Y así fue como regrese a Buenaventura, dejando de lado la posibilidad de participar en una meditación Vipassana. Tome la decisión y aborde un bus en la terminal de transportes de Bogotá a las 7:30PM, llegando a la ciudad portuaria la mañana siguiente a las 6:30. Mi viaje fue excelente, dormí todo el camino sin sentir los rigores de la carretera, al llegar a la terminal del puerto unos huevos y un café me devolvieron a la vida consciente para iniciar mi primera misión: encontrar el edificio de la Drummund en las dependencias de la Sociedad Portuaria de Buenaventura.
En el bolsillo tenía casi dos millones de pesos, un millón setecientos mil los tenía destinados a la compra de un computador Mac de última generación a un precio imperdible. Se hizo el contacto, por un momento pensé en generaciones completas de documentalistas que trabajan con las uñas y en un golpe de suerte materializado en el puerto con más mala suerte de la historia de Colombia, ahí estaba parado para hacer realidad una oportunidad dorada.
Faltando quince minutos para la hora del encuentro la esperanza de alcanzar mi golpe de suerte se desvanecía, el edificio de la Drummond no existía. Varias llamadas a Bogotá alargaban la agonía, sin embargo a todas luces era evidente que unos estafadores de internet querían aprovecharse del primero que tuvieran enfrente incluyendo documentalistas pobres.
El desconcierto había desbordado mi hambre, me dirigí al puerto y busque la cazuela de mariscos más barata en el restaurante del muelle turístico. Por un momento pensé, así pudo iniciar mi viaje a la “Capital del horror de Colombia” con uno de los platos más ricos de la comida colombiana a un precio inmejorable, en vez de una larga espera por un computador que nunca iba a llegar. Mientras disfrutaba de tanto sabor, mi cabeza recorría las noticias de los últimos días sobre Buenaventura. Terminé mi almuerzo con un titular, que a mi parecer, sintetizaba la atmosfera dibujada por los periodistas al día de mi llegada a la ciudad.
- Bienvenido a Buenaventura, ciudad del Mal-
Tomé el primer colectivo que paso, uno que va hasta el pueblo de Córdoba, y fui a visitar en la comuna 12 de la ciudad, a la que fue mi familia durante el año que viví en el puerto. La verdad no tenía preguntas claras, solo quería contar el número de los sobrevivientes de esta nueva guerra que al parecer inició en una fecha precisa: 12 de octubre del 2012, cuando los urabeños, según las autoridades, llegaron a estos barrios olvidados y empezaron su conquista de las aguas más apetecidas de Colombia.
Ya sabía yo que esta vez la muerte había tocado a todos y que todo había cambiado otra vez. Sin embargo ahora nadie podía negar la implosión de Buenaventura. Las casas de “pique” donde llegan las victimas vivas para ser descuartizadas se habían convertido en asunto nacional y representaban un punto de no retorno de la tragedia que vive esta ciudad.
Pese a la situación imperante mi llegada al barrio fue un momento de fiesta, abrazos y recuerdos felices. Después del reencuentro salí a tomarme una cerveza en la cantina de María y a primera vista, la vida parecía ser la misma de siempre: la misma melancolía, la misma felicidad, las mismas cantidades exageradas de licor, una primer conclusión llego a mí, a partir del recuerdo de la lapidaria frase de un viejo del barrio días antes de morir de vejez en el ya lejano 2011: “Si uno aprende a cuidar su lengua, aprende a cuidar su corazón”, parece que la gente está acostumbrada a las dificultades, pero algo había pasado.
Después de la caída de varios miembros de los Rastrojos, los Urabeños tomaron su lugar y gestionan todas las actividades económicas locales, desde la minería ilegal hasta el micro-tráfico de drogas, pasando por el control del sistema de moto-taxismo hasta los mercados locales de frutas, verduras y carnes, además de vacunar a todos por todo. El que fuese recientemente el jefe de la zona, alias “Cirilo”, muerto en días pasados, era un hombre del barrio, nacido y criado en las periferias de la ciudad. Inicio su carrera en el crimen organizado a finales de los ochenta en las filas de Pablo Escobar cuando el cartel de Medellín había logrado suficiente poder en Buenaventura; con el tiempo logro llegar a los Estados Unidos y traficar cocaína en Houston, años después vuelve a la ciudad, al parecer, por la noticia del vacío de poder imperante en la zona generado por la guerra del bloque Calima de HH y las FARC a la cabeza de Mincho. En principio Cirilo se vinculó a la familia Duran y luego a los Urabeños y por intermedio de esta organización se convirtió en un hombre rico y respetado, sin embargo se rumora en las calles que se había vuelto demasiado rico y estas tierras no perdonan los hermanos que llegaron muy arriba.
Los cuerpos de Cirilo y de su nieto Julián, fueron encontrados descabezados y sin brazos en la famosa curva del diablo en la vieja carretera que conecta a Buenaventura con Cali en diciembre del 2012. Según las autoridades el hecho tiene que ver con sicariato y brujería; según los santeros locales si los cuerpos desmembrados no se recomponen por completo, los perpetradores del crimen quedaran impunes, porque los espíritus ya no podrán comunicarse con los vivos e informar los nombres de los responsables de los homicidios.
La práctica de desmembrar los cuerpos es tan vieja como el mismo puerto. Las víctimas son cortadas en pedazos y dejadas bajo las casas de palafitos esperando que la marea esconda las pruebas y alimente el olvido, otras veces la selva es la encargada de guardar los terribles secretos de este territorio.
Desde hace unos meses la marea se rebeló y ya no hace su trabajo, congestionada por tantos cuerpos y pedazos de carne humana escondidos en los meandros de su baya. Los cuerpos como la basura producida por la vida de estas mismas casas se quedan allí y no desaparecen. Los pedazos de los condenados a muerte ahora piden justicia.
En la Playita un barrio de Bajamar en la comuna 4, una casa de pique fue desmantelada por los pobladores circundantes, a partir de esta acción los habitantes del barrio declararon la calle Zona Humanitaria exigiéndole a los grupos armados que los dejaran en paz, todos están amenazados de muerte. Ahora lo que queda es un espacio vacío, como el hueco que deja una bomba les recuerda a todos los caminantes una violencia inútil, ciega, terrible.
Adolescentes han sido descuartizados por cruzar fronteras invisibles que dividen barrios o simplemente una calle o pequeños sectores de casas. Alrededor de estas divisiones impuestas por las bandas los jóvenes se convirtieron e inermes instrumentos del terror, cuerpos sacrificados por el control territorial de grupos armados que pagan a sus miembros por la opresión de su propia gente. Siguiendo con esta cadena de terror y muerte y su división del trabajo, encontramos jóvenes que se convirtieron en sepultureros, o si se quiere en picadores, para relacionarlos con las casas que han destapado para el país y para el mundo el horror que vive la ciudad, que ganan su sustento cortando en pedazos a sus paisanos de otros barrios. Los latinos decían: “mors tua, vita mea” [tu muerte, mi vida].
Así sobrevive alias El Diablo, que aprendió el arte de cortar cuerpos en el Distrito de Agua Blanca en Cali a la edad de 10 años. Hace años, cuando todavía pensaba que podía dejar “el cuento” trató de matar a su papá defendiendo a su madre de los golpes de ese hombre llevado por el alcohol. No lo logró, como nunca logró salirse del cuento, para gente como él el mundo nunca ha sido un espacio de sueños y oportunidades. Hoy el Diablo no tiene muchas opciones: o se entrega a la justicia de Buenaventura explicando una realidad que no entiende, o sigue cortando cuerpos para dar de comer a sus 3 hijos y 3 mujeres, la muerte esta tan cerca que ya parece no ser su problema. El Diablo no habla, cuida su lengua y cumple con las órdenes de los mandos altos.
¡Aguanten! ¡Aguanten! Piden las elites del país a los pobladores de Buenaventura, a estas personas que la realidad vuelve desechables, cuerpos blindados a la política económica imperante y que no encuentran un desarrollo alternativo. Por ahora y mientras sigue corriendo la sangre, que observen los puertos de la ciudad volverse islas de portentos tecnológicos y de modernidad, que miren los enormes barcos cargueros navegar por sus aguas, admiren estos rascacielos desde los cuales se puede observar la belleza sin tiempo de la baya de Buenaventura. Esperen porque algo les llegará a ustedes también, a algunos pronto, a otros demasiado tarde pero aguanten y esperen. Esto se llamará progreso.
Por ahora aquí va una foto de tan grande fracaso.