La conquista, o más bien, el choque entre las culturas de la lengua oral y la escrita, impuso que los orales eran analfabetas, salvajes e ignorantes y los recién llegados doctos y letrados. Pero los colonizadores no se preocuparon por entender o alfabetizarse en la otra dirección, lo que se mantiene hasta hoy. No ha habido por parte de los guajiros no wayúus y mucho menos del gobierno central, la preocupación por aprender el wayuunaiki, ni el Sistema Normativo Wayuu; ni siquiera lo que nos dicen los famosos tejidos de la etnia.
Bajar los índices vergonzosos de La Guajira debería ser un gran propósito político del gobierno central, ya que restarle a lo nacional lo que pesa el promedio nuestro, es apuntar certeramente a la reducción. Según todos los informes, los indicadores socioeconómicos de los hogares, educativos, de salud, de ocupación y de pobreza son de los peores del país y de Latinoamérica. Ya que el DANE nunca termina los censos poblacionales en el territorio, especialmente en la etnia wayuu, lo que registran esas alarmantes estadísticas podría ser peor.
Es lógico considerar que aún de cada 10 guajiros 3 o 4 son analfabetas, pues el Estado no sabe, desafortunadamente, cuántos wayúus son ni dónde están. Por otro lado, dado el hecho que la herencia del conocimiento indígena es ágrafa, se tendría que reconsiderar la forma de medir ese analfabetismo. No podría entrar en esa lista el palabrero, quien con el uso del discurso persuasivo, capacidad que sólo tienen los grandes juristas, crea figuras retóricas adecuadas y eficaces, de transfigurar los hechos para favorecer la conciliación. Su legado es patrimonio inmaterial de la humanidad.
La transculturación, la pobreza extrema y la hostilidad del territorio han contribuido a que los miembros de la etnia wayúu pierdan cada vez más esa gran herencia ancestral de amor por su propia tradición. Cada día son menos los wayuus orgullosos de su propia etnia, influencia negativa que viene desde la conquista y que ha calado profundamente en la mente de muchos nativos. Cuando sobre un mismo espacio, pueblos de culturas diferentes se encuentran, las relaciones de poder que entre ellos se establecen obliga a la subordinación de una de las partes.
La subordinación cultural impuso patrones de conducta y condiciones de segregación desde una sociedad criolla que asumió su papel de dominación rechazando la cultura de los nativos e imponiendo la suya. Es tal el sometimiento que algunos indígenas consideran vergonzoso hablar su propio idioma. En Colombia el poder central sigue con el racismo heredado, viendo a los grupos minoritarios como ciudadanos de tercera categoría. La exclusión es resultado de la subordinación y discriminación. No es casual que los departamentos más atrasados del país sean precisamente Chocó afrodescendiente y La Guajira wayúu. Este es un lastre colonial que aún pesa y se manifiesta en el hambre, la pobreza extrema, las epidemias, la baja escolaridad y la falta de empleos y oportunidades en ambas regiones, poseedores de grandes riquezas.
En medio del boom de la industrialización de La Guajira, está por un lado la concepción del wayúu de su territorio y la del Estado por el otro, diametralmente opuestas. Para el primero, se está profunda y tradicionalmente ligado a la tierra y a los cementerios; el segundo llega arrasando, moviendo cosas sin detenerse, ni importarle doctrinas, ritos, costumbres que prevalecían en el entorno. Esto golpea y resquebraja el acervo cultural y la soberanía de la autoridad ancestral wayúu.
Las empresas de energías renovables llegaron al territorio guajiro con los lineamientos del Estado analfabeta de la cosmovisión wayuu, en algunos casos con la perversidad de birlar derechos humanos prestablecidos en la Constitución Política y leyes internacionales del consentimiento libre e informado y consultas previas. La premura del Estado parcializado con las empresas los llevó a considerar las consultas como un simple trámite, no un proceso como debe ser. En plena pandemia tuvieron la desfachatez de intentar Consultas Previa virtuales en una región donde no hay luz, ni conectividad y los interlocutores válidos no hablan español.