Están los hechos, las circunstancias, las pruebas y las evidencias, las fechorías, los delitos y los delincuentes, la porquería y los puercos, la corrupción y los corruptos y la podredumbre en las que todos tapan porque todos comen. Repito: sucesos a plena luz del día o al amparo de la noche. Está el criminal y el crimen y también el dinero sucio, porque hay un oscuro señor que compra y vende personas; es decir, compra y vende almas, conciencias e instituciones. Alrededor oficia la ley que cuenta de antemano con la trampa, las triquiñuelas, el atajo y el escondrijo.
Existe por una parte la maldad, y por otra el hombre malo, el cínico, la bestia, el monstruo y el pulpo de mil tentáculos que todo lo devora a su paso. Existe el maldito y la maldición, el insaciable que quiere más tierra, más riqueza, más dinero para su infinita avaricia en detrimento de nuestros indígenas que son símbolo de coraje y dignidad. Están los títeres y el titiritero, el circo y los payasos, las plañideras y las marimondas de este carnaval siniestro.
Vayan sumando, pueblo mío sufrido y aguantador y a la vez valiente: están por aquí y por allá los vampiros y las sanguijuelas, los zánganos y los chupasangres, la orquesta y el concierto que delinque… Los mismos que después se encargan de borrar las huellas o de eliminar los testigos. Hay un genocidio y un genocida, un exterminio y un exterminador, un cementerio incalculable y un ángel de la muerte. Para amenizar la función aparecen el asesino y el torturador, y un matarife que sacrifica las ovejas… y una motosierra es el instrumento maldito que adorna con espanto la escena.
Están las víctimas y los victimarios. Pero en esta semántica tan pérfida y tan colombiana, el victimario resulta siendo la víctima y a la vez el héroe, y la víctima real será culpable de todo y sin derecho a nada y mucho menos a levantar la mano para protestar, en cuyo caso le sería mutilada. Señores, aquí todo ocurre, y no ocurre nada. Vean ustedes cómo funciona esta cadena atada con los eslabones de la depravación humana: el mentiroso es quien dice la verdad; el ladrón encorbatado se perfuma de honradez, y el malo se coloca la máscara de la bondad, y para completar el magnate pone cara de muerto de hambre. Bueno, esa es más o menos la lógica absurda de este país del sagrado corazón al borde de un infarto.
Para ir concluyendo, debo explicar con plastilina lo que antecede a la muy respetable fanaticada de un uberrísimo señor del que ya no me acuerdo. Dice así: existe el delito y existe la policía; existen las oficinas porque existen unos ministros; existen los ministros porque existe un señor presidente; existe un señor presidente porque existe un señor en las sombras; existe un señor en las sombras porque existen unos delitos; existen unos delitos y para eso está la policía; existe la policía porque existen unas oficinas; existen unas oficinas porque existen unos ministros, y así sucesivamente. ¿Ahora entienden por qué estamos como estamos?