Dentro de los conceptos sociales que definen una persona creyente o no creyente, soy agnóstico, es decir, alguien que no puede afirmar que existe alguna deidad suprema pero que tampoco puede señalar con plena certeza que no. Aunque, la verdad, me inclino más a pensar que no existe ningún dios y vivo como si eso fuera cierto, es por eso que podría llamarme agnóstico-ateo.
Nacido en el seno de una familia cristiana y muy devota de la religión, por obvias razones, crecí y viví gran parte de mi vida con la idea de que existía algún dios que gobierna todo, que además es omnipresente y omnipotente. Si bien no era un creyente ferviente, siempre actué como una persona religiosa, hasta que en un momento de mi adultez temprana, entre los 18 o 19 años, empecé a dudar muchísimo de la religión como institución social.
Luego, cuando me adentré en temas que fueron cobrando muchísimo interés en mi vida (como la biología evolutiva, la astronomía, el origen de las especies, la mitología y la historia), en lo que fue una de las batallas internas más duras que he librado, empecé a debatir argumentos, creencias y experiencias que hasta el momento me habían hecho pensar que podría existir algún dios que lo gobernaba todo. Poco a poco, no de un día para otro —entre mucha reflexión y análisis, y tras una larga disputa interna entre sí y un no—, fui dejando de creer que en el universo existe un ser supremo y empecé a pensar que en realidad estamos gobernados por leyes físicas universales, de las cuales el Homo sapiens y este planeta tierra no se escapan. Todos hacemos parte de lo mismo, estamos formados de lo mismo.
Fue algo duro, fueron dieciocho años con una creencia muy arraigada, muy interiorizada. Solo imagine usted que de un momento a otro usted no cuenta con suficiente evidencia para pensar que en realidad existe, ¿cómo se sentiría? Obvio esta cuestión es muchísimo más compleja que la de creer o no creer en dios, pero puede funcionar la analogía. Sin embargo, ese no es el tema central que quiero abordar en este escrito. Para tranquilidad del lector creyente, mi intención no es demostrarle que su dios no existe, ese es un debate muy extenso, imposible de abordar en un solo artículo. El tema en el que me quiero centrar es el ateísmo por moda. Sí, sé que puede sonar ridículo, pero en Colombia hay ateos por moda. ¿Cómo lo hacen? No tengo ni idea, pero son una verdadera vergüenza. No están para nada convencidos de lo que afirman.
Aproximadamente de un año para acá se ha extendido un movimiento entre la izquierda colombiana, la cual apunta en afirmar que todos los problemas sociales se presentan gracias a ciertos grupos sociales y políticos e ideas económicas y políticas, más específicamente los políticos de derecha, los empresarios, el capitalismo y su nuevo foco de pelea, los religiosos y dios. Siendo las cosas así, su foco de lucha lo han extendido no solamente en contra de los políticos de derecha y el capitalismo, sino que ahora se la tomaron contra la religión y dios, porque según ellos, y como no puede ser de otra manera, son incansables
Estoy plenamente convencido de que la combinación Estado y religión le ha hecho muchísimo daño a la sociedad a lo largo de la historia. Incluso, hubo un tiempo en el que no se podía distinguir una cosa de la otra, aunque, por supuesto, hoy en día las decisiones de uno y otro deben estar completamente separadas. Ni la religión puede influir en el Estado, ni el Estado en la religión. No es con una biblia bajo el brazo como se gobierna. Pero una cosa es luchar en favor de un Estado laico, lo cual aplaudo, y otra cosa es declararse ateo por ideologías políticas, tal cual como un adolescente que se declara fan de un cantante después de ir a un concierto.
Ahora bien, declararse y decidir, por causa de una ideología, ser ateo es tan ridículo como elegir no creer en la existencia del aire. El punto está en que una persona no decide ser atea, es decir, no es autodeclarándose ateo como se llega a serlo. Cuidado que no quiero que se piense que considero el término ateo como algo sagrado e inalcanzable, ni mucho menos como una condición superior. No, es simplemente una forma de ver la vida.
Uno no puede levantarse de un día para otro y decir "declaro que no creo en el aire simplemente porque el grupo de amigos con los que ando no lo hace". Tampoco lo debería hacer porque al grupo político al que se dice pertenecer lo impone, compartiendo imágenes y panfletos donde se manifiesta que el aire es el enemigo a vencer para poder ganar las elecciones presidenciales y obtener curules en los concejos municipales, asambleas y el Congreso. En fin, estas personas parecen autodeclararse así más por una necesidad de encajar en un grupo social que por convicción —en algunos países, sus pañuelitos de colores lo demuestran—, convirtiéndose así en idiotas útiles del político de turno. A la larga, son personas incapaces de sostener un debate sobre la existencia de un ser supremo, pues llegaron a esa condición no a través de la lectura y reflexión si no a través de la pasión y la necesidad de encajar.
Decidí titular este artículo de este modo porque si bien este tipo de personas "no creen" en las religiones tradicionales, su entorno social se convirtió en su nueva religión. Son fanáticos, intransigentes e intolerantes. Además, su ideología es su nuevo Cristo, por lo que son ateos en nombre de Cristo.