Atrapados sin salida

Atrapados sin salida

"Somos una sociedad atrapada en la visión y posición de machos y verracos de unos y otros, en eso sí, muy colombianos"

Por: DAVID NAVARRO MEJIA
mayo 31, 2021
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Atrapados sin salida
Foto: Leonel Cordero / Las2Orillas

Parece que las crisis colombianas vuelven a un punto ciego: ¡no hay salidas!

Después de más de un mes de protestas, cada parte en disputa calcula hasta donde tiene aguante la contraparte. El gobierno apuesta por radicalizar la mano dura bajo el pretexto de los bloqueos, una práctica por lo demás válida si se trata de mantener un paro, pero que a un mes largo de protestas ya resulta inaceptable. Y en el Comité del paro, de la juventud y los líderes en general de la protesta, no hay lugar a ninguna tregua, hasta no ver doblegada la cerviz de Duque y obtener resultados en las exigencias planteadas.

En otras palabras, una sociedad atrapada en la visión y posición de machos y verracos de unos y otros, en eso sí, muy colombianos todos.

Duque opta por parecerse más a Turbay y le echa combustible a la crisis social actual sacando al ejército a las calles y militarizando la protesta, en un alarde de soberbia pocas veces vista en un gobernante colombiano. Y en los líderes de las protestas, una actitud incapaz de refrenar la ira y la indignación para no perder de vista qué fue lo que las generó y qué se debe ganar en la negociación.

No hay sin embargo un resto de la sociedad pendiente en esa película ya vista, sino que la mayoría de ella está en función de reforzar unas y otras posiciones, es decir, una parte de la sociedad que se presume emberracada y otra que se muestra ofendida por lo que entienden como despropósitos de la protesta. En la sala de proyección, mientras tanto, unos y otros se consuelan señalando que afortunadamente la mayoría son mejores, o que la turba o la gente de bien (ambos, anacronismos), son la minoría. Unos y otros, en mi opinión instalados en sus prejuicios y estereotipos.

No se puede negar, sin embargo, que no se dan tregua en justificar la violencia. En un caso por los bloqueos o el llamado vandalismo, en el otro por la evidente desproporción del uso de la violencia en la contención de las protestas y, también, hay que decirlo, por la evidente torpeza de un presidente que no es capaz de desmarcarse claramente del abuso policial y más bien le hace guiño con su actitud contemporizadora que se niega a condenar sus desmanes, no ya como supuestos casos aislados como se termina aceptando, sino como una práctica que se convirtió habitual y que es preciso desterrar de un cuerpo que se supone debería tener funciones civiles y no armadas como sucede hoy en la práctica.

Tampoco nos regateamos el uso de la palabra, en lo cual solemos ser despilfarradores, nada tacaños. Una pirotecnia verbal que sin embargo alumbra poco y menos aporta a la distensión de los ánimos. En esto ni siquiera se salvan los llamados centristas, esos otros a los que llaman tibios. Los colombianos somos tan derrochadores con el uso de la palabra que hasta esta termina matándonos y generando violencias: hijueputa es la palabra que registra el culmen de los que pretenden ofender e insultar. En los variados rincones del espectro social y político no se quedan atrás: terroristas, paracos, guerrilleros, indios, mamertos, incendiarios, fachos, igualados, bla bla bla…

Una película y una canción rayada hace ya mucho tiempo. Pero no por algo, nunca se van esas canciones, películas y telenovelas de dudosa reputación que nos representan (soy colombiano; Adonay, El camino de la vida, papi chulo, gasolina, esclava, ni que fueras la más buena, maldita traición, la falla fue tuya… entre otras. Y claro, no puede faltar la película: El paseo… interminable.  En telenovelas tenemos ese engendro de pintoresquismo y mal gusto: Pedro, el escamoso!)

Pues bien, en ese caldo de mal sabor se cocinan buena parte de las palabras y las acciones de la sociedad colombiana. Y en ese trasfondo, unos equipos que mal que bien nos representan, tienen hoy en sus manos nuestras esperanzas de una salida a la que se ha llamado la crisis más severa de los últimos años en la sociedad colombiana.

Hay también voces sensatas, desde luego. Pero, como siempre, a los muchos no les interesa que salgan a flote porque con esas voces Colombia entraría en la normalidad, una condición que entre nosotros no se vende mucho, no la da, como dicen los muchachos ahora, porque con la instalación de la anormalidad ganan los incumplidos de siempre: los que en el gobierno hacen conejo a los acuerdos que suscriben; los amigos de la corrupción y de la moral distraída; los que siempre prefieren disparar o robar, a servir, los que creen que estudiar no vale nada ante el triunfo que abre la trampa y el plagio, los que apuestan por apartarse en la solidaridad para vivir de lo que otros hacen, pero el inventario es largo para nombrarlo.

Es impopular decirlo, pero eso es lo que aquí se ha instalado como normalidad, una visión perversa que hace ver a los que invitan y reclaman para que se acuda al sentido común y la normalidad, como los anormales.

Lo peor es que muchos de los que han instalado la anormalidad como lo normal saben que actúan mal, que sus prácticas le hacen daño a la sociedad. Pero se niegan a actuar en consecuencia porque en todos los ámbitos sociales tanto los de un campo como de los otros, todos están esperando a que sea el otro el que ceda y ofrezca algo, el que deje de hacer daño. En eso consiste más que todo ese triste atributo que hemos dado en llamar aguante. Siempre hay algo interior que se subleva en los colombianos para no conquistar la moderación y la prudencia, este si un rasgo de los mansos, de los pendejos y justos que hoy exige la situación del presente para acordar una salida a la crisis social sin precedentes por la que atravesamos.

Que alguien llegue al final de este texto ya es un consuelo. Creo estar consciente de que no siendo esta reflexión propiamente una loa, no le guste a la mayoría. Pero ya está dicho. Ojalá tengamos mejor suerte que el coronel con la carta que nunca le llegó: que pronto construyamos una salida a la crisis social que nos desangra y divide.

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