El pasado 7 de febrero de 2020, en la mañana, murió Augusto Rendón. De pie, como un guerrero, en medio del mismo bosque que él sembrara en Villa de Leyva. Su temor a estar postrado se diluyó y así como fue su vida, nunca se arrodilló. Artista íntegro, cuestionador, reflexivo, de libre pensamiento, que a pesar de los coqueteos permanentes de la izquierda para que se alineara políticamente, prefirió erigir las banderas del arte sin ponerse al servicio de otra ideología distinta a la de él mismo. Esto le permitió tener una lucidez permanente y un sentido crítico abierto y consecuente con su obra, ante las fuertes diferencias sociales y el abuso de la dirigencia política en Colombia. Nos quedaron pendientes muchas cosas, así como jocosamente el expresaba recientemente de hacer “la última litografía”. Iniciamos el último grabado y las planchas permanecerán como testimonio de un hombre que acometió el arte sin vacilaciones ni concesiones al statu quo.
“Tengo varios recuerdos tempranos de mi niñez. Incluso guardo la imagen de una mujer que era la que nos cuidaba y con quien salíamos al campo. Ella recogía el barro de una quebrada y hacía unos caballitos que después forraba con trapitos. Los vestía. Ese recuerdo me quedó muy grabado, y de ahí creo que sea el origen de los caballos en mi trabajo.” [1] Ese niño se crio en el seno de una familia antioqueña religiosa, estudió en un colegio de monjas y fue asistente en la clase de religión. La Biblia ya le generaba inquietudes y el dibujo era y sería su compañero permanente. Llega a Italia con camándula en mano, lleno de imágenes y vivencias propias de un despertar adolescente dentro de una sociedad pecaminosa y en la que el eros ebulle sin piedad, el voyeur… La dicotomía está inoculada e inquieta profundamente: religión-sexo, amor-pasión, erotismo-pornografía, deseo.
Rendón se sacude y se pregunta para dónde va. La distancia le hace romper las ataduras culturales y el arte europeo del Renacimiento reafirma y nutre un camino ya signado. Como hombre y artista ejecuta un acto político, rompe atavismos e inicia un recorrido que siempre será consecuente a un carácter e integridad en el pensamiento liberal que le es propio. El grabado se presenta como el vehículo catalizador que obliga a hacer ejercicio de una introspección y reflexión con respecto al ser mismo. Rendón aprende grabado en Italia, pero se hace grabador en Colombia, país al que regresa y encuentra sumido en una contradicción política, social, religiosa, moral, familiar, etc. Rendón, con ímpetu y sin ocultar la influencia y admiración por grabadores presentes en la cadena histórica-articulada dentro de este oficio, se hace merecedor con su gráfica al reconocimiento en distintos eventos. Para el momento la escritora Marta Traba es autoridad en el país y dedica al artista dos líneas cuando comenta el XV Salón de Artistas Colombianos en 1963: “Rendón, por último, ganador del Primer Premio de grabado, sería notable si no existieran gentes como Goya o Kate Kollwitz. Sería…” Claramente se equivoca una vez más la argentina, al valorar una obra de manera prejuiciada sin evitar el hacer uso de una retórica siempre sujeta a entablar paralelos. Lo cierto es que Rendón muy seguramente es uno de los más consecuentes, sólidos y críticos grabadores de las Américas.
El año 1970 abre una nueva página para el artista que cambió el rosario por un buril, con la obra Mitos y Monstruos, que revelará al nuevo Rendón, al hombre de espíritu brioso igual a los caballos que lo definirán como grabador en adelante. Se inicia una década épica en la que logra fundir sus pasiones dentro de la historia del arte, su rechazo a los dogmas religiosos, su desacato al sexo, su amor al paisaje, su testimonio social, lo simbólico, sumado a lo crudo de una realidad que esgrime todo tipo de poder para así perpetuarse. La lucha interior entre sus propios demonios y la presencia del ser que llamamos humano con todos sus desafueros, abusos y vanidad.
La praxis gráfica en Rendón, afirma él, es resultado de “la impotencia a actuar en frentes más beligerantes como respuesta a la iniquidad humana”.
[1] Jairo Patino Pérez, Tiempos del Mundo, Óleo contra la Violencia: Asedio a Augusto Rendón, noviembre del 2000.