Uno de los mitos más famosos de la historia del rock, es aquel que afirma que Sir Paul McCartney habría muerto hace años y que lo habían reemplazado con un doble, que dizque hicieron un casting y toda la vaina para encontrarlo. Ninguna persona que haya visto en directo al exintegrante de The Beatles, un hombre orquesta que toca guitarra, piano y más instrumentos, se tragaría semejante paparrucha.
Paul McCartney tiene 82 años, más de 1000 millones de dólares en fortuna, por lo menos cincuenta canciones que han sido éxitos mundiales, o que por lo menos, se volvieron gigantes entre fanáticos y no tan fanáticos. Y lo más importante, no tiene ninguna necesidad de hacer una gira –que probablemente sea la última de su vida–, con América Latina incluida. ¿Por qué lo hace? La única respuesta posible es que lo hace porque necesita agradecer a sus seguidores.
Así que este será principalmente un show para él, pero eso no significa que no sea también un concierto para sus fanáticos. Todas las fechas que ha hecho en el continente arrancaron con un hitazo Beatle y a nosotros nos tocó "A Hard Day's Night".
Inmediatamente, sigue con una canción de su otro proyecto musical llamado Wings, "Junior's Farm". Como si en los primeros ocho minutos él quisiera dejar claro eso, que este concierto –probablemente todos los de su carrera– tienen dos públicos y, por amor al arte, él necesita ser el primero.
"Buenas noches, rolos", comenta McCartney. En un show donde lo sorprendente no es su saludo o que use palabras como "chévere" o "papasitos", sino que durante las casi tres horas que estará en tarima, leerá varios extractos de cosas sumamente importantes que necesita decir, pero que quiere pronunciar en español.
Para "Letting Go", también de Wings, no sólo sorprende con el delicioso sonido de los vientos (trompeta, trombón y saxofón), sino con el hecho de que los músicos están ubicados al lado de una de las entradas del recinto, por lo que sin esperarlo, la parte del público ubicada en ese lugar se transforma en protagonista. Ahí se ve de todo, desde una mujer rubia que hace aún más explosivo el arreglo que recubre la canción, como una niña adolescente que mira tímida, con cara de no saber dónde esconderse.
Suenan más clásicos, tanto de The Beatles, como de Wings o de él como solista: "Drive my Car", "Let Me Roll It" o "My Valentine", dedicada a su actual esposa Nancy y explicada por lenguaje de señas en las pantallas del estadio. Los conciertos de McCartney son shows con mensaje: La bandera LGTBIQ+ aparecerá durante varios momentos y en una animación que se proyectó antes de comenzar el show también se veía lo que parecía ser la bandera de Ucrania.
Hora de tocar el piano, momento donde uno recuerda que Paul tiene 82 pirulos y que hay canciones que le van a salir fenomenal y hay otras, como por ejemplo "Maybe I'm Amazed", que ahora le cuesta un poco interpretar bien. No importa, el que con ocho décadas se le pegue la regalada gana de darnos un show que tendrá 37 canciones, lo avala.
Más momentos Beatle, ahora con "Love Me Do" y con una versión de "Blackbird", con espectaculares visuales azules y una plataforma que pareciera elevarse al infinito con el músico a cuestas. Le sigue "Here Today", que dedica a John Lennon y "Now and Then". La polémica canción que se lanzó hace meses bajo el nombre de The Beatles, donde Paul McCartney y Ringo Starr utilizaron la inteligencia artificial para recuperar la voz John Lennon de unas viejas cintas que tenían guardadas.
Si no eres de los fanáticos más radicales de los Beatles, puedes considerar este como uno de los momentos más emotivos del show. Mientras tanto las pantallas proyectan imágenes de la agrupación tocando en lo que parece ser un programa de televisión de los años sesenta, con la estética psicodélica que entonces los acompañaba.
El show va apenas en la mitad, todavía faltan clásicos como "Jet", "Lady Madonna", "Something" –la canción que Sinatra, quien era gran detractor del rock, consideró la balada más bella de todos los tiempos–, "Ob-La-Di, Ob-La-Da" (que algunos latinos fanáticos de otras músicas conocieron gracias a Celia Cruz) o "Band on the Run".
Estamos a poco de que termine la primera parte del show y "Let It Be" nos deja con los ojos aguados. Tantas veces hemos escuchado esta balada a piano y voz, en tantos lugares públicos como de nuestra propia intimidad, que a ratos podemos no ser capaces de dimensionar que esta es una de las baladas de rock más poderosas y emotivas de la historia de la música universal.
Agradecemos a la vida por estar acá, por verla en vivo por lo menos una sola vez en la vida. Gracias mamá, gracias papá (QEPD, para él Los Beatles eran la banda más grande del mundo), gracias Paul, gracias Páramo por traer a este man a Bogotá!!!
El cierre con "Live and Let Die" y su espectacular pirotecnia, que reaparecerá minutos más tarde a poco de terminar el show, nos hace preguntarnos si cuando Paul compuso canciones como esta, que tienen teclados tan imponentes que las hacen sonar como grandilocuentes himnos capaces de retumbar en cualquier escenario, se planteo la posibilidad de estar girando con 82.
O de qué estas canciones, de algún modo, lo protegieran, antes las leves falencias etarias que pueden afectar la voz con el paso de los años.
Cierre con "Hey Jude" y más ojitos aguados, y eso que al concierto todavía le faltan las canciones extra: siete más en total. Posiblemente luego de ver la escena de 30.000 almas cantando el "nananá" que inmortalizó esta canción, es que el periodista Alejandro Marín (La X) hace una de las reflexiones más poderosas que emergerán en medio de tanto rolo –y colombiano en general– emocionado, que resulta bastante pertinente para concluir tanto la noche, como esta nota.
McCartney es un humano cuya presencia en tarima es lo más cerca que podemos estar de Dios, si es que Dios está hecho de música.
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