No habían menos de 5.000 personas sofocadas por el incandescente sol de Caldono, Cauca, el miércoles 10 de abril en el parque central del pueblo. Las chivas llegaban atestadas de gente y la expectativa por ver al presidente Duque sentado con los representantes de la Minga nunca había sido tan grande. Después de todo llevaban 28 días luchando por ese momento.
Todo estaba listo para el gran encuentro. La guardia indígena desplegó un operativo de seguridad que funcionaba como un reloj. El día anterior el fiscal Néstor Humberto Martínez había lanzado una alarma que puso el encuentro en riesgo: el presidente Duque podía ser objeto de un atentado en Caldono.
Más de 15 bloqueos regulaban el paso de los miles que llegaban al parque central. Al menos 4 veces tuve que ser requisado para poder llegar hasta el punto de congregación donde los dirigentes de la Minga habían organizado una mesa de diálogo en una tarima frente a la iglesia, que acompañaba el encuentro. Desde tijeras hasta corta uñas eran decomisados por los guardias que sonreían a pesar de la impaciencia que les generaba su tarea.
El presidente, que había llegado a las 9: 30 a.m. en un helicóptero y acompañado por varios de sus ministros, se encontraba en la escuela cultural a menos de doscientos metros del parque central. Había organizado junto a la ministra Gutiérrez y el comisionado de paz Ceballos un espacio con más de 100 sillas para recibir una comitiva de la Minga en la escuela. No podía arriesgarse a salir a una plaza pública, donde se convertía en un objetivo fácil para los francotiradores.
En el rostro curtido por el cansancio y el hambre de miles de indígenas se veía la emoción del encuentro. Parecía que el lugar no iba a aguantar a tanta gente que se impacientaba con el transcurrir de las horas, pues la cita era para las 1o de la mañana, pero Duque nada que salía a la plaza.
El procurador Fernando Carrillo también llegó hasta Caldono e hizo su aparición en tarima sin mucho preámbulo. El gobierno ya había anunciado que no saldría a la plaza por razones de seguridad. Carrillo se sentó por un momento en la silla reservada para el presidente, escuchó durante unos minutos lo que decía uno de los gobernadores indígenas y luego recibió sonriente el micrófono. Puso sobre la mesa las alternativas del presidente, que no quería aplazar más el diálogo. Había otra opción: hacer la reunión dentro de la iglesia con pantallas hacia el parque para que la gente pudiera ver el encuentro, una propuesta que hizo el padre Javier, natal de Caldono y quien regresó unos años atrás luego de trabajar durante décadas en Argelia, Cauca, donde logró sentar al ELN y las FARC para que pararan la guerra que dejaba muertos a raudales. Las autoridades indígenas no se mostraban reacias con la alternativa, pero la voz de la Minga fue aún más fuerte: Duque tendría que salir y darle la cara a las miles de personas que se insolaron ese día esperándolo. Carrillo terminó de hablar y ya estaba listo para irse.
"Señor Procurador, antes de que nos de la espalda: usted queda encargado de llevar el mensaje de la Minga y traer una respuesta del presidente" fue lo que escuchó antes de abandonar el lugar. Aunque era el mensajero, nunca regresó.
El escenario estaba dispuesto para firmar un acuerdo y en donde la Minga pretendía montarle debate al presidente. Los más de 800.000 millones de pesos que se habían priorizado para salud y educación eran una victoria para los indígenas, campesinos y afros que durante 27 días tuvieron bloqueado el occidente del país. Sin embargo, lo único que quedó fue una postal que pasará a la historia del gobierno Duque: la silla vacía del presidente.
Aunque ya era un hecho que Duque no saldría a la plaza y el encuentro no se iba a dar, miles de personas seguían esperanzados en verlo sentado en la tarima. Pero el ruido de los helicópteros despegando fulminó cualquier ilusión. Fueron, al menos, 9 aeronaves las que despegaron desde la cancha de fútbol del pueblo que quedaba a escasos 300 metros de donde estaba concentrada la minga. Ante el ruido de sus motores, el parque entonaba el himno nacional y el de la guardia indígena cuando ya la silla vacía del presidente se había declarado públicamente. Muchos en la plaza lloraban y otros, que no podían ocultar la ira, pedían a gritos volver a la Panamericana.
En la rueda de prensa se llamaba a la calma y a la resistencia. Hablaron consejeros, gobernadores y algunos de la comisión garante. A muchos se les quebraba la voz pero ante todo mostraban mucha gratitud con la multitud que los escuchaba atentos.
Escasas dos horas después ya el pueblo se había vaciado. Las chivas salían de Caldono repletas de personas con cargas largas, decepcionadas y exhaustas pero que, al despedirse entre ellos y de nosotros, forzaban un gesto de fuerza en una sonrisa que no se logró desmoralizar con el fracaso que habían presenciado.