Esa mañana los profesores se reunían para decidir el destino de algunos estudiantes. Este cónclave se repetía cada año, jugábamos en esa sala a ser Dios. Unos repetían los tantos motivos por los cuales se debía negar el cupo a un estudiante o por qué este debía perder el año. Allí se debatían argumentos tan traídos de los cabellos sobre ellos, tales como que “su papá tenía tatuajes o que la mamá andaba de casquisuelta”. Algunos de nosotros no entendíamos cómo era posible que eso fuera motivo de expulsión y no de conmiseración, quizás por los muchos factores que asedian al ser humano y mucho más porque estos eran niños. No se trataba de una reunión para evaluar desempeños o avances, era un paredón donde muchos salían escaldados y descarnados. Y nos hacíamos llamar educadores, formadores.
Ana había permanecido a la expectativa de las decisiones del comité, aún tenía la esperanza de recuperar matemáticas, se había esforzado durante todo el año, pero en definitiva eso no era lo suyo. Desde muy chica había optado por las artes, tenía talento decían, ella trataba de convencerse aunque aún encontraba errores en sus diseños, los mejoraba y de vez en cuando quedaba satisfecha con su trabajo. Quería estudiar artes en alguna universidad prestigiosa y no para terminar como profesora de artes sino para hacer de este su vida. Pero ahora matemáticas la tenía sujeta a una posible expulsión o lo que las directivas llamaban con maquillaje “un retiro de cupo”.
La noche anterior Mauricio había estado escribiéndole, advirtiendo de lo mucho que quería ayudarle en ese comité, pero de su imposibilidad frente a las constantes negativas de parte de ella para salir por ahí a tomar algo.
Ana tenía los mensajes grabados, quizás aún podría tener salvación, tocó la puerta repetidas veces y casi con desesperación. Al abrirse allí estaba la coordinadora, implacable le dijo que ningún profesor podía abandonar la reunión, pero era tal la desesperación de Ana que terminó cediendo y pidiendo al profesor que se acercara a la puerta.
Ana apenas pudo articular con todos esos ojos viéndola, pero por fin dijo en una voz que apenas era audible: profesor necesito que me ayude o me veré en la penosa obligación de mostrar los mensajes que me ha estado enviando desde que empezó el año. Vio cómo este se fue poniendo pálido. Finalmente, dirigiéndose a la audiencia con voz fuerte dijo, qué pena la interrupción, muchas gracias. Y cerró la puerta tras de sí.
Respiró, no podía creer que lo había encarado, le temblaba el cuerpo, pero lo había hecho. Se había esforzado tanto en matemáticas y pese a esto nunca obtuvo una nota que diera cuenta de todos sus esfuerzos. Tenía que estar relacionado, todas las piezas encajaban ahora, sin embargo, se arrepintió de no hablar directamente con las directivas, aunque de seguro la culparían a ella.
Tomó asiento en una especie de diván que se encontraba fuera de la oficina donde todo se sucedía. Allí espero por casi una hora, temía que su destino se debatiera allí, frente a esas personas que apenas la conocían, las personas que ni siquiera le habían dado el pésame por la muerte de su abuelo, hacía unos meses. Esas personas que ahora, allí adentro se disputaban su cuerpo aún caliente.
De pronto la puerta se abrió y uno tras otro empezaron a salir. No la miraban, era como si su cuerpo fuera solo una aparición para muchos invisible.
La coordinadora la tomó del brazo porque sin darse cuenta Ana había empezado a llorar lánguidamente, sollozaba con fuerza y luego volvía a silenciarse. Sabía lo que le sucedería en casa de perder el año, el cupo o aún peor las dos. Por qué lloras le preguntó en un tono desconocido para Ana. Perdí el año por mate, dijo Ana, pero ella la miró sorprendida. No, no perdiste ninguna materia. El profesor de matemáticas hacía un momento había aclarado que tu nota estaba errada y no perdiste.
Ana se sonó con el dorso de la mano y levantó la vista incrédula, no la había dejado, pero aún se sentía sucia, como si la culpa de eso que había sucedido fuera de ella, como si el chantaje de minutos antes hubiese estado más perverso por ella, que por lo que había hecho el profesor. Entonces tomando aliento empezó… tengo algo que decirles, pero me gustaría hablar con la rectora.