Que a una mujer le desfiguren el rostro con ácido es peor que la muerte porque quien lo hace la condena a que por el resto de su vida vea reflejado el crimen en su propia cara. No se trata de que sea bonita y joven, por supuesto que eso lo hace más dramático, pero sin importar el grado de belleza o la edad, el ácido destroza la capacidad de expresión, deforma las facciones, es decir hace un daño irreparable en la autoestima.
Un atentado de esta naturaleza solo puede ser obra de una mente retorcida que actúa directamente o a través de otro sicópata contratado como sicario. Y así comete un vileza que cree le servirá de venganza permanente pero es un acto tan miserable que lo único que conseguirá su autor es deformar aún más su oscura conciencia, si es que la tiene.
Sin embargo, siendo un crimen difícilmente equiparable en maldad, en Colombia está haciendo carrera. Son muchísimos los casos reportados que para vergüenza del país siguen casi todos en la más absoluta impunidad. Las penas por destrozarle la cara a una mujer son ínfimas, dicen que no está tipificada la conducta criminal y debe asimilarse a lesiones personales. Tal vez por eso las autoridades se han desentendido de los casos y las investigaciones no avanzan.
Natalia Ponce fue la última víctima de las manos harteras de un hombre sin escrúpulos, seguramente un acomplejado que creyó demostrar su valor haciendo el más cobarde de los atentados, el ataque con ácido a una mujer indefensa. Natalia ha luchado por su vida internada en cuidados intensivos con severas lesiones. Es probable que sobreviva físicamente, lo que no es claro es si podrá seguir viva emocionalmente y allí está el mayor daño. Como dijo su hermano en declaraciones a los medios “esta es una muerte en vida para Natalia y su familia”.
La sociedad no debería seguir indiferente ante este delito monstruoso. Tenemos que exigirle a las autoridades que persigan al culpable de este y de otros atentados con ácido ocurridos en diversas ciudades del país como Cali y Barranquilla. Una vez identificados deberían ser expuestos como lo que son unos antisociales salvajes y un peligro para la sociedad. Sus rostros, ya que no podemos echarle ácido como uno tendría la tentación según ordena esa Ley del Talión consagrada en el Antiguo Testamento, por lo menos deberían ser presentados ampliamente en los medios de comunicación para que queden marcados como sus víctimas, aunque sea una marca indeleble en su reputación.
Esto de hacerle daño a una mujer es cosa corriente en sociedades tan machistas como la nuestra en la que se estimula la idea de que una mujer vale en función de su belleza, de su cuerpo. De ahí que aquellos seres enfermos de machismo encuentren en este filón la más despiadada manera de violencia contra una mujer, la de desfigurar el rostro.
No es esta por supuesto la única violencia contra la mujer. A diario se producen ataques sexuales, violencia intrafamiliar y acoso laboral, entre otras conductas reprochables. La diferencia es que todas estas han sido tipificadas como delito, con penas aumentadas y procedimientos para la atención especializada como lo estableció la Ley 1257 de 2008, mientras el ataque con ácido no se ha considerado en su verdadera gravedad.
Ojalá no siga la indiferencia en estos casos y las autoridades reaccionen para dar resultados efectivos porque varios “machos” andan por ahí sueltos con un arma que puede arruinar la vida de una mujer: un frasco de ácido.
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