Cumplimos hoy 15 días de aislamiento en España. Personalmente, llevo 20. Me metí 5 días antes de empezar todo este movimiento hacia el interior de nuestras viviendas con la incertidumbre de que estábamos cediendo ante un poder invisible que lo controlaba todo desde un puesto de mando inalcanzable para cualquier mortal.
Un fenómeno extraño que nos ha dado la oportunidad de hacer ese viaje hacia nosotros mismos y que nos hacía falta para observar al mundo desde un sitio privilegiado: nuestro interior. En principio, pendientes de llenar la nevera, ir al supermercado, ubicar los productos esenciales y comprar por prevención. Luego comparar los síntomas de la peste que leemos, oímos y vemos de científicos, charlatanes y gente interesada en el tema, y comparar con nuestro estado de salud. Una vez superado ese periodo más o menos dinámico, viene la rutina, ese pie grande que aplasta cualquier intento de salvar la actividad plena de la conciencia. Y entonces empezamos a recordar a nuestros seres queridos, allá, del otro lado del mar, que, si bien aún están en una fase de expectativa, tienen las mismas probabilidades de sufrir este confinamiento.
Enrique, Piedad, Carlos, Doris. Hermanas y hermanos, amigos y amigas que llaman a interesarse por nuestra salud alarmados por los niveles de contagio y el número de muertos que crece en España sin control alguno.
De repente, a las 8 de la noche, estalla un aplauso en los balcones del barrio, de la ciudad, del país. Suenan sirenas, de esas que se utilizó en las dos grandes guerras para anunciar los bombardeos nazis, solo que esta vez las sirenas no suenan para anunciar las muertes, sino, lo mismo que los aplausos, para dar un abrazo y agradecer a los trabajadores sanitarios que luchan en el primer frente contra la pandemia. Gritos desesperados y canciones: “Resistiré”, el himno nacional acompañado de luces que se encienden y apagan junto a los teléfonos móviles. Bailes improvisados, juegos.
Es un despertar de la solidaridad y eso emociona. Hasta hace pocos días, como lo escribía alguien, era el vecino del 3º, la vecina de abajo, el chico de al lado. Hoy es Jesús, Cristina, José. De repente alguien timbra. Es José, quien pregunta qué nos hace falta, va a ir al supermercado. Mi amigo Wilson Rodríguez aparece en un vídeo al mando de unos vecinos que se han congregado para producir tapabocas. Un grupo de taxistas ponen a disposición sus vehículos para trasladar enfermos.
Los restaurantes de las carreteras abren sus establecimientos con todas las precauciones posibles y preparan comida y bebidas para los camioneros, y ponen un letrero: No queremos dinero, gracias por proveer de alimentos a las ciudades. Otros se ofrecen a cuidar niños, a reciclar basura, a improvisar bicicletas estáticas o a recibir clases de baile o realizar ejercicios de los paquetes de televisión que han liberado toda su programación. En una palabra, la solidaridad humana en pleno crecimiento. Cumpliendo.
Claro que hay a quienes no les da la gana hacer parte de esta cruzada. El confinamiento lo han tomado como unas vacaciones y como tal actúan. La picaresca española en su esplendor: desde el tipo que saca un perro de peluche a pasear por el parque hasta los que arman barricadas para impedir que un autobús con un grupo de ancianos pueda acceder a un sitio limpio y libre de contagio. Desde los que proponen dejar sin atención médica a los inmigrantes ilegales hasta los que soplan en la cara de los periodistas que tratan de obtener algún comentario sobre la crisis. Desde los que tratan de vender productos “curativos” hasta los que quieren seguir engañando en las redes y especulando con criptomonedas. Desde los pastores que aprietan a sus fieles por los diezmos hasta los traficantes con los artículos de primera necesidad.
A propósito de traficantes, hemos visto que en Brasil, ante la inactividad del gobierno de Jair Bolsonaro, han sido los narcos con sus bandas paramilitares los que han ordenado la cuarentena en las favelas de sus ciudades. Algo parecido sucedió con las bandas paramilitares que dominan la frontera colombo venezolana: ordenaron un encierro masivo para permitir que el autoproclamado presidente Juan Guaidó pasara por las trochas rumbo a Cúcuta, custodiado por narcos, donde se reunió con Iván Duque y Mauricio Macri.
Observar y preguntarse si esto es un castigo de Dios, una guerra bacteriológica o una respuesta del planeta a la destrucción a la que lo estamos sometiendo desde hace décadas. O todas juntas. Lo que sí está claro, después de leer a Byung-Chul con su tesis de que el virus no acabará con el capitalismo y a Slavoj Zizek que dice que sí; después de leer a Chomsky afirmando que la propagación del Covid 19 fue intencional, y de escuchar a Donald Trump reírse de la pandemia y a Boris Jhonson y a Bolsonaro hablando de una simple gripilla, y al gobernador de Texas, Dan Patrik, ofreciendo la vida de los mayores para salvar la economía del país, y al presidente de China conferenciando sobre una posible cooperación mundial para crear un sistema de salud que asuma este tipo de fenómenos universales con un coste mínimo de vidas humanas, uno se da cuenta de que sí, que esto es una verdadera guerra mundial donde los sistemas convencionales de armamento se han quedado, por el momento, sin uso, y se ha pasado a las armas biológicas, silenciosas y letales pero efectivas, en el marco de una guerra por el dominio del planeta.
Ya con unos cuantos miles de muertos, observamos desde nuestro confinamiento a un ejército de médicos cubanos desembarcar en Italia. Aviones chinos descargando máscaras, uniformes de protección y respiradores en Milán y Zaragoza para apoyar a los médicos en su lucha contra el virus, y vemos aterrizar aviones militares rusos cerca de Roma con laboratorios y elementos indispensables para desinfectar grandes infraestructuras. También vemos a los chinos, a los cubanos y a los soviéticos en Venezuela, en Irán, en España, en Angola, en Nicaragua. Primero salvar la vida humana, después reconstruir la economía.
Al mismo tiempo vemos aviones norteamericanos bombardeando Irak, haciendo planes para invadir Venezuela, sabotear a las brigadas médicas cubanas, acusando a Europa de aprovecharse de los “pobres” Estados Unidos, que, según Trump, también produce máscaras y respiradores, y de mejor calidad, y que el mundo ahora prefiere comprar a los chinos y no a ellos, aunque la falta de estos elementos tienen al pueblo norteamericano al borde de una tragedia sin precedentes en su historia. Ni importa, para la administración norteamericana, esto es secundario. Si se logra producir materiales de calidad contra la pandemia, lo principal es exportar para no dañar al mercado.
Y en esa franja comercial, Trump intenta adueñarse de la vacuna, si alguien la produce, para comerciar con ella. Estuvo a punto de comprar la patente de una vacuna contra el Coronavirus que ensayan laboratorios alemanes, quería la exclusividad, sin embargo, Angela Merkel no lo consintió para evitar que el gobierno de EEUU chantajeé a otros gobiernos que no son de su agrado y en definitiva manipule el comercio de este medicamento.
Paciencia para mirar, escuchar, sentir, discernir lo que está pasado en el mundo. Los mercados contra la vida y países alineados de uno y otro bando. Esa es la realidad. Yo creo que la visión humanista terminará por imponerse.
Entre tanto, han pasado los días y ya nos vamos habituando a estar siempre dentro de casa. Alejandro continúa sus estudios por internet. Gabriela ha encontrado en qué invertir su tiempo: cursos on line en terapias ocupacionales. Darío tiene su trabajo, que no lo puede dejar, es esencial. Trabaja en las noches y duerme de día. Es de esos jóvenes dinámicos que no paran nunca. Elena trabaja desde casa en una rutina severa que ella es capaz de convertirla en terapia contra el tiempo de la peste.
Y yo aquí, tratando de escribir pero sin éxito. Muchas, pero muchas veces creí que necesitaba un tiempo como éste, de inactividad y silencio para apurar mis trabajos o iniciar un proyecto literario nuevo. Pero no es así. Al menos a mí me sucede, he quedado como bloqueado. Anonadado, viendo que mi cápsula de confinamiento no rebota y se mantiene en el interior expectante. Entiendo que es pasajero y que el tiempo de la creatividad está por estallar. Ya estoy mirando las fisuras de la cápsula para atacar por ahí.
Hace un par de días, el parlamento español aprobó otros 15 días de encierro. La curva de contagios y muertes sigue creciendo. Tengo la esperanza en los chinos, los cubanos y los soviéticos y mucho temor porque los planes de Washington contra Venezuela, Cuba y Nicaragua se lleven a cabo ahora, precisamente cuando los gobiernos de esos países se centran en combatir la pandemia.
Tengo confianza en la gente sensata de Colombia, a pesar de los planes para favorecer a la banca privada de este gobierno. Confío en la autoseguridad y autoprotección de la gente. Los campesinos de España, de China, de Colombia, en concreto de Nariño y especialmente de Mallama, la tienen más fácil: cerrar sus pueblos, sus corregimientos, sus parroquias y no dejar entrar a la gente intrusa que va de vacaciones a sus tierras. También deberían abstenerse de ir a la ciudad.