblo alemán, la comunidad internacional, anteponiendo sus intereses particulares, cohonestaron los procesos que desencadenaron la catástrofe aún sin parangón.
Volviendo a la propuesta de que Auschwitz fue un cúmulo de males, Reyes Mate (2003) menciona a Rosenzweig quien ya había avistado el peligro que representaba el idealismo, no por su paso de largo por la realidad, sino por el totalitarismo al reducir la pluralidad del mundo a un único elemento, y nos brinda la opción de darle el nombre que queramos: Dios, agua, naturaleza, política, religión, tierra, raza, cualquier cosa que pueda representar un todo para uno o millones de hombres, y se convertiría en la gran amenaza por medio del dogmatismo, ayudado por el nihilismo y adoptado como nuevo valor por el hombre común de Arendt, o como lo describiría Walter Benjamin (citado por Reyes Mate, 2003): “es la sustitución del hombre por el juicio, es decir, de sustituir la actividad consciente en dar nombre a las cosas, tras escuchar lo que son, a decir arbitrariamente un nombre para que sean lo que queremos que sean”.
Cobra gran valor el concepto de sujeto trascendental, para quien se construyen todas las teorías moralizantes o reivindicantes, como lo son los derechos humanos, los cuales se adaptan en su ausencia a ese sujeto trascendental y no al sujeto real, es decir al hombre de carne y hueso, ese mismo hombre que pagó la subjetividad o adaptabilidad de los valores universales en los campos de exterminio. A lo largo de la historia, el progreso ha estado por encima de la imperativa necesidad de proteger la vida humana, y en referencia a ello afirmaba Hegel que tal vez ese imperativo estaba relacionado al humanismo trascendental, pues el costo en vidas humanas era inevitable, una posición bastante fascista y abiertamente clave de la biopolítica que probablemente posibilitó que se traspasaran todos los límites de lo humanamente posible en Auschwitz, mientras todos creían que la humanidad se conservaba desde ese sujeto trascendental y no desde el real.
Desaparecer todo rastro del crimen fue el desafío a la memoria, esto se pone de manifiesto en el campo como lo expresa Reyes Mate (2003): “cuando se ha convertido al cuerpo en la base del hombre”, encontrando una explicación en la filosofía moderna ya que ha estado en reconciliación con esa mortaja. El hombre no solo es la razón, el yo o el pensamiento, sino ese yo en relación con ese cuerpo, de ahí que Auschwitz se convirtiera en un proyecto de olvido, pues se reduce al hombre a ese yo que fácilmente se olvida, y al desaparecer el cuerpo se destruye esa relación del yo y la masa, quedando desprovisto ese hombre real de cualquier posibilidad de recuerdo. Ese es el mayor desafío a la memoria, reconocer a las víctimas como tales y no los despojos que de ellas resultasen, o los vestigios de la historia como fósil inerte.
La política es el campo amplio, pero con dos visiones diferentes, los que están dentro del campo, y los que hacen que aquellos estén dentro del campo; para los primeros la excepción no es el Estado de Excepción, es la regla, son los oprimidos de los que tanto habla Benjamin. Es por ello que hay dos historias, la historia de los progresistas en donde la humanidad va en un progreso constante, a pesar del alto precio que se pague, incluso, precios tan altos como el mismo Auschwitz o las flores al lado del camino de Hegel, y esta la historia de los oprimidos. Reyes Mate (2003):
“Ningún espectador neutral (empezando por la ciencia) tiene acceso directo a esa conciencia de peligro. Necesitan de la conciencia del oprimido. De ahí que Benjamin presente la memoria no como una actividad voluntarista del sujeto que recuerdo, sino como un asalto, como un relámpago que nos ilumina por sorpresa, es decir, como una sabiduría que nos proporcionan los oprimidos amenazados”.
Auschwitz nos lleva a replantearnos la moral moderna, el punto de partida de la misma ya no puede ser la dignidad, aquella misma de la cual se habían despojado los judíos del campo para poder sobrevivir, pero que a su vez hacía parte del proceso de inhumanización llevada a cabo por el verdugo, un verdugo que también había llegado, sin darse cuenta ni aceptarlo, a una inhumanización igual, no quedándose solo con la del judío. Toca entonces ahora, no cambiar la moral occidental, sino darle un comienzo diferente en este caso desde la inhumanidad de la víctima, para no degradarlo con nuestras posiciones moralistas, una posición cómoda obtenida fuera del campo. Reyes Mate (2003) dice:
“Sin nuestro recuerdo las ruinas de la historia, esto es, los fracasados y las víctimas, serían un fósil natural. Sólo el recuerdo de los vivos puede hacer entender que allí se cometió una injusticia que sigue clamando por lo suyo. La memoria tiene esa función vital, que es muy modesta, en cualquier caso, pues puede actualizar la pregunta sin que esté de su mano la respuesta.”
Y es que en ese proceso de inhumnanización y del cual hemos venido hablando a lo largo del texto, evidenciamos nuevamente la eficacia lograda en los campos de exterminio, de trabajo o concentración, en todos ellos teniendo el olvido como producto final del proceso industrial del exterminio. El judío mismo se olvidó de él cuando abandonó la dignidad para poder sobrevivir, pero sobrevivir a qué o a quién? Cuándo se había despojado del yo y se había incluso reducido a una masa de huesos y carne el cual al ser molido y quebrado se lograba el objetivo final, aquella verdadera solución final: la desaparición y el olvido. Otra de las particularidades del campo y de Auschwitz es que en él o dentro de él se buscaba que el fin del prisionero no fuera su desaparición física, “sino que aceptara su inhumanidad, su no pertenencia a la raza humana”. (Reyes Mate, 2003, p9)
Hillesum (citada por Reyes Mate, 2003) “Solo nosotros podemos salvarnos si salvamos lo mejor que hay en nosotros”, la salvación no está fuera del campo, no está en el combate a la sociedad disciplinaria, al totalitarismo, está en nosotros mismos, en el mismo campo, en el mismo oprimido, en su memoria y en su testimonio, porque esa salvación en Auschwitz está lejos de la salvación divina, en ese lugar Nietzsche proclamó la muerte de Dios y murió la humanidad conocida. Es el sufrimiento el encargado de exigir justicia, responsabilidades y culpas, pues el testigo fuera del campo, simplemente permitirá que pase desapercibido o, incluso, cohonestará con las acciones del verdugo llevando a cabo el fin principal del exterminio: el olvido.
- Reyes Mate, Manuel (2002, 04,22). La singularidad de Auschwitz. El País de España. Recuperado de: http://elpais.com/diario/2002/04/22/opinion/1019426408_850215.html
- Documental Hannah Arendt y la banalidad del mal. Guión y dirección de Jesús Paloma. Vozmediano. España, 2006. https://www.youtube.com/watch?v=Y5HdP52z5xE
- Arendt, Hannah. (2003). Eichmann en Jerusalem. Ba