Cuando pensábamos que nada más podría sacudir este intenso 2016, el Cerro El Gordo, que alza su panza entre los municipios de La Unión y La Ceja en Antioquia, se interpuso en el angustioso y silencioso descenso del vuelo CP 2933 matando a 71 personas. El país llevaba muchos años sin accidentes aéreos de esta magnitud –vuelo SAM accidentado en 1993 en el Alto del Burro, Urrao, con 133 víctimas y vuelo American Airlines en 1989 cerca de Cali con 160 víctimas- pero este, a pesar de no haber cobrado la vida de ningún compatriota, nos afectó profundamente y desencadenó en muy poco tiempo una serie de situaciones entre absurdas y maravillosas que nos retratan bien.
En este mundo de la inmediatez, las redes y la información desbocada y no filtrada nos encontramos, horas después del accidente y mientras todavía trabajaban por recuperar los cuerpos en la zona del accidente, con descripciones de testigos presenciales detalladas y cargadas de emoción sobre lo que había ocurrido. La grabación personal del copiloto de Avianca, inicialmente “viralizada” por whatsapp (a mí me la compartió mi esposa, quien a su vez la recibió de su hija, a quien le llegó en su grupo de exalumnos del colegio), da cuenta de los momentos de angustia que vivieron en la cabina, mientras esperaba turno para aterrizar en el José María Córdova, en los momentos previos al fatal accidente. Los ciudadanos comunes y corrientes, que en el mejor de los casos como pasajeros alternamos la mirada entre la ventana, el horizonte y la puerta cerrada de la cabina, escuchamos una grabación que se mueve entre lo casual y lo angustioso y en la que se mezclan términos técnicos como “prioridad”, “emergencia”, “vectores”, “fuel leak” y “localizador”. “El man nos pasó por el lado a toda mierda” y “estos manes se van a quebrar el culo”, son las frases que introducen el relato final en el que el copiloto colombiano narra cómo, llorando, escucharon los últimos segundos del vuelo siniestrado. La segunda grabación, publicada por los medios tradicionales, corresponde a la conversación entre la controladora aérea Yaneth Molina y el copiloto boliviano. Se escucha cómo, en cerca de 7 minutos, la situación del vuelo se deteriora a tal punto, que desde la cabina se confirma la emergencia eléctrica y de combustible y se solicitan, insistentemente, indicaciones para llegar a la cabecera de la pista. Al otro lado, la controladora Molina, –“señorita” en palabras del aviador boliviano-, intenta mantener la calma mientras “limpia” el espacio aéreo y avisa a los bomberos de la llegada del RJ85 en emergencia. Un minuto y cuarenta y cinco segundos después de anunciar la emergencia total se pierde contacto con el CP 2933. Estas dos grabaciones sirvieron de base para que cientos de comentaristas en redes, nuevos “expertos”, que procedieron, sin necesidad de cajas negras o investigación alguna, a encontrar faltas, a señalar responsables y a pronosticar fallos judiciales. El tema, según lo reconoció la controladora Molina el jueves en una carta a sus colegas, llegó incluso a la absurda, inaceptable (y muy colombiana) amenaza de muerte. No seamos tan…
Del absurdo y la tragedia, no obstante, ha salido también, y sobre todo, lo mejor de nosotros. En un giro poderoso, sin ningún antecedente y reafirmando nuestra inexplicable y sorprendente capacidad de ser los más ruines y luego los más altos exponentes de lo humano, el país, pero especialmente Medellín y su gente, logró ponerse en los zapatos de las familias de las víctimas y de los hinchas del milagroso Chapecoense para sentir su dolor, llorar su pérdida y celebrar su hazaña truncada. Yo no soy hincha del Atlético Nacional, pero reconozco que con su actitud de respeto y de grandeza al proponer entregar el título de la Suramericana al equipo brasileño, se ha ganado el mayor campeonato de todos. A los muchos torneos y estrellas logradas en las canchas hay que agregarle el de la solidaridad, la decencia y la empatía. Las cerca de cien mil personas que ingresaron al Atanasio Girardot o que permanecieron en sus alrededores con velas o celulares encendidos y quienes lloramos al escuchar el agradecimiento del Ministro José Serra por televisión (hinchas de muchos equipos o simples ciudadanos), olvidamos la polarización, la refrendación, el espectro de la tributación, la transición y la corrupción y logramos compartir, por fin y por unas horas, un mismo tiempo y espacio.
Atlético Nacional, con su actitud de respeto y de grandeza
al proponer entregar el título de la Suramericana al equipo brasileño,
se ha ganado el mayor campeonato de todos
Así somos: implacables en nuestros juicios ligeros, dispuestos a señalar, perseguir y amenazar a quien no nos gusta, o no entendemos, o necesitamos culpar, pero a la vez, capaces de sentir dolor profundo y de movilizarnos en masa para honrar la memoria de aquellos extranjeros con quienes compartíamos solo lo fundamental. Así somos.