Contaba el fallecido escritor rosarino Roberto Fontanarrosa en alguna de sus tiras cómicas de Boogie el aceitoso, que un boxeador muy certero y fuerte, famoso por derribar por nocaut a sus adversarios en el primer asalto, fue conminado a dejar de pie al otro púgil hasta el cuarto asalto. Era obvio que se preguntara si era la mafia de las apuestas quien hiciera la petición. Sin embargo, le aclararon que no, que eran los productores de televisión quienes lo exigían puesto que acabar la pelea tan pronto aburriría al público y acabaría con la pauta comercial. Era obvio que el argentino aludía al controvertido Mike Tyson quien de admirado pasó a temido, de temido a odiado y de odiado a olvidado. Un producto más del marketing deportivo.
Algo muy parecido está pasando en el mundo del fútbol actual. Un Atlético Nacional que nos hizo vibrar con la Copa Libertadores del 89 y cuyos jugadores de la época fueron la base de las recordadas selecciones de Colombia en los mundiales de Italia 90 y USA 94 vuelve a coronarse campeón del fútbol profesional colombiano, pero aburre. No hablo de su sistema de juego, ni de su plantilla. Hablo de lo predecible que se está volviendo el fútbol en Colombia y en el mundo.
Un equipo de fútbol que desde antes de jugar su primer partido ya es favorito, cabalga el campeonato y gana sin objeción es sinónimo de que el juego, esa batalla simbólica que mencionaba el filósofo holandés Johan Huizinga, ha dejado de ser juego y ha caído en el tedio, la abulia, el hastío porque pierde la emoción, el riesgo y la aventura. Pero seamos justos: lo mismo pasa en Italia con la Juventus, en España con el Real Madrid o en Alemania con el Bayern Munich.
No quiero con esto restar méritos a clubes que con esfuerzo, dedicación y buena administración han merecido tener lugares de hegemonía en sus países. Al contrario, pienso que Atlético Nacional que es cabeza de león en Colombia pero cola de ratón en el mundo, debe empezar a ganarse un lugar en este más allá de los reconocimientos esporádicos de periodistas deportivos lisonjeros que concurren al vaivén de los acontecimientos de los clubes.
En concreto, Atlético Nacional debería proponerse tres cosas. El reto de tener un estadio propio, como el actual subcampeón Deportivo Cali, en vez de estar arrendando el del municipio; el segundo, quedar campeón en una Copa Intercontinental de clubes para ser de verdad un “rey de copas” y el tercero y más difícil, en tanto que Nacional hoy en día más que un club es un simple negocio, dejar de ser parte del conglomerado Ardila Lulle y empezar a tener un club democrático con verdaderos socios para dejar de tener hinchas rasos que le llenan los bolsillos a una sola persona.
Pero volviendo a aquello que comentaba de lo impredecible, nadie recuerda lo repetitivo por monótono. En cambio, como aficionado al fútbol, tengo plena memoria de aquellos momentos en que David derribó a Goliat. ¿Cómo olvidar sin haberlo visto el día que Uruguay derrotó a Brasil 2 por 1 en el Maracaná? Es una leyenda pura. Es lo inesperado, el giro de los acontecimientos desconcertante. Así mismo existe una colección de acontecimientos que rayan en lo impensado y le dan al juego su carácter creativo y espontáneo. En Chile nadie olvida el día que un equipo de fútbol humilde animado por mineros del desierto ganó el campeonato local. Era el Cobresal, hoy descendido a la B. En Inglaterra los hinchas del Leicester jamás olvidarán el 2 de Mayo de 2016, día en que fueron campeones de la liga premier.
Los momentos inolvidables del fútbol son marcados por la imaginación y la destreza. La mano de Dios de Maradona, el penalti a tres toques cobrado por Cruyff, el pase de gol a la ciega de Pelé a Carlos Alberto, el impredecible gesto de Bruno Alves quien en un tiro de esquina se come una banana que le tira un hincha racista, o la famosa tapada del “escorpión” de René Higuita, baluarte de Atlético Nacional, considerada la mejor jugada de la historia del fútbol son prueba de ello.
Es por eso que reitero que no hay algo que genere más expectativa y rating que una competencia en la que o no hay favoritos o todos son favoritos. Recuerdo un tour de Francia en el que había poco más de diez candidatos al título. En cambio, hoy en día confieso que ciertos campeonatos los veo solo cuando empiezan los octavos de final y que en el partido de final de Champions League de Juventus y Real Madrid tuve que cambiar de canal por la abulia que producía ver suceder lo predecible. Era como cuando uno sabía en la telenovela que a la protagonista la iban a dejar ciega en el capítulo cien y amnésica en el capítulo doscientos.
En un mundo en el que hemos empezado a dejar de ser consumidores pasivos y hemos empezado a ser prosumidores, es decir consumidores con cierto criterio, una ficción como el fútbol no puede dejarse en manos del marketing televisivo porque apagar la tele o cambiar de canal cada vez más es una opción. Vale decir aquí que mi hijo fue quien dijo la lapidaria frase “¿Para qué ves ese partido? Va a ganar Nacional. Eso ya está arreglado” . Un escalofrío me corrió por la espalda porque la frase inevitablemente me recordó a Germán Vargas Lleras. Luego tomó el control, puso Netflix y acto seguido nos pusimos a ver documentales.