Hace más de setenta años que el escritor Isaac Asimov formuló las tres leyes de la robótica. Estas, como todas las leyes, tienen el objetivo de regular de forma justa las relaciones sociales, pero no en este caso para delimitar el libre albedrío de las personas, sino para mediar la relación de las maquinas con los hombres.
Recientemente, es común escuchar términos como “Apocalipsis tecnológico”, que hacen referencia a un mundo caótico y sometido a la voluntad de la tecnología como ente independiente del control humano. Sin embargo, y a la luz de un análisis simple, todo parece indicar que estamos lejos de que dicho escenario sea cierta, o al menos próxima a ser una realidad. Ante la euforia que generó el avance tecnológico en la década de los ochenta, muchas compañías se vieron abocadas al desarrollo de lo que llamarían después como inteligencia artificial, con metas tan ambiciosas como simular los sentidos y la conciencia. No obstante, ante los precarios avances obtenidos, en la década de los noventas se dirigió la investigación a alcanzar metas mucho más modestas.
Ahora, con el avance vertiginoso de la tecnología, ha vuelto a ser puesto sobre la mesa el tema de la inteligencia Artificial, trayendo para muchos de regreso al fantasma que se alimenta de la idea de un mundo controlado por máquinas. El debate en este momento abarca posturas de campos tan amplios como la ciencia, la filosofía, la tecnología e incluso la religión, llevando a figuras reconocidas como Stephen Hawking a sostener que “El desarrollo de una inteligencia artificial plena podría significar el fin de la especie humana”, también el afamado director ejecutivo de la casa automotriz Tesla Motors, Elon Musk, ha hecho un llamado a la creación de una supervisión regulatoria respecto a la Inteligencia Artificial “Solo para asegurarnos de que no hagamos algo tonto”, lo que nos recuerda las tres leyes de Asimov.
Lo anterior, contrastado con la posición de quienes llaman a la calma y enumeran el sinfín de obstáculos que tiene que superar la IA antes de llegar a consolidarse como una forma de inteligencia superior o al menos igual a la humana. Y es que no solo los médicos siguen superando a las máquinas a la hora de realizar diagnósticos de forma acertada, según lo señala un estudio publicado en el año pasado, sino que la IA enfrenta retos de alto nivel como el sentido común, que como muchos de los procesos de la psique humana, aún se desconoce su origen, llevando a algunos a defender la idea de que estos son procesos propios del cerebro humano, imposible de simular computacionalmente. Otros han sido más tajantes, como el legendario Marvin Minsky, que en el año 2003 afirmó que: “La inteligencia artificial padece muerte cerebral desde los años 70”, esto ante la falta de nuevos enfoques en la materia.
El debate sin duda continuará, pero la realidad es que se está aún lejos de un mundo gobernado por máquinas autónomas. Mientras "barreras" como la conciencia, la razón, el albedrío no sean superadas por la IA —barreras que son a la postre nuestras a la hora de entender la mente humana— no podremos entonces hablar de una forma avanzada de inteligencia. Tal vez aún es muy pronto para hablar de inteligencia artificial.
