Hoy les enseño dos pruebas de Fraude con una distancia de 129 años, solo para significar que toda la vida hemos estado en manos de pillos. Esta de 1884:
El autor de esta publicación de septiembre 13 de 1884 advierte sobre unas anomalías. Dice por ejemplo que no aparecen votos liberales en los registros de las mesas 1 y 2 cuando muchos miembros de ese partido, entre ellos Salvador Camacho Roldán sufragaron allí. También dice que los doctores Alejo de la Torre y Juan Felix de León, vieron meter, supuestamente a personas del gobierno, manotadas de boletas electorales en una urna. (Esta publicación reposa en los archivos de la biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá).
Y esta que encontré en el año 2001 pero que corresponde a las elecciones de 1998 y que siempre he considerado como la joya de la corona o la reina de las pruebas dentro de la investigación de Fraude Electoral.
Estas dos actas, pertenecen a las mesas 1 y 2 del puesto 86 de Chimichagua Cesar. No obstante encuentro con asombro que ambas tienen los mismos votos en los mismos candidatos es decir actas clonadas.
Las dos actas totalizan 249 votos cada una. En ambas las tarjetas no marcadas son 11, en ambas hay de a un voto nulo y en ambas hay cero votos en blanco y en ambas don Pepe Gnecco Cerchar tiene la bobadita de 124 votos. Nótese que dos de las tres firmas del jurado no coinciden.
La probabilidad matemática de que existan dos actas iguales entre 718 candidatos, que hubo para el Senado en esa ocasión y que pueden obtener cada uno entre 0 y 300 votos, es de una en un trillón. Como ganarse una lotería de 718 cifras y que cada cifra salga de un sorteo de 1 a 300. Pero estamos en el país de las maravillas y el municipio afectado no es muy lejos de Aracataca (Macondo)
En el prólogo de su libro Fraude electoral: lo que la tinta no corrige Alfonso Portela Herrán dice: “Con una legislación electoral como la actual, es muy difícil realizar unas elecciones limpias en Colombia”. Si lo expresa un alto funcionario de la Registraduría, con más de 20 años de servicio en el área electoral, hay que prestarle atención. Además porque retrata 26 formas que desde su despacho ha detectado para hacer fraude. Desde la expedición fraudulenta de la cédula hasta el escrutinio amañado, pasando por el trasteo y la compra de votos, la compra de jurados, el uso de cédulas no reclamadas, el uso de las cédulas de abstencionistas y el soborno a quienes trascriben electrónicamente los datos. Loable tarea que no obstante se estrella contra un muro infranqueable llamado ley electoral, que fue diseñada por hampones para favorecer sus intereses.
En resumen, y con el pesar de no poder, por espacio, exhibir más pruebas del fraude electoral en Colombia, queda claro que no gozamos de una democracia real. Queda claro que estamos en manos de bandidos regionales y nacionales que han hecho de las elecciones un magnífico negocio. De otra manera no se explica cómo un candidato pueda gastar 10.000 o 20.000 millones para ganar un puesto cuyos salarios en cuatro años no suman ni el 10% de esa cifra. Lo toman como una inversión. Saben que ganando tienen a su merced el presupuesto de un municipio, un departamento o un país entero.
Primero te anulan en los medios que, en su mayoría pertenecen a sus amigos. A menos que seas un candidato exótico que venda periódicos o rating, tipo embolador, bruja, indígena con atuendo, etc., te morirás esperando una entrevista, una oportunidad para expresar tus ideas o tus propuestas de campaña.
Segundo, te avasallan con su poder económico sin importarles sobrepasar los topes de gastos electorales. Más vallas de las permitidas, cuñas radiales con frecuencia insoportables, camisetas, cachuchas, tamales, dinero en efectivo por los votos.
Si aún así sigues fuerte, te hacen fraude. Ya vimos la forma burda y descarada como adulteran actas y compran funcionarios corruptos para meterse los votos que necesiten con tal de ganar la curul.
Si no pueden hacerte fraude porque cuentas con muchos testigos electorales y sales elegido, se amangualan en las corporaciones públicas (concejos, asambleas y Congreso) para volverte a anular, para que fracases como alcalde o gobernador. No te aprueban proyectos a menos que untes de mermelada a concejales, diputados y congresistas, es decir, a menos que les des contratos y puestos para lubricar sus maquinarias.
Si ganaste una elección a corporación pública y no te metes en la gavilla oficialista de turno, te dejan hablando solo aunque hagas grandes debates y no te aprueban un solo proyecto en cuatro años. Serás el peor congresista, el peor concejal, el peor diputado.
Finalmente, si a pesar de todo alcanzas a salir elegido, tienes que ceder a las presiones burocráticas y económicas de los buitres de la patria. Si no cedes, te desprestigian y si no te desprestigian te montan pruebas para matarte políticamente como está sucediendo ahora con el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Si no pueden matarte políticamente, te matan físicamente como sucedió con Eudaldo Díaz, alcalde del Roble.
Este es el destino de alguien que no encaje en el negocio de la política. Esto es lo que muchos aún se empeñan en reconocer como una democracia. Qué lejos están de la verdad. Urge una reforma electoral pero no hecha por congresistas que se sirven de ella para sus fechorías. Podría ser a través de una iniciativa popular para lo cual habría que recoger 1,6 millones de firmas en seis meses, es decir unos 2 millones descontando las que no son válidas. Si logramos la hazaña que cuesta miles de millones de pesos, el Concejo Nacional Electoral convoca a un referéndum para preguntarle al pueblo si aprueban esa ley de Reforma Electoral. Si el pueblo gana, cosa difícil porque los caciques electorales interesados en que mantengamos nuestro sistema electoral arcaico, saldrán a pagar votos por el no. Los demás pondrán al millón y medio de empleados públicos a votar por el no, so pena de perder el puesto. Y si por algún milagro ganamos el referendo, adivinen: el Congreso de la República al que estamos quitando la facilidad de robar votos, tiene que avalar lo que el pueblo decida en el referendo. ¿Lo harán? Por supuesto que no. Todo porque los constituyentes de 1991 crearon unos fascinantes mecanismos de participación ciudadana que no sirven para un carajo porque siempre terminan en el Congreso. Por esto, en 22 años de vigencia de la Constitución, no se ha podido presentar una sola ley por iniciativa popular. En conclusión, estamos a merced de lo que quieran hacer nuestros legisladores, en su mayoría elegidos con fraude. Solo una asamblea constituyente podría introducir, este y otros cambios que necesita la política para convertirse en lo que siempre debió haber sido: la profesión más noble y prestigiosa de una sociedad.
Debería preocuparnos y aterrarnos que aquellos que se eligen con fraude sean los mismos que elaboran las leyes de un país, sean los mismos que eligen contralor y procurador, sean los mismos que aprueban el ascenso a generales, los mismos que ejercen control sobre las decisiones del presidente de la República. Mientras no depuremos el sistema electoral, esas leyes, esos nombramientos, ese control al ejecutivo seguirán en manos de tramposos que deshonran las instituciones y que convirtieron la política en un negocio sucio.
Conozca las primeras partes en:
Así se roban el país (I): http://www.las2orillas.co/23411/
Así se roban el país (II): http://www.las2orillas.co/asi-se-roban-las-elecciones-en-colombia-ii-parte/