Recuerdo una serie del canal Animal Planet llamada Instinto Salvaje, la cual exponía casos de víctimas de ataques de animales salvajes en diferentes ambientes de cautiverio. Normalmente, y tras una reconstrucción de los hechos, el narrador (y experto en comportamiento animal), describía todas las señales y conductas previo al “inesperado ataque de la bestia”.
Señales y comportamientos que eran ignorados por la sorprendida víctima, hasta que era demasiado tarde. Actitud equivalente a la de millones, quienes observan con estupor los hechos catastróficos de los últimos meses. Considerando las protestas en Chile desencadenadas por el incremento en el precio del pasaje en el metro, en Ecuador por la eliminación del subsidio en los combustibles y en Colombia por la última reforma tributaria.
Estas son justificaciones que resultan en un simple pretexto o “ataque súbito”, sin explicación, diferente a las conspiraciones de sectores extremos, sedientos por tomar el poder a cualquier precio (interés que, si bien es real, aporta poco o nada para dilucidar la causa profunda de la reacción agresiva de la serpiente).
Muchas de las víctimas estupefactas de hoy se convierten en cómplices a través de su perspectiva superficial y condescendiente del caso, como si contaran exclusivamente los últimos minutos de la película (o los más convenientes), siendo cómplices desde siempre al hacerse los de la vista gorda con las señales y conductas que durante décadas sectores de la población han expresado como consecuencia del desempleo, la falta de educación, la inseguridad, la pobreza y la pérdida de confianza en las instituciones.
La serpiente del inconformismo tenía que morder en los centros urbanos, en los centros productivos y en las narices de los palacios de gobierno, para que esas “víctimas sorprendidas”, de repente y a causa del repentino dolor, se dieran cuenta de que algo andaba mal con su mascota, quien hasta la fecha parecía complacida con las falsas promesas electorales, las campañas de noticias falsas, y la esperanza de convertirse en el sustituto de Will Smith en la versión venidera de En búsqueda de la felicidad.
Sin embargo, la prepotencia del amo se impone, y ahora está presto a castigar sin compasión; ahora se lamenta por la mordida y tan solo se preocupa por los efectos secundarios (vandalismo, oportunismo político…). No demora en ordenar la ejecución del pobre animal, puesto que, desde tiempos bíblicos, la serpiente es culpable de todo.
Ellos piensan: muerto el perro, se acaba la sarna. Ojalá el perro sobreviva, por lo menos, hasta que tenga la oportunidad de tomar una decisión inteligente y menos apasionada, haciendo uso del diálogo social, la resistencia pacífica y los insuficientes mecanismos democráticos que se mantienen en pie, los cuales, lo acerquen (algún día) a dejar de lamer y jadear por migajas, y a liberarse finalmente de sus amos.