A las 4:30am cantó el gallo. Diez minutos después los 66 guerrilleros del Bloque Occidental Alfonso Cano se enfilaron frente al puesto de guardia. Fardey llamó a la primera formación y autorizó la primera tomada de tinto. Desde las 3:50 a.m se prende la estufa en la rancha, la cocina del campamento. La guerrillera Tania soplaba el carbón de las arepas y Julieth picaba el hogao para los huevos pericos. El agua nunca deja de rodar por la manguera que trae el líquido helado desde la montaña.
A las 5:10 a.m el comandante Pacho Quinto, cabeza del Frente Franco Benavides apareció vestido de sudadera Adidas y botas llaneras de caucho en el aula construida para las capacitaciones que comenzaron con el cese bilateral del fuego . “Cuenten a ver”. “Para informar que a las 18:15 pm (del día anterior), un avión se cruzó de sur a norte”, dijo el guerrillero Cristian. La enfermera Milena dio el parte médico de dos enfermos y el guerrillero Amarillo anunció el arreglo del piso de la enfermería.
La mañana en la cordillera occidental amaneció más fría que de costumbre. La luz de las linternas avisaba la neblina. “Nos ha llegado la hora cero camaradas. Hoy jueves es que llega la delegación a la zona campamentaria. Hoy nos toca mirarnos la cara con los militares”. Anunció el comandante Pacho V mientras indicaba los cinco nombres de los guerrilleros que acompañarían a la comisión delegada desde La Habana. Estarían Walter como comandante del Bloque, él como comandante del Frente Franco Benavides, Fabián como segundo del frente, y Amanda como comandante del Frente Manuel Cepeda. “Y que queden bien empacadas los tamales para el almuerzo de la visita.”
A las 5:35 am se cerró la sesión, la tropa guerrillera salió, cada uno con su plato, “a poner vajilla”, porque en la guerrilla el desayuno es a las 6 en punto. El comandante Walter apareció con un sombrero de ala ancha blanco y un poncho multicolor que siempre cuelga del cuello, vestido de civil como el resto de guerrilleros que iban a recibir a la delegación de la ONU. Salieron en dos camionetas hacia la cancha de la vereda Robles, cabecera municipal de Buenos Aires, donde se construyó hace tres años el helipuerto desde donde salió el comandante Pablo Catatumbo rumbó a La Habana y en el que Catatumbo ha vuelto a aterrizar con ocasión de las capacitaciones sobre el proceso de paz.
El Ejército Nacional se hace presente esa mañana, en una zona donde desde hace semanas se replegó en cumplimiento de lo pactado en la mesa de negociación de La Habana el 23 de junio pasado conocido como “el fin de la guerra”. En el territorio todo se vive de una manera distinta a como reportan las noticias en las ciudades.
En el camino varios militares custodiaban al general Nieto y a los coroneles Sarmiento, enviado desde La Habana como miembro de la comisión técnica para el monitoreo de las zonas veredales y Rodríguez, encargado de la seguridad del evento. Los tres eran los altos mandos en representación del Ejército Nacional. Enfundados en sus camuflados, los militares se estrecharon las manos con los guerrilleros en el lote empolvado previsto como helipuerto en Robles. Una imagen impensable hace unos meses y menos hace un año, si se piensa que fue muy cerca de allí donde se dio el asalto a la patrulla militar en la vereda La Esperanza en la que murieron once soldados el 15 de abril de 2015. Fue en las montañas del Cauca. Cerca de ahí cayó el jefe máximo de las Farc, Alfonso Cano.
A las 8:15 sonaron las hélices en el aire y las señoras del pueblo se asomaron por los balcones que dan a la selva. Después de unos minutos regresó el ruido de las naves y el comandante Walter salió al encuentro. Del helicóptero descendió la comisión verificadora. Tres nacionalidades como representantes de la ONU – Italia, Salvador y Guatemala-. Por las Farc llegaron los jefes guerrilleros Marco León Calarcá, Sergio Marín, Pacho Chino para el monitoreo regional, Olga para el nacional y Paola de la subcomisión de mujer. Diego Bautista y Andrea Peña por la oficina del Alto Comisionado para la Paz y Karen y Esperanza como los garantes de Cuba y Noruega.
Amabilidad de bienvenida antes del encuentro con la comunidad. En un rancho de madera amplio esperaban los representantes de las juntas de acción comunal de la vereda y los cabildos indígenas y todos los que quisieran llegar. El público estaba conformados por los pobladores de todos los días: raspachines de coca, propietarios de mulas, campesinos cultivadores de café, lulo y maracuyá, gente del campo. El grupo se dividió. Los comandantes Walter y Pacho V se fueron a un lado con los generales y coroneles a delimitar la zona de 8 kilómetros mientras los jefes guerrilleros Marco Calarcá y Sergio Marín se quedaron conversando con los representantes de la Oficina del Alto Comisionado Sergio Jaramillo.
La zona veredal transitoria de Buenos Aires cubrirá un área que va desde la vereda El Ceral hasta el Despunte, el lugar en la altura de la cordillera donde empieza el Naya que desciende hasta el mar Pacífico, cerca de Buenaventura. Por la ruta viajan los fletes de mulas, algunas cargadas de víveres para los trabajadores del Naya y otras con hoja de coca que es procesada en el camino. Trescientos mil pesos cuesta el viaje de seis arrobas hasta El Saltillo de donde a tres horas está Puerto Merizalde, la salida al mar. En los esteros de ese río se procesa el cristal de coca y luego el polvo que termina en los países de Centroamérica en su paso hacia Estados Unidos. Cada tres meses sale la cosecha y los raspachines se ganan $ 9mil por arroba que recojan. En los diez días que dura el trabajo se alcanzan a hacer $ 1.4 millones porque en la jornada que dura desde las 5 am hasta el mediodía pueden raspar hasta diez arrobas de hoja. La ganancia del dueño del cultivo es cercana al millón de pesos después de procesar cuarenta arrobas de coca que se convierten en un kilo de pasta de coca. Muchas de estas bolsas de pasta blanca viajan también en mulas hasta el Naya.
Este jueves la gente les preguntaba a los representantes de la ONU sobre su futuro cuando se inicie la erradicación de los cultivos de coca en la zona, una vez se firme la paz. Se quejan de que los recursos derivadas de la agricultura no les alcanzaba para sobrevivir y menos para disfrutar de las peleas de gallos los fines de semana o pagar los pasajes del bus escalera para llegar a Santander de Quilichao donde cada quince días se hacen las compras. Son muchas las hectáreas de coca que se ven desde el Ceral hasta el Naya.
En la zona veredal de Buenas Aires se instalaran los campamentos que albergaran aproximadamente a 200 guerrilleros. Allí también estará la oficina de monitoreo y verificación el ceso al fuego y hostilidades que estará conformada por miembros de la ONU, los delegados de las Farc que van a hacer contacto con la población civil, y los representantes del gobierno. Esta oficina funcionara durante 6 meses que es cuando también se hará el proceso de dejación de armas progresivamente a los 90, 120 y 150 días después de que se firme el acuerdo de paz. Para el Gobierno este es el día D, para las Farc cuando se apruebe la amnistía. Existen 400 guerrilleros presos y 600 civiles acusados por rebelión. Este es uno de los puntos álgidos de la negociación.
El sol se puso a las 12m y el guerrillero Alexander les ofreció unos helados caseros a los soldados que vigilaban el rancho desde la montaña. Cuando las camionetas regresaron los tamales ya estaban calientes. Los comandantes Walter, Pacho V y los demás regresaron con Sergio Marín al campamento comenzando la tarde. A esa hora ya rodaba el balón en la cancha donde todos los días después de almuerzo los guerrilleros se cambian la camiseta verde militar por la tricolor con un letrero en la espalda: “Yo me la juego por la paz”. El helicóptero con la comisión despegó hacia Cali. En la cordillera siguen esperando la paz.