Hace unos meses usted me preguntaba irónicamente qué era la paz total.
Como mi respuesta no le satisfizo, montó en cólera y me trató de modo irrespetuoso, incluso con un sentimiento de arribismo palmario. No contento con ello, me increpó, me desafió y me disparó otra pregunta: "¿Qué ha hecho usted por la paz?"
Ante su evidente alteración del ánimo, decidí no responder a sus ofensas. Preferí esperar el tiempo necesario para responderle del siguiente modo.
Yo no pretendo ser, ni soy, el guía espiritual de nadie, como me lo dijo usted el día de la discusión. Sé de sobrada manera que cada quien rige su propio destino. Sin embargo, a usted le molestó mi punto de vista crítico frente a la divulgación de un panfleto terrorista. Más le disgustó mi crítica, porque se la hice a un amigo suyo, quien, además, tiene la ligereza de juzgar a la persona (por el solo hecho de expresar su parecer opuesto al suyo) como miembro de ese grupo terrorista del panfleto en cuestión.
Usted se ufana de haber estado en algunas reuniones de carácter oficial, durante los diálogos de paz del gobierno Santos. Hasta mencionó a Nelson Mandela, un hombre totalmente opuesto a la desigualdad e injusticia social y a su postura política y a la de muchos de quienes se pusieron de su lado.
Sus caldeados ánimos, lo motivaron a decirme el famoso, arribista, deplorable y solapado "usted no sabe quién soy yo", que en sus palabras textuales fue: "... Usted cree que con quién está hablando?"
La soberbia es enemiga de la paz.
Coincido con usted, en que llevamos muchos años esperando ver la paz en Colombia. Belisario Betancurt nos mandó a pintarla en las calles y en las puertas de las casas (cuando éramos niños), en forma de una paloma blanca. Pero aún no ha podido alzar el vuelo.
¿Qué he hecho yo por la paz? Llevo veinte años dedicados a la educación de los niños y de los jóvenes de nuestro país, en el sector oficial.
Mi mensaje siempre ha sido la construcción de un país mejor dentro del respeto por las diferencias. Ya podrá usted imaginarse cuántas personas habrán pasado por mi vida y yo por la vida de ellas, con la esperanza de que ese paso haya sido el más afortunado.
De modo que si por su finca han pasado más de quinientas personas, a las que usted les ha entregado un mensaje de paz, por mi vida han pasado más, y han hecho de mí la persona que he querido ser: un hombre de paz. Pero ser un hombre de paz no significa doblar la cerviz a las palabras de guerra. Significa hacerles frente.
Porque en Colombia, la guerra no sólo son las armas, ni la paz la ausencia de ellas. La guerra pasa por una actitud cerrada de no aceptar en el otro sus diferencias ni de reconocer sus derechos ante la ley; la paz, pasa por todo lo contrario.
Ubuntu: soy porque somos. Éso fue lo que usted aprendió en las reuniones del gobierno Santos. Yo no sólo lo aprendí, yo tuve que ponerlo en práctica en las clases preparadas para la Cátedra de la paz.
Usted me mandó a darle clases como guía espiritual al ELN, para que dejaran las armas. El "aplauso" de algunos integrantes del grupo fue unánime. A lo mejor, en ese momento, éso era lo que usted buscaba o necesitaba: el aplauso. Sin embargo, practicar Ubuntu con quienes son afines a mí "en cuerpo y alma", no hace ninguna diferencia. ¿No le parece más apropiado aplicarlo en quienes tienen una visión del mundo violenta, arbitraria y en muchos casos perniciosa para la convivencia humana?
La paz total es la convivencia social y humana, cuyo principio fundamental pone en el centro el respeto por la diferencia. Si por lo menos, de manera simbólica, en los acuerdos de paz con los alzados en armas, se intercambiara un arma por un libro, daríamos un paso de gigante hacia una sociedad más justa, equitativa y humana.
Pero no se trata de entregar un libro porque sí. Se trata de hacer entender la complejidad y la responsabilidad de aprender a manejarlo o usarlo. Más complejo aún que el manejo de un arma para matar.
El libro precisa del pensamiento; el arma, de la falta de entendimiento. El libro desata (libera) las neuronas de la creación; el arma, las aprisiona y subyuga a su poseedor embrutecido. Porque es bien sabido, que en la guerra el que más usa las armas es el que menos piensa, y el que menos las usa, es el que dirige a este último.
Podríamos hacer la siguiente ecuación: con su trabajo usted pone el pan en la boca del hambriento; con el mío, yo lo pongo en la del pensamiento de ese mismo hambriento suyo. Así se construye la paz.
Disculpe usted, si me he extendido más de lo necesario.
Como ganadero, no tengo nada que reprocharle respecto de sus logros en la creación de la raza bovina que lleva su apellido.
Como ciudadano, tengo que reprocharle, que ese éxito no le da ningún derecho de tratar mal a ningún otro ciudadano de Colombia o de cualquier país.