Cuando muchos pensábamos que la “celebración” de la independencia del yugo español iba a ser oportunidad para continuar las manifestaciones de descontento e indignación de muchos, y existía el temor de nuevas acciones violentas (sabrá quién desde qué puesto de mando) que nuevamente incendiarían el país, pudimos evidenciar durante la jornada una Colombia prudente.
Quisiéramos pensar que fue escuchado el ruego desesperado de los profesionales de la salud de evitar las aglomeraciones que continúan esparciendo el COVID-19.
Nos emociona soñar también que las personas que intencionalmente vandalizaron y destruyeron los buses y las estaciones de los sistemas masivos de transporte han concluido que esa violencia no será la que saque al país de la miseria y que por el contrario incrementa la dificultad de los colombianos, jóvenes y mayores, para desplazarse al estudio o al trabajo.
Nos preocupa que las dosis altas de vacunación pro miedo estén logrando su objetivo e impidan a todo ciudadano el derecho sagrado a la protesta, al paro, a exigir cambios, respuestas y soluciones.
Nos avergüenza un presidente soberbio, incapaz de reconocer sus limitaciones y desaciertos, que sonríe con el aplauso hipócrita de las huestes lagartas del congreso pero incapaz de aparentar respeto al derecho de la oposición a ser oída.
Amanecerá y veremos y continuaremos soñando, esperanzados en una juventud que asuma la responsabilidad del futuro de Colombia, que también proteja el planeta y pueda prepararse para poder dirigir los destinos de la nación con honestidad y solidaridad, donde prime el trabajo digno y no subsidios que deban agradecer con sangre.
Solamente el voto libre producirá el cambio.