El 23 de julio de 1973, los bogotanos vieron arder el edificio de Avianca, el más alto de la ciudad, orgullo de la arquitectura capitalina y centro económico del país. El incendio comenzó en el piso 14 -que en realidad era el 13 por aquella costumbre de evitar utilizar este número de mala suerte en las edificaciones- y en pocas horas devoró casi la totalidad del edificio. Desde tierra y aire los bomberos lucharon por 10 horas para apagar el incendio, mientras helicópteros rescataban a las 240 personas que subieron a la terraza asediadas por las llamas.
Al caer la noche los bomberos apagaron el incendio que dejó cuatro personas muertas, 50 heridos, más de 500 millones en pérdidas y la completa desaparición de importantes instituciones económicas estatales y privadas. La tragedia, una de las primeras de este tipo ocurridas en el país, encendió un debate nacional sobre la seguridad de los rascacielos. La prensa atiborró al público de artículos que asemejaban a los rascacielos a trampas mortales y no faltó la opinión de importantes personalidades del país señalándolos como adefesios de la modernidad. Entre ellos estaba el expresidente Alberto Lleras, quien en su columna de El Tiempo escribió:
“¿Se justifica, hay necesidad de crear estos riesgos en nuestro país? ¿Vale la pena que pueblos pobres y de escasos alimentos para vivir dentro de una civilización semejante a la que produce espontáneamente estas torres, por negocio, por interés económico, por necesidad, se empeñen en aventuras de esta índole?”
Mientras el debate sobre los rascacielos ocupaba la atención de la prensa, la Universidad Nacional se preparaba para inaugurar un hito de la arquitectura capitalina que con el tiempo sería uno de los símbolos más preciados de la institución. El viernes 27 de julio de 1973 a las 6:30 de la tarde, la Orquesta Filarmónica de Colombia, dirigida por BIas Emilio Atehortúa, inauguraba el Auditorio Central con un concierto.
El nuevo escenario para la cultura cautivó a los más de 1500 asistentes. Una reseña del evento, publicada el 29 de julio en el periódico El Tiempo comentó:
“Las posibilidades resultaron óptimas en cuanto a hermosura, capacidad, comodidad, y excelente acústica del recinto. La gran mayoría del público así lo pareció aplaudiendo fervorosamente el Adagio y Fuga para Cuerdas de Mozart y la Sinfonía trágica de Schubert. La prueba sirvió igualmente para demostrar cómo esta sala ha de cumplir lentamente un propósito cultural y educativo.”
Pero no todo fue color de rosa y ni a todo el mundo le agradó el nuevo auditorio. En la misma reseña de El tiempo, su autor escribió: “No faltaron detalles molestos, como la detestable plaga de fotógrafos y camarógrafos trepándose al mismo escenario sin respeto a la orquesta, o como la de algunos elementos aún subdesarrollados mental y moralmente para apreciar la música universal”.
Quizás, los “subdesarrollados” a los que se refería el comentarista eran los estudiantes que interrumpieron el concierto con sus consignas sociales y que no permitieron finalizar el concierto. En su libro “La Universidad Nacional de Colombia en sus pasillos”, su autor Ciro Quiróz cuenta que, al poco tiempo de iniciar la gala, “las consignas estudiantiles empezaron a oírse: ‘Queremos cafetería, no auditorio’, ‘Queremos educación para niños, no queremos cultura burguesa’, ‘Queremos música nacional, no queremos música burguesa’. Un debate se abrió en pleno escenario y al final sólo se ejecutó la primera parte del concierto, la segunda quedó en veremos”.
Democratizar la cultura
La inauguración inconclusa fue el fin de un sueño emprendido por el médico José Felíx Patiño cuando asumió la rectoría de la Universidad Nacional en 1964. En su corto periodo al frente de la institución diseñó la transformación y modernización de la planta física del campus universitario y para ello creó la Oficina de Planeación encargada de hacer los estudios y conseguir la financiación. Dentro del plan que contempló la construcción de los edificios de la Biblioteca Central, la Torre de Rectoría (actual enfermería), Instituto de Ciencias Naturales, el Conservatorio, el Museo de Arte, las Aulas de Agronomía, de Ciencias Humanas y de Ingeniería, Residencias Camilo Torres y, por supuesto el Auditorio Central, que luego sería llamado León de Greiff.
El ambicioso plan fue financiado con un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo. Eugenia Mantilla de Cardoso se encargó del diseño y de liderar la construcción del auditorio y contó con el apoyo de sus colegas Luz Marina Estrada y Enrique Villar. La adecuación acústica, que tanto alabaron los primeros asistentes, quedó a cargo del ingeniero Manuel Drezner. Antes de iniciar la construcción la Oficina de Planeación financió un estudio sobre los auditorios que había en la ciudad y los gustos culturales de los estudiantes y los habitantes de los alrededores de la ciudad universitaria, que sirvieron para estructurar el tamaño y cómo debía ser el auditorio.
Desde que se concibió el proyecto, el auditorio se pensó como un espacio para democratizar la cultura. En ese momento, a finales de los años 60, Bogotá comenzaba una transición demográfica caracterizada por el rápido crecimiento de su población y la expansión urbana sin planeación. Si el acceso a servicios públicos era escaso en buena parte de la ciudad, los espacios para disfrutar la cultura lo eran aún más. Al respecto la arquitecta Eugenia, que tenía 37 años cuando se hizo cargo del proyecto en 1970, le dijo a la periodista Catalina Barrera, de la Revista Credencial, los siguiente:
“Desde un inicio pensamos en que los estudiantes de la Universidad Nacional, que estaban en una categoría económica muy baja, tuvieran acceso a lo que otros sí tenían. Algo que en otro lugar tendría un costo muy elevado, y eso se empezó a notar”
Al año siguiente de inaugurado el auditorio, ella ganaría el Premio Nacional de Arquitectura y se convertiría en la primera mujer del país en lograrlo.
Pasó el tiempo y el auditorio no solo fue usado para conciertos y actividades académicas. Se hicieron mítines políticos, asambleas universitarias, homenajes y velorios. Allí muchos estudiantes tuvieron el honor de recibir el título universitario. Pero el tiempo fue implacable y cuatro décadas después de su construcción la edificación mostró algunas señales de deterioro. Había que reforzar sus estructuras, actualizar las redes y hacerle un mantenimiento profundo para aumentar su vida útil.
Hacia el primer lustro de la década 2010, la Universidad Nacional incluyó al León de Greiff dentro “Plan de Recuperación Integral de Bienes de Interés Cultural” para reforzar y restaurar su estructura. Los recursos salieron de un convenio con la Secretaría Distrital de Cultura y Recreación y de los dineros recaudados por la ley 1825 de 2017 y 1697 de 2013. A finales de 2019 el auditorio cerró sus puertas al público y bajo el liderazgo de la rectora Dolly Montoya y su equipo comenzó su modernización. Se invirtieron más de 18.320 millones de pesos y tras cuatro años de obras a finales de 2023 volvió al ruedo cultural y académico.
Los primeros en conocer al León de Greiff renovado fueron la promoción de ingenieros graduados el 22 de octubre de 2023. En la ceremonia, con un tono profundamente emocionado, María Alejandra Guzmán, decana de la Facultad de Ingeniería dijo: “Hoy también celebramos con inmenso regocijo que luego de cuatro años y de siete ceremonias fuera del campus regresamos a nuestro emblemático auditorio León de Greiff (…) nuestro querido auditorio está al servicio de la comunidad universitaria de la nación y por eso hoy nos acoge para esta ceremonia de grados (…) Un aplauso para nuestro auditorio”.
Un mes después el León de Greiff abrió las puertas al público con el estreno de la obra “La Resurrección de la Fe”, creada por el compositor colombiano Juan Pablo Carreño. Su interpretación corrió a cargo de la Orquesta Filarmónica de Bogotá; el Coro Vox Clamantis, de Estonia; las voces de Beatriz Elena Martínez, Valeria Bibliowicz, Juan David González y David Rivero; el organista estadounidense John Walthausenesta; y 26 coros de distintas instituciones, todos dirigidos por el ruso Guerassim Voronkov. La obra, creada para celebrar los Acuerdos Finales de Paz con las Farc, también fue un motivo para celebrar los 50 años del auditorio.
50 años de anécdotas del teatro de la Universidad Nacional
Al poco tiempo de su inauguración, el auditorio cumplió el cometido de ser uno de los centros culturales más importantes de Bogotá… y por añadidura en un escenario de confrontación política del país, en donde sucedió uno que otro hecho bastante pintoresco. En su libro, Ciro Quiróz relata que luego de la fallida inauguración de 1973, en abril de 1975 se llevó a cabo una segunda inauguración, pero las pasiones encontradas que generó el músico ruso echaron al traste el acto:
“El 4 de abril de 1975, tres mil personas sentadas y de pie llenaban el recinto. El ruso Motislv (Miroslav) Rostropovich, uno de los más famosos chelistas del mundo, iba a decorarlo con un concierto. Por ser disidente del comunismo ruso se sabía por anticipado que sería saboteado por los estudiantes, pues había defendido públicamente al escritor y premio nobel Alexander Solahenitsin. Llena la sala estallaron dos bombas lacrimógenas y el terror se diseminó. ‘Vendido' vociferaban los amantes del Kremlin, ‘traidor’ gritaban los alumnos de Mao. Rostropovich quiso iniciar el acto al aire libre en la plazoleta universitaria, pero un aguacero intempestivo empezó a caer (…) Al final, un estudio elaborado por el científico José María Garavito Baraya estableció que se trataba de granadas antimontines, privativas de las fuerzas armadas norteamericanas, de tratamiento especializado para su manejo e imposible al alcance del brazo estudiantil”.
Un poco más de un año del incidente, el 11 de julio de 1976 murió León de Greiff, poeta que simpatizó con las ideas de izquierda pero que nunca militó en un partido porque, como dijo en una entrevista, no era “pendejo”. Doce días después, la Universidad le hizo un homenaje y cambió el nombre de Auditorio Central por de Auditorio León de Greiff
Tres meses después de la muerte del poeta comenzó un choque político y cultural entre los estudiantes de izquierda radicalizados y una parte de la comunidad educativa por el nombre de la plaza central de la ciudad universitaria, choque en el que la pared frontal del auditorio ha sido el escenario. El 8 de octubre seguidores de El Che Guevara se congregaron en la que en la Plaza Central o Santander a conmemorar los nueve años de su muerte. Luego de los discursos y arengas los estudiantes tumbaron la estatua y decidieron rebautizar la plaza con el nombre del guerrillero que murió en las selvas de Bolivia. Esta versión, que se ha repetido durante décadas, la pone en duda el periodista Sebastián Serrano, en artículo titulado “El misterioso origen de El Che de la Nacional”.
En medio de ese combate por la memoria de la plaza central, no se sabe a ciencia cierta cuándo apareció pintada la imagen de El Che en la fachada del auditorio León de Greiff. La tradición oral universitaria dice que los hermanos Alfredo y Humberto Sanjuan lo hicieron en 1981, al año siguiente fueron desaparecidos, al parecer, por el F-2. Sin embargo, esta autoría también la pone en duda Serrano en su artículo, quién en su indagación no pudo encontrar la fecha exacta en la que el rostro de El Che comenzó a acompañar al León de Greiff. Lo que sí es cierto es que más o menos entre 1980 y 2000, los estudiantes pasaban por la plaza bajo la mirada del guerrillero hasta que en la década siguiente una acción judicial trató de borrarlo.
Al regreso a clases del segundo semestre de 2005, los estudiantes que cruzaban la plaza vieron algo que algunos creían inimaginable: la imagen del Che había sido borrada. Las directivas argumentaron que lo hicieron en cumplimiento a dos acciones populares interpuestas por un ciudadano falladas a favor. Según el accionante, las imágenes de El Che en el auditorio y de Camilo Torres en la fachada de la Biblioteca Central vulneraban los derechos colectivos de la comunidad académica.
De allí en adelante, el tire y afloje entre las directivas y estudiantes seguidores del guerrillero argentino por dejar o no su imagen en la fachada del León de Greiff se acrecentó. El mismo incidente ocurrió en 2016, cuando un nuevo intento de borrar la imagen de El Che, los estudiantes la volvieron a pintar. Y en 2023, meses antes de la reapertura volvió a ocurrir lo mismo. En estos años de borradas y repintadas, el Che ha estado acompañado por pinturas de personajes de izquierda como Jaime Garzón, de graffitis de agrupaciones de izquierda y de ultraderecha y hasta pancartas de profesores que han jugado un papel importante en la historia de la universidad.
Aparte de esta disputa por quién debe aparecer en su fachada, en el auditorio también han sucedido hechos pintorescos, uno lo protagonizó el exrector Antanas Mockus cuando, en la inauguración del Encuentro Nacional de Artes en octubre de 1993. Se paró frente al auditorio, se bajó los pantalones y pantaloncillo, dio la espalda y mostró su trasero. En entrevistas a la prensa, él dijo haberlo hecho ante los chiflidos de los estudiantes que no lo dejaban hablar en el acto. Por su puesto la acción causó revuelo en la opinión pública y los periódicos dedicaron extensos artículos al asunto durante días.
El León de Greiff también ha sido testigo de la violencia y el conflicto armado que ha padecido el país. El 18 de abril de 1998, sicarios al servicio de las Autodefensas Unidas de Colombia asesinaron a tiros al Abogado Eduardo Umaña Mendoza. El velorio se llevó a cabo el 20 de abril en el auditorio y mientras más de 1.200 lo lloraban y lo despedían con pañuelos blancos y el coro del conservatorio hacía un recital, dos encapuchados interrumpieron el acto y pusieron un arreglo floral. Dijeron ser del frente Domingo Laín del ELN.
A través de 50 años, el Auditorio León de Greiff ha cumplido el sueño con el que fue construido: democratizar la cultura, pero a la par ha sido escenario de la intensa, y en momentos, dolorosa historia del país. Con su remodelación, el viejo auditorio ha rejuvenecido para seguir cumpliendo su misión durante muchas décadas mas, que esperamos sean de paz.
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