Tuluá: así se convirtió en uno de los pueblos más violentos

Así fue como Tuluá se convirtió en uno de los pueblos más violentos de Colombia

Muchos jóvenes de mi generación nunca salieron de Tuluá y se convirtieron en verdaderos testaferros de esos que de la noche a la mañana se volvieron 'nuevos ricos'

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agosto 08, 2023
Así fue como Tuluá se convirtió en uno de los pueblos más violentos de Colombia

No sé en qué momento de la historia Tuluá se volvió violenta, con tanta sevicia; por eso hoy intento un largo viaje al vientre de esta tierra embarazada de crímenes, boleteos, extorsiones y robos.

Veo con asombro cómo las organizaciones criminales –Bacrim– tienen sitiado al pueblo de miedo, temor, zozobra, sin que nada se pueda hacer.

Con las nuevas alcaldías, la angustia de la violencia volvió a recrudecer, por la sencilla razón de que no hay seguridad ciudadana, ni autoridad que ponga orden a este torbellino de desconcierto.

Es cierto que el epicentro de esta ola de crímenes se debe a los ajustes de cuentas entre miembros de la mafia que desde hace muchos años se enquistó en la sociedad tulueña. 

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Las actividades comerciales están contaminadas, el lavado de activos es una espiral que contamina todas las relaciones sociales de producción.

Muchas de esas familias intocables de Tuluá de abolengo sufrieron una metamorfosis, las generaciones futuras encontraron en el negocio ilícito la forma más expedita para vivir en forma boyante, aparentando que su riqueza la obtuvieron en forma lícita, trabajando honradamente. Eso no es cierto.

Desde que empezó a penetrar en forma sigilosa y a escondidas el negocio del tráfico de drogas en el pueblo por allá a finales del año 1960, los nuevos ricos, empezaron a importar carros lujosos, motos, y a comprar fincas, abrir almacenes, realizar exportaciones e importaciones de mercancías.

Toda esta actividad mercantil se realizaba a luz pública, sin que las autoridades se percataran de esta realidad que iba carcomiendo los cimientos morales y éticos de la sociedad tulueña.

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Más aún, la élite de la sociedad concurría a ciegas a las fiestas y bacanales que organizaba Beto Rentería Mantilla y sus aliados, se sabía en qué lugar se mantenían –al frente de Telecom– en un sitio llamado la Barra.

Inclusive la juventud de aquella época se congraciaba con ellos, era un honor tener su amistad. El negocio se fue expandiendo, como verdolaga en playa, las agencias de viajes, sirvieron también de parapeto para lavar los dólares que llegaban a borbotones a Tuluá, y las excursiones permanentes a San Andrés fue una constante.

El concierto del desconcierto era total, el trabajo fácil, en apariencia, daba buena rentabilidad. El ocio de la vida plena era una constante, muchos de estos jóvenes se dejaron hechizar por esa máscara del arribismo social y del miedo y sin ninguna reticencia ni perspicacia entraron a engrosar la cadena infernal de la mafia de la droga.

Ya no había marcha atrás, por eso desde entonces, la vida social se fue construyendo sobre estos cimientos de apariencia social, sin que nadie señalara a nadie.

Desde entonces, se abrieron concesionarios de carros y motos de último modelo, almacenes de lujo, las mujeres empezaron a estrenar vestidos costosos de marca, poco vistas por estos lugares del país. La cadena de panaderías, restaurantes, bares y burdeles aumentaron exponencialmente, y a esta realidad se le llamó desarrollo.

Sin embargo, el pueblo no dejaba de ser de costumbres pastoriles y campesinas. Por tanto, Tuluá empezó a convertirse en un polo de atracción por el aumento de la economía artificial e informal, llegaron inmigrantes de todas partes, las pocas familias ancestrales y de abolengo, prefirieron irse a otra ciudad, la contaminación de la cocaína era permanente, no existía rincón que no estuviera impregnada de ese olor peculiar.

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Muchos jóvenes de mi generación que nunca salieron de Tuluá, se convirtieron en verdaderos testaferros de esos nuevos ricos, que empezaron a crear empresas de lácteos, jugos, azúcar y panela.

Pero después del asesinato increíble del capo de capos “Beto” Rentería, la crisis del sicariato se agudizó, porque nadie quiso devolver los bienes inmuebles que los testaferros administraban. Hoy se ufanan en que son millonarios por su esfuerzo personal.

Desde esa época la consciencia de todos los políticos fue cooptada por esa mafia que se enquistó en el seno de la sociedad y hoy nada puede hacerse porque las campañas proselitistas fueron financiadas por la mafia.

Pero, no solo fueron los políticos, quienes se benefician de esta bonanza del narcotráfico, sino las autoridades que son incapaces tanto moral como militarmente acabar con este torbellino de violencia nacida desde una época tenebrosa donde se aplaudía a esos nuevos empresarios que de la noche a la mañana se volvieron ricos.

Esta tómbola de ignominia parece no acabar, porque el germen de la violencia que hoy se vive es la herencia maldita que esa generación de ayer dejó como legado: una cultura del narcotráfico.

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