Esta semana se conmemoró la liberación de los campos de concentración alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Setenta años de dolor y sufrimiento recordado. No hubo música alegre como corresponde celebrar la libertad en ese día en que los rusos abrieron las puertas. No hubo fiesta sobre las vidas salvadas por los hombres que arriesgaron o dieron las propias para evitar que el sufrimiento continuara. Hubo conmemoración sobre el dolor, no sobre la vida.
Simplemente, ¡no más! —por favor—. No más regodearse en el dolor pasado, no más revivirlo, no más quedar fijado en él. Pasado, pasado es, por más que nos digan que hay que revivirlo para aprender. Revivirlo trae consecuencias funestas. La herida se perpetúa, no sana y por tanto el deseo de venganza, la rabia, y el dolor siguen vigentes y prontos a explotar. No más conmemoraciones Auschwitz o similares —con dolor—. No más aniversarios de masacres —con dolor—. Demos paso a la vida.
El dolor fomenta la guerra, no la paz. Seguir recordando el dolor es seguir construyendo muros, Berlín, Israel, EE. UU. o prisiones (en especial las clandestinas), que producen dolor y sufrimiento. Cada vez que conmemoramos la muerte —con dolor—, muere una parte de nosotros. ¿Será que queremos morir continuamente, periódicamente, con cada conmemoración?
Quién en su sano juicio mete repetidamente el dedo en la llaga de su propio cuerpo. Nadie. Sabemos que si lo hacemos la llaga no sanará y el dolor será permanente. ¿Quién quiere revivir el dolor del cáncer solo para no olvidarlo? Nadie. Celebremos la curación para mantener la salud corporal. Celebremos la alegría para mantener la salud emocional. Celebremos a los seres, todos, para mantener la salud espiritual.
Recordemos nuestros seres queridos, e idos, con la alegría que suscitaron en nosotros, con los buenos recuerdos que dejaron. Conmemoremos la vida de quienes estamos. Aniversarios de celebración de la vida, no de la muerte —en el dolor—. Ello sí sana, sí construye vida. Todo mientras aprendemos a apreciar la belleza de la muerte, no la del sufrimiento. Estoy por la muerte natural, condeno la violenta y la inducida.
No olvidar es lo que nos piden, no olvidar el dolor. ¿Para qué?, para continuar culpabilizando, buscando…, no soy capaz de imaginar que buscan quienes predican el recordatorio del dolor. Prefiero el camino de la paz, de la paz interior. Recordar la alegría de la libertad cuando cayeron las alambradas en los campos de concentración, es derribar barreras emocionales, es unificar el pensamiento, es confiar en el otro, es dar la mano, abierta, mostrándola de frente, como corresponde al no violento, a quien ha trascendido el sufrimiento.
