Así se vive la cuarentena en las Islas del Rosario

Así se vive la cuarentena en las Islas del Rosario

Sobre el proceso académico de los niños y jóvenes estudiantes en los colegios de las islas, ubicadas cerca a Cartagena

Por: Miguel Garcés Prettel
abril 06, 2020
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Así se vive la cuarentena en las Islas del Rosario

Eran las 6:30 de la mañana cuando salí de mi casa. El objetivo, además de hacer mercado, era llevar a la empresa Tigo mi celular que dejó de funcionar de un momento a otro. El día anterior, había contactado telefónicamente a esta empresa, y me dijeron que por la garantía podría llevarlo a la sede ubicada en el Centro Comercial La Castellana. Vaya momento tan inoportuno en que mi celular decide dañarse, en plena cuarentena donde las comunicaciones son esenciales, pensé en voz alta.

Llegué al centro comercial a las 7:30 a.m. Las filas eran largas tanto para entrar a los almacenes como para entrar a Tigo y a las zonas bancarias aledañas. Todo era un desorden. El calor a eso de las 8:30 a.m ya empezaba a ser insoportable y más porque la gente no respetaba la distancia. No había nadie del centro comercial que organizará preventivamente las filas. Los vigilantes estaban pendientes solo de autorizar el ingreso a los sitios e hicieron caso omiso a mis recomendaciones sobre la necesidad de hacer una fila preferencial para los ancianos que frecuentaban el lugar.

Me indignó ver que, en plena cuarentena, y en este contexto de calor y filas interminables, algunas empresas como Tigo abrían en Cartagena a las 9 de la mañana. No me pareció un acto solidario en un momento como este, donde el tiempo es clave y las conglomeraciones prolongadas aumentan el riesgo de contagio. Me molestó también, que al llegar a la entrada de Tigo a eso de las 9:30 a.m., luego de estar dos horas haciendo fila, me recibió un empleado de esta empresa y cuando le expuse mi caso, me dijo que la empresa no está recibiendo en este momento equipos para revisión porque el servicio técnico está paralizado. Le dije que entendía, pero le reclamé con tono molesto el acto de hacerme venir a la tienda y exponerme innecesariamente. Se quedó en silencio.

Luego del incidente anterior, decidí ir al supermercado y enfrentarme a otra fila. Estaba muy enojado por el tema del celular y pensé que había perdido el día. Sin embargo, mi percepción negativa cambió cuando me encontré en el centro comercial con un colega profesor que trabaja en la Institución Educativa “Islas del Rosario”. Esta escuela pública presta su servicio educativo a los niños, jóvenes y adultos de esta zona insular de Cartagena y está ubicada en Isla Grande, la cual es el área de mayor extensión del archipiélago colombiano de Corales del Rosario.

Si bien entre las 9:40 y las 10:15 de la mañana, el calor ya era insoportable, no fue una limitante para que la conversación con el profesor de la escuela “Islas del Rosario” fluyera. Yo quería escucharle y él quería contarme sobre el dolor y la preocupación que sentía por las condiciones educativas de sus estudiantes en esta cuarentena. Me habló además de la situación económica de las familias de sus estudiantes que viven en esta zona insular que ha sido históricamente abandonada por el Estado en materia de salud, educación e inversión pública.

La molestia que traía sobre el caso del celular se vio opacada y banalizada ante la difícil realidad que contó el profesor sobre sus estudiantes y el drama de estas comunidades insulares de Cartagena sumergidas en la pobreza, la falta de oportunidades y las precarias condiciones de vida y salud que golpean con mayor crueldad en esta cuarentena. Le pregunté en primer lugar, ¿Cómo está desarrollando sus actividades educativas en esta cuarentena?, el profesor me miró fijamente, tragó en seco y me respondió que estaba enviando las actividades de manera virtual a sus alumnos.

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Frente a la respuesta anterior, le hice otra pregunta: ¿Cuántos estudiantes lograban responder a esas actividades educativas virtuales?, él respondió con un tono indignante: “solo un 10% porque ellos no cuentan con el factor tecnológico y el acceso a Internet en la zona insular es precario o nulo para las escuelas y las familias de esos niños”. Asimismo, resaltó que solo una minoría logra realizar sus actividades, gracias a que algunas personas de su comunidad que recargan o poseen datos en sus celulares les permiten solidariamente acceder a la información. El profesor me aclaró que la conectividad, es solo uno de los graves problemas que enfrentan los niños en esta cuarentena.

De todo lo expuesto por el profesor, era claro que el coronavirus no es la única amenaza en esta cuarentena para los niños y las familias cartageneras de esta zona insular, lo es también el hambre que se intensifica actualmente por la falta de recursos. De hecho, el profesor señaló en repetidas ocasiones, que las familias de estos niños escolarizados están preocupadas por el sostenimiento diario, ya que sus actividades económicas se han paralizado por la cuarentena, y para ellos el golpe ahora es más duro porque siempre han dependido en buena parte del ecoturismo.

Otra preocupación que emergió de la conversación con el profesor era que la gente de las Islas del Rosario se sentía abandonada por el Estado y por los medios de comunicación en esta cuarentena. Aseguró al respecto, que ningún medio viene informando o presionando al gobierno local para hacer seguimiento a la situación actual de salud de los niños y de esta comunidad insular en general, aún cuando saben que, por pertenecer a las islas del Rosario, ellos estuvieron expuestos masivamente a turistas nacionales e internacionales, incluyendo a aquellos provenientes de países donde el nivel de contagio ha sido más fuerte.

La conversación con el profesor terminó, y a eso de las 11 a.m mi cabeza quedó dando vueltas no solo por el calor sofocante, sino por todo lo que el profesor me expresó en cuanto al abandono estatal, el riesgo de salud, el estrés, la alimentación precaria y en especial las limitaciones educativas que padecen los estudiantes de las Islas del Rosario en esta cuarentena, debido a que sus familias no cuentan con tecnología informática y salen temprano a buscar el sustento diario. Frente a esto, el profesor manifestó que algunos padres optan por persistir en la pesca, mientras que otros en medio de los riesgos actuales, se trasladan a Cartagena buscando algo para comer y traer a sus hijos.

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Finalmente, llegué a mediodía a mi casa luego de esta faena callejera. Entendí en medio de todo lo que me contó el profesor, que mi problema con el celular era algo banal frente a la dura realidad de los niños de la zona insular y sus familias en esta cuarentena. Esta zona insular demanda ahora una mayor asistencia humanitaria a nivel gubernamental y social, y un mayor compromiso por parte de los medios de informar sobre esta realidad. De igual forma, no les niego que quedé  también con esa sensación de que todos estamos en deuda con estas comunidades insulares, incluido yo.

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