Emel Sánchez, un agricultor de la vereda El Suspiro en La Gabarra, no descansó hasta no dejar acomodados los 10.000 campesinos que llegaron de todas las regiones del país. Comenzó su trabajo con diez dias de anticipación apoyado por medio centenar de voluntarios de su comunidad. Debía conseguir montones de sillas, ollas y comida. Instalar duchas, gestionar tanques de agua, el préstamo de baños portátiles, lugares en los que se pudieran instalar mesas de trabajo y foros. Los cocineros eran todos del Catatumbo y la mayor parte de visitantes durmió bajo carpas impermeables. El encuentro reunió labriegos que llegaron después de hasta 48 horas en bus, desde Cauca, Nariño, Putumayo, Caquetá, Chocó, Antioquia, Bolívar, Arauca, Tolima, Huila y Santander y pudo realizarse sin el apoyo del gobierno nacional pero gracias a los aportes de la Unión Europea, el Fondo Sueco-Noruego de Cooperación con la Sociedad Civil en Colombia, Ayuda Popular de Noruega y ForumSYD. Se escogió Tibù para recordar el Paro del Cataumbo del año pasado en el que murieron cuatro campesinos que fueron homenajeados en este cuarto encuentro nacional.
Los participantes del encuentro de este año representan solo una parte de la población rural que considera a las reservas campesinas, el modelo de desarrollo adecuado para el campo. En concreto en la región, el Comité de Integración Social del Catatumbo, Cisca, organización del Congreso de los Pueblos, plantea otra idea para preservar la tierra y mejorar las condiciones de vida de los campesinos. Su propuesta son los Planes de Vida más allá de la limitación de un espacio geográfico medianamente autónomo, que “configuren relaciones sociales, económicas y políticas, así como una identidad cultural común". Los indígenas de pueblo Motilón-Barí ven como una amenaza a su resguardo, la constitución de una zona de reserva campesina por temor al uso irracional de los recursos naturales y porque esperan ampliar el territorio protegido.
La historia de las zonas de reserva campesina se remonta a los años 70 cuando la Reforma Agraria quedó liquidada, y el campo a merced del ocio. La guerra arreciaba y familias que se contaban por miles abandonaban contra su voluntad viviendas y parcelas. Los campesinos desplazados fueron llamados colonos. Muchos llegaron al piedemonte llanero. Levantaron chozas de madera y empezaron a trabajar la tierra aledaña. Era lo único que sabían hacer. Para empezar de nuevo, debieron endeudarse en tiendas de insumos agrícolas y algunos con prestamistas. A la hora de cosechar, la mayoría el mismo producto y por la misma época, los precios de venta no eran buenos, sobretodo porque esos productos, por cuenta de la apertura económica, estaban ingresando al mercado nacional y se sumaban a la competencia. Con suerte lograban pagar un par de gastos pendientes. Esa fue la situación hasta que llegó la coca para resolverles casi todos los problemas.
Siempre había compradores apetecidos. La pagaban bien además de facilitarle a los campesinos desde entonces llamados cocaleros, todo lo necesario para el cultivo. Narcotraficantes y luego guerrilleros le dieron forma al negocio de la cocaína. Era la coca o la venta definitiva de sus fincas.
Los campesinos tenían solucionadas las necesidades económicas más inmediatas. No pasaban hambre y las deudas habían disminuido. Pero la vida en las veredas aún se tornaba agreste. Caminos transitables, escuelas, hospitales, acueductos y energía eléctrica eran todavía un sueño. Los colonos, no eran más que ocupantes sin sustento legal, de la tierra. Y para rematar, por raspar la hoja de la planta de coca, se habían convertido en blanco de las fuerzas militares.
Organizados en juntas de acción comunal recurrieron a la movilización social. Surgió la idea de solicitarle al Estado algo así como resguardos indígenas, pero campesinos, en donde poder trabajar y volver a sus cultivos tradicionales una vez fuese posible vivir de estos, sin miedo entre otras cosas a que los desalojaran por no ser propietarios ante la ley.
César Gaviria era el Presidente y José Antonio Ocampo el ministro de Agricultura cuando en medio de una de las tantas crisis del agro formularon la Ley 160 que finalmente sancionó Ernesto Samper en 1994, con la que se crea el Sistema Nacional de Reforma Agraria y Desarrollo Rural Campesino que le da existencia a las zonas de reserva campesina.
En cartas, comunicados públicos, medios de comunicación, carteles, volantes callejeros, encuentros y a viva voz durante protestas, los campesinos han tenido que recordarles a diferentes mandatarios el espíritu de esa ley. Su concepto sobre la función de las zonas de reserva campesina: “regular la ocupación y el aprovechamiento de las tierras baldías de la nación, dando preferencia en su adjudicación a los campesinos de escasos recursos, y establecer zonas de reserva campesina para el fomento de la pequeña propiedad rural, con sujeción a las políticas de conservación del medio ambiente y los recursos naturales renovables y a los criterios de ordenamiento territorial y de la propiedad rural que se señales”. Reza el artículo 9. La Ley 160 también reglamentó la entrega de tierras baldías considerando que del acceso a estas, por parte de campesinos pobres, depende la paz.
“Las zonas de reserva campesina proponen una nueva institucionalidad. Formas, rutas de financiación, concertación y dialogo. Son vitales para un futuro en paz”. Sentencia Jerez, miembro directivo de la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina, Anzorc, promotora del encuentro. Califica de esquizofrénica la relación entre el Estado y la Ley 160 que incumple y ataca todo el tiempo. Con el paro del 2013 en el Catatumbo, los campesinos consiguieron que delegados del gobierno se sentaran con ellos y abordaran la situación económica y social de la región, pero poco se ha hecho y en medio de la desesperación los campesinas consideran convocar a una nueva movilización.
César Jerez disfruta la música, la literatura, la escritura y la culinaria. Pero aún más, guerrear junto a la gente del campo por condiciones amables de vida, desconocidas para los más jóvenes. Conoce a profundidad cada región de las seis zonas de reserva campesina declaradas por el Estado: Pato-Balsillas en San Vicente del Caguán, Cabrera en Cundinamarca, San José, Retorno y Calamar en Guaviare, Perla amazónica en Puerto Asís, Arenal-Morales en el sur de Bolívar y Valle del Río Cimitarra en Santander. Hay otros siete procesos listos pero que el gobierno a través del Incoder ha sido renuente a reconocerlos: Montes de María en Sucre, Serranía del Perijá en Cesar, Sumapaz en Cundinamarca, Losada-Guayabero en el piedemonte llanero, Guejar y Cafre en Meta, y Catatumbo. La pretensión de Asociación es llegar a cincuenta zonas.
Después de haber soportado un calor de 40º centígrados, aguaceros repentinos de media noche, las reflexiones del escritor Alfredo Molano, la investigadora Brigitte Baptiste y el sacerdote Omar Sánchez, entre otros invitados, lo mismo que los saludos de los congresistas polistas Iván Cepeda y Alirio Uribe, y la ex congresista Piedad Córdoba, y de haber nutrido con sus pareceres y saberes los ocho foros que estructuraron el encuentro, los campesinos salieron del polideportivo donde acamparon para recorrer las calles que se asemejan más a trochas que a vías urbanas, del pueblo que una década antes ocuparon los paramilitares de alias El Iguano y alias Camilo, jefes del Bloque Catatumbo. Llegaron a la región antojados del fortín de coca que entonces controlaban las guerrillas de las Farc, el Eln y el Epl.
Mientras caminaban los campesinos que quieren las zonas de reserva campesina, los tubuyanos expectantes, hombres y mujeres miraban de reojo. Algunos susurraban al oído del vecino. Otros intentaban ignorar la marcha y guiaban sus cabezas hacia una dirección diferente. Pero era inevitable percibir tal acontecimiento: los campesinos estaban alegres, sus ojos ya no denotaban miedo sino esperanza. Aunque la guerra les quitó comadres y compadres, aún cuentan con muchos hombros junto a los cuales luchar por sus derechos.
La marcha no tardó demasiado. Su destino lo fijó una tarima ubicada frente a la alcaldía municipal. Allí subieron Cesar Jeréz, los hermanos Quintero, los Abril y otros líderes de los labriegos para anunciar que desde ese momento la región declaraba su reserva campesina “de hecho”, desafiando al gobierno. En las veredas Socuavó y Miramontes de Tibú ya se instalaron vallas que indican la existencia de la zona de reserva campesina del Catatumbo. Todos sonreían, saltaban y se abrazaban. Y al sonar una lista de música popular, no dejaron de bailar.
Era la hora del ocaso. Cientos de aves empezaron a revolear sobre el lugar. No eran palomas sino golondrinas. En todo caso anunciaban una atmosfera de paz en la que esperan rehacer sus vidas los campesinos de la zona de reserva del Catatumbo.