Nada me gusta más que tener en nuestra cabina radial a Rubencho, el gran Rubén Darío Arcila, no solo por su vozarrón, su estilo y la emoción que con poesía le imprime a cada etapa de cualquier carrera, sino porque es una biblia del ciclismo; sus anécdotas darían, sin duda, para muchos más libros de los que ha escrito. Pero quiero destacar dos de vieja data muy buenas que también –como el recién concluido Giro de Italia- se definieron el último día.
En Colombia, donde históricamente vibramos con las bielas, no olvidamos al francés Laurent Fignon, un corredor engreído que muy poco nos quería y que en lo particular me caía muuuy gordo por su actitud con nuestros escarabajos. Pero “esa actitud hacía más chévere la pelea contra ese monstruo parisino”, dice Rubencho. “Nos sacaban bananos para decirnos que dizque éramos africanos”. El narrador cuenta que para la conmemoración de los 200 años de la Revolución Francesa, en 1989, Fignon llegó con la camiseta de líder a la última etapa, una contrarreloj que terminaba en el Arco del Triunfo en París. Se suponía que ganaría Fignon para celebrar la toma de La Bastilla, pero la noche anterior se puso a celebrar anticipado y destapó champaña. Le llevaba un minuto al segundo, Greg Lemmon, un norteamericano que había llegado muy pobre al Tour, con perdigones en el cuerpo que había recibido accidentalmente de un amigo en una cacería. ¡Qué iba a ganar ese señor con plomo en los pulmones!, pensaban todos, y nadie le paró bolas al americano. Ese domingo, a las 9:00 a. m., se fue Lemmon solito a hacer el recorrido de la contrarreloj, estudió cada curva, miró dónde estaba la arenilla, mientras Fignon pasaba el guayabo todavía en la casa. ¡Todo lo preparó! Llegó la hora de la contrarreloj y apareció Lemmon vestido como un astronauta: casco de pera (puntudo atrás), licra enteriza, manubrio Scott (con los codos pegados), es decir, totalmente aerodinámico. “Un astronauta vestido de ciclista por las avenidas de París”, recuerda Rubencho. “Nosotros transmitíamos desde un techo un poco alto, desde donde alcanzábamos a ver el Arco del Triunfo y hasta el Arco de la Defensa, en el otro montículo. Los colombianos, acostumbrábamos a tomar el tiempo en alguna curva, o tomábamos un árbol o algo así como referencia, para no esperar los resultados de los jueces; la nuestra, en ese momento, fue entonces el Arco de Triunfo y ahí había que descender, bajar y pasar por el palacio de gobierno en los Campos Elíseos”, agregó. Con ese cronómetro, habiéndole tomado el tiempo a Fignon, nuestros narradores se dieron cuenta de que el campeón era Lemmon por ocho segundos, y comenzaron a gritarle: “usted es el campeón” y él, el norteamericano, comenzó a mirar su cronómetro y la pantalla una y otra vez. Cuando el francés supo de lo sucedido, cayó de rodillas al piso adoquinado y rompió en llanto… ¡No lo podía creer! Entre tanto, el diario L’Equipe titulaba “Atención, el norteamericano acaba de desembarcar en Normandía”, haciendo una metáfora con la Segunda Guerra Mundial. Eso les pasa a los soberbios, concluyo yo.
Laurent Fignon y Greg Lemmon, rueda a rueda en el Tour 1989
Igual le sucedió en nuestro territorio al memorable Roberto Pajarito Buitrago con Cochise Rodríguez; perdió una Vuelta a Colombia en su territorio. Cuenta Arcila que cuando llegaron a Bogotá, en la etapa de cierre, la diferencia era de solo 11 segundos entre Pajarito y el joven monstruo recién llegado de Antioquia, Martín Emilio Cochise Rodríguez. Entrando a la capital, se voló Cochise por la avenida Boyacá. “Entonces el país se puso patas arriba porque le iba a quitar el título a Pajarito en su patio, en su casa; porque, aunque boyacense, estaba de local por aquello del altiplano”, recuerda Rubencho, y emulando él el estilo de la narración de Carlos Arturo Rueda concluyó la historia con estas palabras que se hicieron célebres en su momento: “Ya estamos en el Campín. Se ha escapado en gran Martín Emilio y lo persigue Pajarito por las calles de Bogotá, ¡atención, entra Cochise sin Pajarito! Y la mámá: ¡Ay, me le cortaron el pipí a mi hijo”!
Quería contarles este par de historias simpáticas, solo para recordarles a esos desagradecidos con el resultado de Nairo en el Giro de Italia, que nuestros ciclistas son más que aguapanela con almojábana. Son hombres forjados con mucho sacrificio que no solo se les miden a territorios distintos, costumbres distintas y comida distinta, sino que se enfrentan increíblemente a sus peores detractores: un sector absurdo de sus propios compatriotas que, si mucho, apenas mantendrán el equilibrio en una bicicleta.
¡Hasta el próximo miércoles!